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sábado, 17 de octubre de 2020

Adam smith: interés particular y bien común

 Adam smith: interés particular y bien común

 Raquel Lázaro Cantero

Adam Smith se ha considerado históricamente como el padre del capitalismo. El capitalismo no es simplemente un modo de hacer economía —el libre mercado frente al mercantilismo reinante en la época en la que escribe Smith— sino una manera de organizar la sociedad. 

El capitalismo genera riqueza desde algunos principios bien conocidos: la división del trabajo, la inversión de capital, el interés particular que persiguen los individuos que forman la sociedad y la obtención de beneficios, principalmente. Como bien advirtió en su día Weber1 , capitalismo ha habido siempre, y lo que destaca de la forma que ha tomado en el occidente europeo de la Modernidad es la organización racional del trabajo. Ahora bien, en Smith, atendiendo a esos principios y a otros antropológicos —que también se deben tener en cuenta— es posible afirmar que, además de fomentar la riqueza, se puede constituir una forma de orden social, que, sin ser perfecta, permite a los hombres vivir en una cierta armonía social. 

Si hay algo que preocupa a los ilustrados del siglo XVIII, cuando investigan las cuestiones sociales es, precisamente, el problema de la armonía social, de la paz. 

Europa había pasado de ser una cierta unidad religiosa y política —forma social imperante en la Edad Media cristiana—, a ser un conjunto de estados, en los que la religión ya no representaba el papel principal en torno a la paz, es decir, el hecho de ser la instancia que en último término la garantizaba. Había otros aspectos del modo de ser social que pasaron a un primer plano para la consecución de la tan deseada armonía. Entre esos aspectos aparecieron como protagonistas, en buena parte del siglo XVIII europeo, la moral y la economía. Ciertamente que entendidas de un modo nuevo: moral y economía venían a ser términos sinónimos de equilibrio de las pasiones y libre comercio. 

Smith ha sido objeto de innumerables investigaciones. Muchos le han estudiado para ver sus aportaciones económicas, relegando sus escritos morales; otros buscando encontrar en él instancias éticas que pudiesen servir de medida al imperialismo capitalista, entendido tan sólo en términos económicos. Lo que pretendemos en este breve estudio es mostrar cómo Smith se inscribe en su propia tradición contemporánea, preocupada muy principalmente por la paz; y, de otra parte, cómo aborda ese tema desde el estudio de las pasiones, investigación que lleva a cabo en la primera de sus obras importantes, La Teoría de los Sentimientos Morales (TSM), y que considero es preciso tener en cuenta para entender su obra más famosa y conocida, La Riqueza de las Naciones (RN). 

El hombre vive en sociedad y, habitando en ella, experimenta que es un ser dependiente: necesitamos de los demás. Ahora bien, ¿qué nos mueve a actuar en sociedad?, ¿consideramos las necesidades ajenas del mismo modo que las nuestras, o bien sólo lo hacemos por la relación que guardan con nuestros intereses? 

La paz social es el elemento principal de lo que estimamos como bien común. Aún con todo, ¿se puede generar la armonía social al margen del bien común?; en ese caso, ¿lo que se designa con el término bien común es lo mismo que lo que designamos como interés general?; y, por último, ¿ese cambio de terminología se corresponde con alguno más sustancial para el hombre en tanto que ser social? 

Smith considera que la virtud más importante para que la vida social transcurra de modo armónico es la justicia. Pero no entiende la justicia al modo clásico, sino de una manera nueva, de forma negativa, en el sentido de que no pone el acento en el bien que hay que hacer al prójimo, sino más bien en el mal que hay que procurar evitarle. Algo parecido ocurre con la benevolencia. Ésta es libre, es decir, se ejerce espontáneamente, luego no hay obligación moral de hacer bien al otro de modo directo y positivo. Smith fue coherente: si la sociedad no está unida por los lazos de la benevolencia, sino por los de la justicia, ciertamente vivirá, mejor dicho, sobrevivirá, ya que no vivirá del mejor modo posible, condición que sólo se alcanzaría en caso de que fuese la benevolencia la que reinase.

 Es tremendamente actual el tema que aquí se presenta. Hoy se lleva lo políticamente correcto, y ésa es precisamente la medida para la acción que propone Smith. Entre el heroísmo que se propugna desde la moral griega y cristiana y el egoísmo descarnado de las teorías hobbesianas, Smith lanza una solución intermedia: entre la excelencia y lo pésimo optemos por lo correcto, es decir, por lo que en el fondo aprueba la mayoría social de hecho. 

Son muchas las voces que hoy se dedican a denunciar el materialismo y consumismo feroz que envuelve a buena parte del mundo occidental. Ciertamente, en la parte del mundo que nos ha tocado habitar vivimos bien materialmente: casi todos tienen lo que necesitan o pueden optar a los medios adecuados para obtenerlo. Ahora bien, el bienestar material ha traído consigo el olvido de las normas éticas, la relajación de las buenas costumbres y un alto grado de individualismo, que enraiza al hombre en una profunda soledad en medio de grandes urbes altamente pobladas. Cabe preguntarse, por tanto, si el alto precio que se ha pagado por ese bienestar material no ha sido, quizá, demasiado alto. 

El afán de seguridad material ha dejado desprotegido al hombre respecto a los valores más altos del espíritu, pues el cuidado y la atención, requeridos por las propiedades materiales, hacen que el hombre olvide, con relativa facilidad, otras necesidades que no son tan inmediatas, aunque también esenciales. Sin duda, precisamos un poco de la honradez de Smith. Pero es necesario revisar los presupuestos antropológicos del capitalismo smithiano en lo que atañe a la propiedad, al bien común y a la condición familiar del hombre y, desde esa revisión, superar una armonía social que tan sólo busca equilibrar los intereses individuales. ¿Cómo?, mediante la auténtica paz social que se alcanza desde el bien común, entendido éste como tarea moral que atañe a todos y que invita a cada persona a hacerse cargo de la sociedad de modo activo y directo: cada uno con el servicio que presta a los otros desde su función social.

1. LA ARMONÍA SOCIAL 

En las primeras páginas de Tras la Vitud, Alasdair MacIntyre nos presenta el dibujo de un mundo imaginario: las ciencias y los científicos han caído en desgracia, los efectos de tal catástrofe se hacen notar en el arresto de los científicos y en la destrucción de la ciencia. Pero, más tarde, se reacciona frente a este hecho y “nuevos ilustrados” quieren resucitar la ciencia, aunque no recuerdan bien lo que fue. Únicamente cuentan con fragmentos de teorías, experimentos, instrumentos cuyo uso se ha olvidado. Con todos esos restos se intenta la resurrección de la ciencia en otro tiempo combatida y aniquilada. El resultado es un conjunto de prácticas que se llevan a cabo bajo los títulos de Física, Química y Biología. Nadie comprende exactamente esos nuevos saberes, pues aunque se hayan sometido a criterios de consistencia y coherencia, se han perdido los contextos que en su día les otorgaron sentido y significado. MacIntyre quiere, con ese mundo imaginario, hacernos ver que la moral, en el mundo que habitamos, es un conjunto de fragmentos cuya comprensión se nos escapa, precisamente por prescindir del entendimiento del contexto y de los conceptos2 . 

De modo análogo ha ocurrido, en ocasiones, con la comprensión del pensamiento smithiano; o bien se ha presentado de un modo sesgado, o bien fuera de su contexto originario. Han abordado su estudio sesgadamente quienes, centrándose en una de las obras smithianas, La Riqueza de las Naciones, han perdido de vista el contexto moral en el que Smith la sitúa3 y el contenido de los conceptos que emplea. De otra parte están quienes han presentado una imagen tan economicista y contemporánea de Smith que no hace justicia al así llamado “padre de la economía moderna”. 

En este breve estudio intentaremos, por tanto, investigar la doctrina smithiana sobre el interés particular y el bien común al hilo de sus escritos más importantes: La Teoría de los Sentimientos Morales, Las Lecciones de Jurisprudencia y La Riqueza de las Naciones. Por otra parte, queremos mostrar también cómo las preocupaciones de Smith en torno a las cuestiones económicas se sitúan en un contexto social común4 a todos sus contemporáneos: la paz social. 

1.1 Un nuevo logos para el mundo social 

La ciencia smithiana tiene en su base el método de la filosofía experimental de Newton y una ontología de corte empirista. 

Las principales preguntas de la filosofía experimental newtoniana son: ¿cómo funciona la Naturaleza?, ¿cómo se explica su movimiento?, ¿cuáles son sus leyes? El camino que había que recorrer para dar respuestas a esas preguntas discurría por la senda de la experiencia empírica, la observación de los fenómenos y la elaboración de leyes donde se recogieran los pocos principios simples que explican el funcionamiento de lo que se observa. 

Por otra parte, la ontología empirista, con la que cuenta Smith, parte de la imposibilidad de conocer la sustancia y el sentido último de las cosas: podemos llegar a conocer los fenómenos, los distintos aspectos de lo que se nos aparece, pero no aquello que lo sustenta, ni su orden originario. 

Como la realidad, en su sentido sustantivo, no puede conocerse —esta es la tesis empirista—, entonces su entendimiento ha de ser de tipo funcional, es decir, si el hombre no puede conocer el orden último de la realidad, al menos, intentará describir cómo funciona lo que se le aparece de lo real. A eso le llamamos logos funcional. La observación de los fenómenos y la regularidad con que se presentan sugieren una forma de orden, y posibilitan al hombre un cierto dominio sobre aquello que conoce. El empirismo británico afirma que ni la razón ni la imaginación pueden poner la realidad de modo originario, aunque ésta se puede conocer, al menos, desde la coherencia de su funcionamiento. 

Entender el orden de lo real sólo como una regularidad que se constata fenoménicamente no resuelve la cuestión del sentido último, a no ser que a esa regularidad se le atribuya un propósito, un designio. Si la regularidad obedece a un designio se admite una cierta finalidad real, es decir, hay una inteligencia que ha pensado el designio y, por tanto, un cierto orden y sentido. Al empirista —como es sabido— no le interesa la pregunta por la totalidad, pero le resulta útil la pregunta por el designio: la totalidad del mundo qua totalidad es imposible de conocer, en cambio, sí es viable constatar un designio sobre el mundo, deducido por la mente a partir de los fenómenos observados, y que incluso es necesario para justificar por qué lo observado funciona así y no de otro modo. Ese designio es la finalidad. El problema entonces es averiguar cómo se lleva a cabo ese designio en los diferentes ámbitos de lo real. 

Descendiendo a lo concreto. 

Pongamos por caso una realidad física, por ejemplo, el Universo como totalidad. Un filósofo experimental sostendría que la regularidad observada en el Cosmos obedece a un designio, es decir, a una inteligencia que lo gobierna cara a un fin determinado. Ahí tiene su origen el argumento del designio5 : existe un Dios que es causa primera y tiene un designio sobre el Universo, a saber, su conservación y la felicidad de sus criaturas. 

Vayamos a otra realidad concreta: el mundo social, que es la preocupación principal de Adam Smith. El mundo social, como parte del Universo, tiende al fin propio de éste por formar parte del todo pensado por la Causa Primera, siendo el designio para la sociedad la máxima cantidad posible de felicidad6 . 

El hombre, en tanto que ser societario, contribuye a poner las bases para que ese designio se cumpla, pero, ¿cómo? Intentando asegurar la paz social mediante la armonía y la regularidad de las pasiones humanas. En la ciencia social éstas son lo que los fenómenos naturales son en la filosofía experimental, es decir, aquello que se ha de observar y cuyo funcionamiento es preciso describir, en la medida de lo posible, mediante leyes. 

La paz social no es la felicidad, pero sí la condición que la posibilita. Para Smith, la felicidad del hombre corriente se cifra en el cuidado de la salud, la fortuna, la posición y la reputación del individuo7 , es decir, depende del ejercicio de la virtud de la prudencia, tal como el autor escocés la entiende, y que en breve expondremos.

El mundo social está en manos de los hombres y es obra de ellos. Eso significa, para Smith, que necesariamente ese mundo será imperfecto, pues la perfección es un ideal filosófico, un atributo propio de lo divino, no del hombre corriente. Por ello cualquier perfección es obra de Dios, no de los hombres. Como Dios no interviene directamente en el orden social, éste siempre es imperfecto y, en ese sentido, contingente. Sólo en tanto que forma parte del Cosmos ordenado según un designio de Dios, al hombre le cabe esperar que, de algún modo, le asista la Providencia, pero esa creencia en lo invisible es muy débil en la mayoría de los hombres y, por tanto, opera poco eficazmente ante la fuerza de los hechos visibles, que manifiestan lo imperfecto del mundo humano. E. G. West, uno de los estudiosos de Smith, recoge esta idea diciendo: "una de las tareas más importantes del intelecto humano, según Smith, consiste en diseñar un conjunto de reglas, un ‘sistema de justicia’ bajo el cual pueda vivir en armonía la humanidad. Los hombres no pueden confiar pasivamente en alguna mano invisible, sino que deben actuar conscientemente por sí mismos"8 . De ahí que la filosofía moral tal como la concebía Adam Smith estuviese articulada en dos partes: la ética y la jurisprudencia. 

La primera de ellas buscaba dos cosas principalmente: enseñar a los hombres a portarse correctamente según los propios principios de la naturaleza humana, y mostrar las reglas morales cuyo cumplimiento contribuyese a la armonía de la sociedad sin que la razón fuese la instancia rectora. La jurisprudencia, en cambio, estudiaba los principios generales de las leyes de todas las naciones. Esas instancias externas de derecho se requerían para regular los comportamientos humanos en orden a la paz, puesto que el comportamiento moral de los ciudadanos era de hecho insuficiente en numerosas ocasiones. 

La jurisprudencia, por tanto, se ocupa de precisar los derechos derivados de la justicia a nivel privado y público, de reglamentar las partes inferiores del gobierno, a saber, limpieza, seguridad y opulencia, de los ingresos del Estado y de establecer las relaciones entre las naciones y las leyes de la paz y de la guerra. La jurisprudencia busca con todo ello preservar la armonía social para facilitar el cumplimiento del designio de la naturaleza. 

Precisamente porque asegurar una cierta armonía social es una de las principales preocupaciones de Smith, una línea de sus investigaciones busca descubrir y analizar las injusticias que son causa de la disarmonía social, y que impiden a los hombres que se puedan beneficiar mutuamente9 en su convivencia social, para que ésta sea lo más feliz posible. 

Esas injusticias pueden encontrarse en distintos planos sociales: 

1. En el plano político, las injusticias las cometen, o bien los individuos de una misma sociedad entre sí, o bien las naciones entre ellas. Los hombres se comportan injustamente entre ellos por no respetar el principio de no perjudicar al otro, y lo mismo ocurre entre las naciones. La causa de esas injusticias es siempre el dejarse arrastrar por las peores pasiones, que —en opinión de Smith— son la ambición y la avaricia10. Para ejemplificarlo acude a la experiencia histórica: los príncipes y teóricos políticos han buscado con frecuencia su propio interés sin prestar atención a las condiciones en que vivían sus súbditos, de modo que, en ocasiones, para mejorar su condición, han atropellado a áquellos para lograr sus propios intereses. Los hombres y las naciones buscan y desean ser admirados: "Los principales objetivos de la ambición y la emulación son merecer conseguir y disfrutar el respeto y la admiración de los demás"11. Smith distingue dos caminos para lograr el ser admirados: uno es ciertamente la sabiduría y la virtud, pero existe otra senda que también causa admiración y respeto, a saber, la riqueza y la posición. Esto último no es tan noble como la virtud, pero alcanza el mismo fin: despertar la admiración de los otros. Pocos hombres persiguen la admiración verdadera; en cambio, la que despierta la riqueza y la posición se debe a un engaño de la imaginación12 y mueve a la mayoría. 

2. Las injusticias cometidas en el plano religioso se han traducido en guerras y disputas derivadas de facciones religiosas aliadas con gobiernos civiles. De otra parte, ciertas formas religiosas han inducido a los hombres a conductas antisociales y fanáticas. La solución que Smith propone a este problema pasa por la ausencia de gobiernos eclesiásticos que puedan influir en el poder temporal. Nuestro autor es partidario de la religión racional13, o bien, como solución alternativa a su carencia en todos aquellos que no son ni sabios ni virtuosos —lo cual incluye a la mayor parte de los hombres—, de la presencia de una multitud de sectas14 que se limiten a recomendar y a vigilar el recto comportamiento moral de todos quienes participen en ellas. 

3. En el plano económico, el sistema mercantilista de comercio ha sido fuente de innumerables injusticias, al impedir la búsqueda del propio interés según la virtud de la prudencia y de la justicia. Smith opina que el mercantilismo suscita un espíritu monopolista en comerciantes e industriales, que ha impulsado a los países a que vean la prosperidad y beneficio de sus vecinos con envidia, y a éstos como posibles rivales para el interés propio. Por ello, "el comercio que debía ser, entre las naciones como entre los individuos, un lazo de unión y amistad, se ha vuelto un campo fértil para el desacuerdo y la animosidad"15. Smith ve la necesidad de cambiar ese sistema de economía política, pues lo que más puede beneficiar al propio país es comerciar con otro que sea rico y próspero, así: "permitirá intercambiar con nosotros un valor mayor y suministrarnos un mercado más amplio para el producto inmediato de nuestras actividades o para lo que se puede comprar con ese producto"16.

 La política económica debe estar orientada a "restringir nuestros impulsos egoístas y fomentar los benevolentes"17, es el único modo de alcanzar la armonía de los sentimientos y las pasiones entre los individuos y entre las naciones. En eso consiste esencialmente la armonía social regulada por la conducta moral. Ahora bien, ¿cómo restringir el egoísmo y fomentar la benevolencia? 

Para A. Smith, los hombres, puestos en sociedad, se prestan una ayuda recíproca: "todos los miembros de la sociedad necesitan de la asistencia de los demás"18. El hombre nunca es completamente independiente: "está casi permanentemente necesitado de la ayuda de sus semejantes, y le resultará inútil esperarla exclusivamente de su benevolencia"19. En una sociedad desarrollada —que es precisamente lo que Smith llama la sociedad comercial— los servicios que los hombres se prestan mutuamente facilitan que todos puedan beneficiarse. Como esos servicios no derivan precisamente de la benevolencia, hay que diseñar un sistema de economía política desde el que se regule la asistencia mutua. Puesto que es patente que la sociedad humana es imprescindible para el desarrollo y la felicidad de cada ser humano, todos los hombres están interesados en preservar la sociedad en la que viven, ya que ellos mismos son los primeros beneficiados y, si faltase ese interés por su parte, serían los primeros perjudicados. 

1.2 La pasión dominante: el selfinterest. Sus formas virtuosas 

En La teoría de los Sentimientos Morales Smith distingue entre pasiones humanas egoístas y benevolentes. Las pasiones son los principios motores de las acciones humanas y han de estar reguladas desde la corrección —el juicio moral que elabora el espectador imparcial— y desde el sentido del deber —las normas morales—. Smith considera que, por egoísta que se considere al hombre, no es una criatura que se mueva únicamente por el self-love, pues también el amor por los demás es un principio para su acción, que es distinto del self-interest. Pero ahora le preguntamos a Smith: ¿es realmente el amor a los otros un principio distinto del self-interest, o es más bien un disfraz de ese mismo principio? Ciertamente, el self-interest mueve al hombre smithiano y dentro de él se incluyen también los demás hombres. 

Smith parte de una premisa estoica: "cada hombre debe cuidar primero y principalmente de sí mismo"20, pues cada ser humano está preparado "para cuidar de sí mismo más que ninguna otra persona"21, de ahí "que cada individuo está más profundamente interesado en lo que le preocupa de inmediato a él que en lo que inquieta a algún otro hombre"22. Los demás son encomendados a nuestro propio cuidado en tanto que tienen algún vínculo con nosotros, y siempre de modo secundario, es decir, "después de uno mismo"23. 

El self-interest no es sinónimo de egoísmo en el pensamiento smithiano. La pasión del self-interest puede ser virtuosa24. El hombre posee una naturaleza simpatética, es decir, mecanismos morales que...

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