LA LEY DE SAY
La ley de Say era, básicamente, la respuesta de la economía
clásica al argumento de la insuficiencia de demanda agregada utilizado por Sismondi
y Malthus para explicar la posibilidad de que una situación de sobreproducción
generalizada y desempleo de recursos productivos se extendiera indefinidamente
en el tiempo.
Esta ley es una pieza fundamental de la economía clásica. Lleva
ese nombre en honor de Jean Baptiste Say, economista francés que vivió a
caballo entre los siglos XVIII y XIX, que presentó esta ley en su Traité
d’èconomie politique.75
Frecuentemente la ley de Say se resume en la expresión
telegráfica la oferta crea su propia demanda como si el simple acto de ofrecer
cualquier bien o servicio en el mercado garantizara la venta del mismo.
Sin
embargo, esta forma de expresarla puede llevar a confusiones.
La ley de Say no
dice que los productores puedan arriesgarse a ignorar las preferencias de los
consumidores.
La idea que trata de transmitir esta ley es que los recursos
productivos no permanecerán indefinidamente ociosos por falta de demanda
agregada.
A lo largo de este capítulo se tratará de aclarar esta idea.
Para
ello partiremos de lo que el propio Say y otros economistas clásicos escribieron
al respecto.
Se plantearán las implicaciones de la ley de Say en relación con
el carácter automático del pleno empleo de recursos productivos y se presentará
esta ley como uno de los primeros intentos de aproximación al problema del
equilibrio general en la economía (aunque desde una perspectiva agregada).
1.
Smith, Say, James Mill y Ricardo: la identidad de Say
Algunos de los argumentos
implicados por la ley de Say, tal y como Jean Baptiste Say la expuso en su
Tratado, se encontraban ya en La Riqueza de las Naciones de Adam Smith. Sin
embargo, puede decirse que Smith no los expuso de forma precisa ni tampoco
llegó a plantear expresamente el argumento central de dicha ley.
En el capítulo
titulado De la acumulación del capital, o del trabajo productivo e improductivo,
del libro segundo de La Riqueza de las Naciones, Smith afirma lo siguiente
“Los
capitales se incrementan con la parsimonia y disminuyen con la prodigalidad y
disipación [...]Así como el capital de un individuo sólo puede incrementarse
con lo que ahorre de sus ingresos o de sus ganancias anuales, el capital de una
sociedad, que es el mismo de todos los individuos que la componen, sólo se
puede incrementar de la misma forma [...] Lo que anualmente se ahorra se
consume regularmente de la misma forma que lo que anualmente se gasta, y ello
ocurre casi en el mismo período, pero lo hace gente distinta […]La parte que
anualmente se ahorra, se emplea inmediatamente como capital con el objeto de
obtener beneficios, y se consume de la misma forma y aproximadamente en el
mismo período de tiempo, pero por gente diversa, por trabajadores,
manufactureros y artesanos que reproducen con un beneficio el valor de su
consumo anual.”
Un poco más adelante, Smith afirma que “el único fin del dinero
es permitir la circulación de los bienes de consumo.” 76
De este modo Smith
establece tres ideas sobre las que Say insiste en todas las ediciones de su
Tratado:
(a) el ahorro, más que el consumo, promueve la acumulación de capital
y el crecimiento;
(b) los ingresos se gastan o invierten en su totalidad; y
(c)
la única función del dinero es la de ser medio de cambio.
Pero Say da un paso
más:
establece que los productos se pagan con productos y enfatiza la idea de
que es la producción y no el consumo lo que crea riqueza.
A pesar de que Say
expresó su ley de mercados de muy diversas formas, ninguna de ellas resulta más
esclarecedora que la siguiente:
“[...] Un producto terminado ofrece, desde ese
preciso instante, un mercado a otros productos por todo el monto de su valor.
En efecto, cuando un productor termina un producto, su mayor deseo es venderlo,
para que el valor de dicho producto no permanezca improductivo en sus manos.
Pero no está menos apresurado por deshacerse del dinero que le provee su venta,
para que el valor del dinero tampoco quede improductivo. Ahora bien, no podemos
deshacernos del dinero más que motivados por el deseo de comprar un producto
cualquiera.
Vemos entonces que el simple hecho de la formación de un
producto abre, desde ese preciso instante, un mercado a otros productos.” 77
Casi por las mismas fechas en que Say escribía, James Mill expresó el mismo
argumento de forma más precisa centrándose en la idea de que el valor de la
producción se iguala al poder de compra.
En su obra Commerce Defended,
publicada por primera vez en 1808, James Mill se expresaba en los siguientes
términos:
“[..]Cada porción del valor de la producción anual de un país se
distribuye en forma de ingreso de algún individuo. Y cada individuo del país
hace compras, o algo que es equivalente a hacer compras, con cada céntimo que
llega a sus manos. La parte que se destina al consumo se emplea, evidentemente,
en hacer compras. Y la parte que se emplea en capital también. O bien se paga
en forma de salarios a los trabajadores, que inmediatamente compran alimentos y
otros bienes necesarios, o bien se emplea en la compra de materias primas. La
totalidad del producto anual del país es, de este modo, empleado en hacer
compras. Como la totalidad de la producción anual del país se pone en venta,
entonces toda la renta nacional se emplea en comprar la totalidad de la
producción ; por grande que pueda ser la producción anual, siempre creará un
mercado para ella. ” 78
Esta cita se puede resumir diciendo que la propensión
al gasto es igual a uno para todo el mundo.
En otras palabras, los planes de gasto de cada individuo coinciden siempre y en todo momento con sus expectativas de ingreso.
Esto, automáticamente, implica la identidad entre la oferta y la demanda agregadas.
Dicha identidad se conoce habitualmente como identidad de Say.
En otras palabras, los planes de gasto de cada individuo coinciden siempre y en todo momento con sus expectativas de ingreso.
Esto, automáticamente, implica la identidad entre la oferta y la demanda agregadas.
Dicha identidad se conoce habitualmente como identidad de Say.
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75 En vida de Say se publicaron cinco ediciones de esta obra: la primera en 1803 y la última en 1826. A lo largo de estas cinco ediciones Say introdujo algunas modificaciones en el capítulo sobre los mercados (Des Débouchés), en el que expone su ley de los mercados. Debido sobre todo a la polémica que mantuvo con Sismondi sobre la posibilidad de un general glut, este capítulo pasó de un pequeño número de páginas en la primera edición del Traité a convertirse en un capítulo sustancial en la cuarta y quinta ediciones. (Véase Thomas Sowell, Say´s Law: An Historical Analysis, op. cit., p. 18.) Una edición digital en castellano del Traité, traducida en 1821 a partir de la cuarta edición en francés, puede consultarse a través de la página web de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: http://cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/07593407102704830315924/portada.JPG. Más reciente es la edición en castellano (traducción de una edición en francés de 1841) publicada por el Fondo de Cultura Económica en el año 2001.
76 Smith, La
Riqueza de las Naciones, op. cit., vol. I, pp. 393-96.
77 J.B. Say, Tratado de Economía Política, op. cit. p. 124.
78 James
Mill (1808), Commerce Defended en D. Winch (Ed.) Selected Economic Writings,
Univertiy of Chicago Press, 1966. Véanse las páginas 136 y 137.
La ley de Say y el pleno empleo
Los
economistas clásicos se preocuparon de la formación de los precios, de la
asignación de los recursos y del crecimiento económico pero nunca prestaron
mucha atención al problema del pleno empleo de los recursos productivos.
En
general se pensaba que el mecanismo de la competencia era suficiente para el
logro del pleno empleo y que la infrautilización de los recursos sólo podría
ocurrir de modo transitorio.
El único entre los clásicos que aceptó la tesis
del subconsumo y que no aceptó del todo el automatismo del pleno empleo fue de
Malthus. Pero Malthus no logró desarrollar un posición coherente.
Por esta
razón, sus ideas al respecto desaparecieron de la corriente principal del
pensamiento económico, hasta que Keynes las rescató.
Keynes escribió que
“Después de una lectura cuidadosa de esta correspondencia (la mantenida entre
Malthus y Ricardo) no se puede dejar de tener la sensación de que la casi destrucción
del método de Malthus y el dominio ejercido por el de Ricardo por un período de
un centenar de años ha sido un desastre para el progreso de la economía.” 85
Podría decirse
que, en general, dentro de la corriente principal del pensamiento económico,
existió hasta la época de Keynes la confianza en el carácter automático del pleno
empleo.
Y la base teórica de dicha creencia fue durante mucho tiempo la ley de
Say, de la cual se pretende derivar una tendencia al pleno empleo de los
factores de producción.
Este resultado se presenta a menudo como algo evidente.
Pero ciertamente, y sobre todo, visto desde la perspectiva de la teoría
económica actual, no lo es.
Si nos ceñimos a la identidad de Say es evidente
que no se puede concluir nada acerca del nivel de empleo de los factores
productivos a partir de un supuesto de comportamiento como el de la propensión
marginal al gasto universalmente igual a uno. Tal supuesto sólo nos sirve para
excluir, prácticamente por definición, la posibilidad de que haya un exceso
generalizado de oferta o de demanda de bienes y servicios.
Pero no nos dice nada
acerca del nivel de empleo de los recursos disponibles.
Para ilustrar esta
cuestión consideremos una economía donde sólo se produce un bien, X, con
trabajo, L y capital, K, de acuerdo con una función de producción de
coeficientes constantes. La figura 1 ilustra dicha función de producción. En
dicha figura se representa también la dotación de factores de la economía
(punto E).
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84 Hay que señalar que el primero en exponer con
claridad la relación entre cantidad de dinero, tipos de interés y precios no
fue J. S. Mill sino Henry Thorton en su libro de 1802 An Inquiry into Nature of
Paper Credit in Great Britain(Existe traducción al castellano de este libro en
la editorial Pirámide, Madrid, 2000).
85 Véase la introducción de J. M. Keynes a los
Principios de Economía Política de Malthus, op. cit. , p. xxxv.