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martes, 8 de julio de 2014

ARGUMENTOS PARA UNA FILOSOFÍA MARXISTA

Prólogo del libro “Marx de vuelta”, de Facundo Martín

El libro de Facundo Martín que tengo el honor de prologar es una obra significativa en el derrotero actual de una filosofía marxista. Lo es por su valor teórico intrínseco y por sus proyecciones. Su autor es un joven filósofo que ha urdido un volumen de notable madurez conceptual. 
Entre sus páginas se compone un sólido argumento del reencuentro entre el marxismo y la filosofía. Sin desmedro de su solvencia académica, va más allá de los entendimientos universitarios de la filosofía. Un primer rasgo del presente libro es su extraordinaria composición de actualidad e inactualidad. Explico la primera. 
La argumentación no intima la rumia de convicciones sedimentadas ni la afirmación de credos inmarcesibles. Contrastante con las ortodoxias que hicieron del marxismo unaconcepción del mundo con el fin de convalidar identidades y sostener inercias institucionales, este libro consuma la composición ejemplar de una lectura de Marx. Piensa los tramos de su obra que considera más fértiles (básicamente los cuadernos de estudio conocidos como Grundrisse) para detallar el marxismo como teoría crítico-radical de la sociedad. Sostener en el rigor del pensamiento filosófico las consecuencias de esa reinterpretación del marxismo –y realizarlo con severidad analítica– es lo que define la originalidad y la apuesta de Marx de vuelta. 
Una originalidad que el autor sabe partícipe de una biblioteca marxista cuyos nombres no cesa de citar e interpretar: Marx, Adorno, Postone… 
Hasta hace pocos años el marxismo fue un cadáver filosófico. Las razones de una necrosis inimaginable hacia 1960 fueron de diversa índole, con frecuencia en texturas de estrafalaria coherencia. 
e reprochó a la filosofía marxista el convalidar los males de un cierto “marxismo”: determinismo, positivismo, historicismo, totalitarismo, racionalismo, etcétera. 
La diversidad de las condenas ocultaba mal el lastre que pesaba sobre el marxismo en filosofía (aunque no solo allí), a saber, el balance del siglo veinte y el fracaso de las experiencias revolucionarias. 
Una mutación ideológica consumada hacia 1980 erosionó la inquietud marxista en las nuevas hornadas de jóvenes con sensibilidad filosófica. 
Las filosofías de Jean-Paul Sartre y Herbert Marcuse aparecían como datadas e incluso ingenuas; volver sobre la relación Hegel-Marx un tema de “historia de las ideas”.

Sería insostenible afirmar que hoy nos encontramos ante un nuevo panorama donde reflexionar lo que hasta hacía poco era impensable: la construcción de un programa filosófico marxista. 
Nada nos impide imaginar, empero, las tareas de una filosofía marxista en un contexto de renacidas luchas sociales y políticas emancipatorias. Sin embargo, la circunstancia histórica sería insuficiente para definir un proyecto filosófico en tanto que tal. Incluso en este tiempo de crisis global es imaginable un renacimiento de la política socialista-marxista sin que se disuelvan secretamente sus dificultades conceptuales. La teoría social y la filosofía encuentran allí una faena indelegable. De allí la importancia de su paradójica inactualidad, es decir, la valentía de un pensador que se aviene jubiloso a contravenir el “espíritu de la época”. Es precisamente en ese temperamento que Facundo Martín nos procura su argumento filosófico. No le basta reclamar a lo real una sanción afirmativa del pensamiento crítico. Entiende que requerimos pensar desde el principio, o lo que es lo mismo, repensar, el legado de Marx. Tal actitud despliega el campo de su indagación teórica. No es la exigencia inmediata de un hacer algo en el mundo, sino la interrogación de los conceptos marxistas que subtienden a la praxis, que permiten esclarecerla. Se resiste a enceguecerse en un imaginario pasaje a la práctica, como si dicha práctica constituyera un dato carente de mediaciones. Este libro es entonces propiamente filosófico porque no pretende allanar los problemas de la teoría en el plano de la acción, neutralizando las dificultades propiamente conceptuales como sombras de una realidad más consistente o fundante. Contrasta así con una asimilación demasiado vertiginosa de las “Tesis sobre Feuerbach” donde se lee (mal) que los dilemas de la teoría se resuelven en la práctica. En realidad la misma distinción entre teoría y práctica requiere ser revisada si se entiende por la primera un orden etéreo del pensamiento y por la segunda una sustancialidad “materialista”.

La unidad simple de teoría y práctica es una inversión de la creencia idealista que deja incólume su certidumbre básica. Pues allí donde el idealismo descifra la conquista de la completa experiencia humana por el pensamiento, una noción del marxismo como “materialismo histórico” clausura la disonancia entre el pensamiento y la experiencia. La práctica se presenta entonces como totalidad real e inmediata. La metafísica de esa convicción es insostenible. Incluso es intelectualmente menos interesante que el idealismo absoluto hegeliano para el cual siempre subsiste una grieta del pensamiento filosófico –que siempre “llega tarde”– respecto de lo real. Lector cuidadoso de Theodor Adorno, Facundo Martín renuncia al deseo de una apropiación “absoluta” de lo real por el pensamiento. El materialismo del argumento desarrollado en este libro se sostiene justamente en esa renuncia a cualquier reunificación total de la escisión entre sujeto y objeto. En otros términos, ningún hacer humano puede reconquistar una esencia perdida o mutilada pues no hay tal cosa.

La fractura sujeto/objeto posee dos dimensiones. Una es de orden transhistórico. El autor se abstiene de elaborar esa transhistoricidad, una explicación que demandaría un volumen independiente. Se aplica a destacar la imposibilidad de toda aspiración retotalizante que eliminase la mencionada fractura (esa persuasión sostiene su crítica de György Lukács) y así retornase a una unidad no mutilada. Le interesa subrayar la dimensión de orden histórico: la particular dialéctica entre objetividad y subjetividad configurada en las condiciones del capitalismo. La cosificación propia del capitalismo –esto es, la realidad efectiva del “fetichismo de la mercancía”– funda una grafía de dominación transitoria, subordinada a la vigencia de la lógica del capital, y por ende abierta a una transformación que debido al alcance global de tal lógica solo es viable como revolución mundial. Facundo Martín reprocha a Adorno el abstenerse en destacar adecuadamente las dos dimensiones del desfasaje sujeto/objeto, amalgama que se encuentra en la base teórica de su célebre “pesimismo”. 
Por esta razón elige complementar el análisis dialéctico adorniano por las precisiones teóricas aportadas en la reinterpretación de Marx formulada por Moishe Postone. Sin embargo el temperamento conceptual del autor es independiente y puede meditar sobre algunos límites del pensamiento postoniano a la luz del mejor Adorno, el de la dialéctica negativa. Entre Adorno y Postone, Facundo Martín se hace fuerte en una visión crítica de la modernidad. A diferencia del kantismo de izquierda defendido por Jürgen Habermas, la recuperación del proyecto moderno es sostenida desde una crítica dialéctica y radical. Mientras la concepción weberiana de la modernidad le permite a Habermas distinguir entre ámbitos autónomos, y particularmente identificar un “mundo de la vida” lingüístico donde prevalece la racionalidad específica del diálogo, la opinión pública y la apertura a una crítica de la dominación, el punto de vista marxista del presente libro expone la automediación inestable pero global de un Sujeto: el capital. Esa diferencia no lo conduce al pesimismo, al anarquismo teórico o al antimodernismo. Opta por una noción contradictoria de la modernidad capitalista. A la vez que crea una dominación interna a los individuos y las clases sociales, el capital constituye las condiciones de posibilidad de su superación por una democracia del poder y la riqueza, es decir, por el comunismo.

De lo dicho se desprende que una política transformadora viable puede generarse dentro de los límites, entre meandros e intersticios, del dominio del capital. En un mundo apropiado por ese Sujeto (es Sujeto pues lo parasita una contradicción inmanente que explica su automovimiento enajenado), emergen sujetos sociales, culturales y políticos. Al respecto Facundo Martín asume el gesto marxiano de desechar toda aspiración antojadiza, afirmada en deseos desvinculados de las coerciones de lo real. Eso vale no solo para las ideologías burguesas que fantasean con reformar más o menos progresistamente el capitalismo, sino también para el esencialismo que subyace en un obrerismo para el cual la clase trabajadora vela en su seno un destino revolucionario solo postergado por obstáculos externos.

Lejos de constituir una alteridad radical respecto del capital, la clase obrera es una figura social inscripta entre sus pliegues (el capital variable puede adoptar formas diversas y modificables), tanto en el plano objetivo de su “composición” como en el subjetivo de sus adhesiones simbólico-imaginarias. Sus fracciones, sus características técnicas y las figuras de su reproducción, pero también sus ideologías, se dirimen en las entrañas contradictorias del metabolismo social del capital. Por lo tanto, si hay una dinámica contradictoria esta ya no reside entre el capital y una exterioridad. Descansa en el seno de la inestable totalidad social mediada por las relaciones sociales de producción, y más exactamente entre la medida de valor (el trabajo abstracto) y la riqueza social producida. Es la contradictoriedad de la vigencia trémula del capital la que inaugura la eventualidad de un acontecer político-cultural postcapitalista. También allí se generan las precondiciones históricas de una crítica. En consonancia con las tesis de Alfred Sohn-Rethel, el autor detecta entre los pliegues del capital los filamentos de la abstracción “burguesa”, el suelo del “pensamiento”, y las huellas de su impugnación.

Al destacar la posibilidad de una sociedad postcapitalista a partir de las contradicciones internas del capital, Facundo Martín puede abstenerse de cualquier declaración universalista y ahistórica de una política comunista (base de la axiomática de la “idea comunista” en Alain Badiou), de la postulación de una abstracta “autonomía de lo político” (como en los postmarxismos de Jacques Rancière y Ernesto Laclau), y de las variantes del autonomismo que vislumbran sujetos exteriores al capital y el Estado (con matices en las versiones de Antonio Negri y John Holloway).

Cuando el autor nos presenta un “Marx de vuelta”, me parece, esa vuelta tolera matices lacanoides. Es un retorno a la lectura de Marx, un regresar a los textos marxianos con nuevas preguntas y el discernimiento de que un ciclo histórico ocurrió –es decir, se consumó– durante el siglo veinte. En otras palabras, involucra el volver a leer lo que se interpretó con interrogaciones y premisas desencaminadas. Es también un dar vuelta a Marx tras las experiencias del marxismo y de la historia de la práctica revolucionaria socialista. Al aceptar a la vez un núcleo válido de su pensamiento crítico y el carácter inacabado de su empresa, Facundo Martín brega en una reinterpretación que asuma la travesía por la literatura marxista, por sus conquistas y por sus reiterados crepúsculos.

Marx de vuelta es una obra de filosofía crítica que entonces se ha percatado de cuál es su época, de cuál es su horizonte, y de lo que rechaza de ambas. Acepta con prudencia una travesía por el desierto donde cada paso en el orden del concepto exige una prolongada elaboración teórica. Concibe el talento inicial de un volver a Marx con la certeza de que “Marx” es más un archivo donde se mestizan textos y conceptos que un sistema conceptual hermético. Por ende sienta las bases de una tarea que está y no puede sino estar siempre en sus comienzos. Es que a diferencia de los saberes “científicos” que poseen objetos y métodos prefijados, la filosofía se pregunta qué subyace al semblante de la razón instrumental. Y, hay que decirlo, la filosofía es crucial para repensar el marxismo que se desfiguró como una ciencia empírica –el “materialismo histórico”– bajo un régimen epistémico ingenuamente adoptado de la episteme burguesa.

Otra vez, la asunción de una faena laicizada no conduce al autor hacia los puertos negligentes del relativismo o al fragmentarismo “postestructural”. Lo sitúa en el designio de una rediscusión de las peripecias de la modernidad. En este libro, apelando a una selectiva lectura de la teoría crítica contemporánea, cimenta los pilares decisivos de un quehacer filosófico marxista que solo podría prosperar en una obra colectiva. 
Pues las elucidaciones teóricas propuestas en este libro reclaman ulteriores desarrollos y reconstrucciones del modo en que la lógica del capital se hace mundo: en la mercancía, en el dinero, en el Estado, en las clases sociales, en lo inconsciente, en el mercado mundial. Se entiende que el trabajo por realizar es formidable. 
Por fortuna, Facundo Martín no está solo. 
Pertenece a una generación intelectual –siempre naciente, siempre en peligro de disolverse o de integrarse al orden establecido– que ha empezado a producir nuevos textos de filosofía marxista. 
Se trata de una generación liberada de las pesadillas con que el saldo de la experiencia política oprimió el cerebro de los vivos tras la gran derrota histórica del proyecto socialista durante el siglo pasado. Mas no se entienda esa liberación como olvido o denegación. 
Por el contrario, anima su vigor de pensamiento una revisión de lo sabido y lo impensado de la tradición socialista. Así, creo yo, Marx de vuelta invoca en sus argumentos un entramado de investigaciones filosóficas en el que anida un renacimiento de la crítica marxista.

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