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sábado, 2 de diciembre de 2017

Auge y caída de la teoría de la “innovación disruptiva”




supergurues clayton christensen
Nuevas investigaciones muestran que la teoría expuesta en “El dilema del Innovador” es poco útil para entender el mundo de los negocios
Joseph Schumpeter



La Destrucción Creativa es el hecho esencial del capitalismo”, escribió Joseph Schumpeter en 1942 mientras enseñaba en la Universidad de Harvard. Fue el primer economista en desarrollar una teoría sobre los emprendedores. Schumpeter fue un teórico, más preocupado por los procesos de desarrollo social que por los quehaceres prácticos de los negocios. 

Más de medio siglo después, Clayton Christensen, otro profesor de Harvard, reempaquetó la idea schumpeteriana de destrucción creativa en un producto de consumo corporativo bajo el nombre de innovación disruptiva.
El Dilema del Innovador (1997), uno de los grandes best-sellers de negocios de la historia, catapultó a Christensen al estatus de supergurú.
The Economist lo eligió como el mejor libro de negocios del año y posteriormente Forbes premió a su autor como uno de los pensadores de negocios más importantes de los últimos 50 años.
Llegaba en el momento indicado, justo cuando comenzaba la explotación comercial de Internet y se inflaba la burbuja puntocom. Empresarios, ejecutivos y banqueros estaban expectantes frente a lo que aparecía como la mayor transformación en la historia del capitalismo. 
Este profesor de Harvard había inventado el pico y la pala justo cuando comenzaba la fiebre del oro.

El Dilema... le siguieron otros libros donde Christensen ofrecía tips para responder al cambio disruptivo ( The Innovator’s Solution, 2003), para leer el entorno ( Seeing what’s next: using the theories of innovation to predict industry change, 2004), con consejos específicos para las escuelas ( Disrupting Class, 2008), para la salud ( The Innovator’s Prescription, 2008), y para la educación universitaria ( The Innovative University , 2011).

En un artículo publicado en la última edición de la prestigiosa MIT Sloan Management Review los profesores Andrew King y Baljir Baatartogtokh advirtieron que, más allá de su inmensa popularidad, elrespaldo empírico de la teoría de la disrupción es endeble. A través de 79 expertos de diferentes industrias para analizar 77 escenarios de innovación disruptiva estudiados por Christensen, descubrieron que la teoría sólo realizaba predicciones correctas en un puñado de casos.
King y Baatartogtokh no fueron los primeros en echar dudas sobre evangelio de la innovación.

El Dilema... ya había caído en desgracia el año anterior, cuando una respetada historiadora de Harvard escribió un demoledor artículo en The New Yorker donde poco menos que acusó de “chanta” a Christensen.
Clayton “Clay” Christensen nació en 1952 en una familia mormona de 
Salt Lake City. Estudió economía y luego cursó dos másters, uno en econometría en Oxford y otro en negocios en Harvard. En los 80 fue consultor del BCG y en 1992 regresó a Harvard para hacer un doctorado en negocios. 


Se especializó en el impacto del cambio tecnológico sobre la evolución industrial.
Su tesis fue un estudio sobre el mercado de los discos rígidos de computación, donde descubrió una dinámica evolutiva muy similar a la destrucción creativa de Schumpeter. 
El argumento central de Christensen es como sigue: Las empresas establecidas en un mercado típicamente se especializan en innovaciones incrementales
Su experiencia en la industria y las investigaciones de mercado les permite formar ciertas hipótesis sobre lo que quieren los clientes, cómo funciona la competencia y cuáles son los drivers del negocio. Usan ese conocimiento para desarrollar los productos que, estiman, serán más valorados por los segmentos de consumidores más rentables. Así es como las automotrices lanzan modelos con más prestaciones; y las empresas de consumo masivo, cepillos con más cerdas o preservativos con nuevos sabores.

La innovación disruptiva funciona de manera diferente. 

En general, está asociada con un cambio tecnológico que permite hacer algo que antes no era posible. Internet, por ejemplo, permitió mandar mensajes de un lado a otro del planeta a un costo casi cero. También ver vídeos en tiempo real.

Lo disruptivo no es la tecnología, sino el cambio que ésta habilita en los modelos de negocio. 

La comunicación instantánea y gratuita de Internet habilitó el modelo Wikipedia. Y esto mató a la Encyclopedia Britannica. La misma dinámica ocurre, según Christensen, en todas las industrias. 

Los jugadores establecidos suelen no perseguir innovaciones disruptivas. 
Este es el dilema: para el líder, hacer lo correcto es lo incorrecto.

Innovar incrementalmente en negocios existentes abre la puerta trasera al ataque de un disruptor. No es culpa del equipo directivo. Ellos sólo hicieron lo que indica la sabiduría convencional de la industria.

la historiadora de Harvard Jill Lepore
En junio de 2014, la historiadora de Harvard Jill Lepore publicó el muy duro artículo The Disruption Machine en The New Yorker , donde acusó al gurú de la innovación de haber enhebrado una teoría con casos especialmente elegidos para defender una hipótesis prefabricada. Lepore analizó minuciosamente varios de los casos más célebres analizados por Christensen en El Dilema... y, con la perspectiva que da el tiempo, encontró que muchas de las predicciones no se cumplieron.

Seagate, líder en la industria de discos rígidos, no fue disrumpido por las startups que ingresaron a su industria. Surfeó el cambio tecnológico y mantuvo su liderazgo hasta hoy. Los fabricantes de palas mecánicas se adaptaron a las tecnologías hidráulicas. Las tiendas departamentales crearon sus propias marcas de bajo costo, como Target, en respuesta a la irrupción de las tiendas de descuento.

Por el contrario, intentos de corporaciones de disrumpirse a sí mismas, como sugería Christensen en La Solución del Innovador , acabaron en desastre. Fue el caso del grupo de medios Time, que creó la empresa Pathfinder como un paraguas para todas sus revistas digitales. Un fracaso total con pérdidas millonarias.

Lepore también tuvo la gentileza de recordar la que fue, quizá, la más desafortunada predicción de Christensen. En 2007, auguró que el iPhone sería un fracaso. La investigación de King y Baatartogtokh puso más rigor científico a un debate que, hasta el momento, había ocurrido mayormente en los medios y en la blogósfera. 

¿Y qué dicen los números?
En su análisis de 77 innovaciones disruptivas, los autores encuentran que: En el 38% de los casos, el líder no es desplazado. En un 39% de los casos, cuando los líderes sí fueron disrumpidos, el mecanismo causal no funcionó de la forma prevista por Christensen.

Si el líder no reacciona a tiempo ante la disrupción, no es necesariamente por miopía ni por la incapacidad de reconocer al nuevo competidor. La realidad es más compleja.
En algunos casos, hay costos heredados que reducen la capacidad de maniobra. Uno de los casos más célebres de Christensen es el de las siderúrgicas norteamericanas disrumpidas por las pequeñas plantas de acero low-cost. Estas empezaron produciendo acero de baja calidad y luego fueron conquistando segmentos más altos, hasta llevar a la quiebra a un gigante como Bethlehem Steel.
King y Baatartogtokh sugieren que el problema de Bethlehem no era que hubiese subestimado la amenaza sino que su mano de obra estaba muy sindicalizada. Y eso le impidió reaccionar. 
Una vez, le preguntaron a Jack Welch, mítico CEO que salvó a GE de la quiebra, si habría podido salvar a Bethlehem. 
Su respuesta: “Ni siquiera Jesucristo podría haberlo hecho”.

King y Baatartogtokh concluyen que la teoría de la innovación disruptiva sirve como advertencia contra la miopía del management, un recordatorio de la importancia de testear continuamente los supuestos del negocio.

Pero la realidad es más compleja. 

Cada industria tiene sus matices, que no siempre pueden ser captados por teorías omnicomprensivas como la de Christensen.  
El riesgo es que, por sólo saber usar un martillo, todo nos parezca un clavo.

Fuente: Clarin | IEco Clarin
Link: http://www.ieco.clarin.com/economia/Auge-caida-teoria-innovacion-disruptiva_0_1455454681.html

 Auge y caída de la teoría de la “innovación disruptiva”
Clayton Christensen. Sus libros son la biblia de los gerentes. Pero el respaldo empírico de su teoría resulta sumamente endeble, dicen sus críticos.


Nuevas investigaciones muestran que la teoría expuesta en “El dilema del Innovador” es poco útil para entender el mundo de los negocios

La Destrucción Creativa es el hecho esencial del capitalismo”, escribió Joseph Schumpeter en 1942 mientras enseñaba en la Universidad de Harvard. Fue el primer economista en desarrollar una teoría sobre los emprendedores. Schumpeter fue un teórico, más preocupado por los procesos de desarrollo social que por los quehaceres prácticos de los negocios. Más de medio siglo después, Clayton Christensen, otro profesor de Harvard, reempaquetó la idea schumpeteriana de destrucción creativa en un producto de consumo corporativo bajo el nombre deinnovación disruptiva.
El Dilema del Innovador (1997), uno de los grandes best-sellers de negocios de la historia, catapultó a Christensen al estatus de supergurú.
The Economist lo eligió como el mejor libro de negocios del año y posteriormente Forbes premió a su autor como uno de los pensadores de negocios más importantes de los últimos 50 años.
Llegaba en el momento indicado, justo cuando comenzaba la explotación comercial de Internet y se inflaba la burbuja puntocom. Empresarios, ejecutivos y banqueros estaban expectantes frente a lo que aparecía como la mayor transformación en la historia del capitalismo. Este profesor de Harvard había inventado el pico y la pala justo cuando comenzaba la fiebre del oro.
A El Dilema... le siguieron otros libros donde Christensen ofrecía tips para responder al cambio disruptivo ( The Innovator’s Solution, 2003), para leer el entorno ( Seeing what’s next: using the theories of innovation to predict industry change, 2004), con consejos específicos para las escuelas ( Disrupting Class, 2008), para la salud ( The Innovator’s Prescription, 2008), y para la educación universitaria ( The Innovative University , 2011).
En un artículo publicado en la última edición de la prestigiosaMIT Sloan Management Review los profesores Andrew King y Baljir Baatartogtokh advirtieron que, más allá de su inmensa popularidad, el respaldo empírico de la teoría de la disrupción es endeble. A través de 79 expertos de diferentes industrias para analizar 77 escenarios de innovación disruptiva estudiados por Christensen, descubrieron que la teoría sólo realizaba predicciones correctas en un puñado de casos.
King y Baatartogtokh no fueron los primeros en echar dudas sobre evangelio de la innovación.
El Dilema... ya había caído en desgracia el año anterior, cuando una respetada historiadora de Harvard escribió un demoledor artículo en The New Yorker donde poco menos que acusó de “chanta” a Christensen.
Clayton “Clay” Christensen nació en 1952 en una familia mormona de Salt Lake City. Estudió economía y luego cursó dos másters, uno en econometría en Oxford y otro en negocios en Harvard. En los 80 fue consultor del BCG y en 1992 regresó a Harvard para hacer un doctorado en negocios. Se especializó en el impacto del cambio tecnológico sobre la evolución industrial. Su tesis fue un estudio sobre el mercado de los discos rígidos de computación, donde descubrió una dinámica evolutiva muy similar a la destrucción creativa de Schumpeter. El argumento central de Christensen es como sigue: Las empresas establecidas en un mercado típicamente se especializan en innovaciones incrementales. Su experiencia en la industria y las investigaciones de mercado les permite formar ciertas hipótesis sobre lo que quieren los clientes, cómo funciona la competencia y cuáles son los drivers del negocio. Usan ese conocimiento para desarrollar los productos que, estiman, serán más valorados por los segmentos de consumidores más rentables. Así es como las automotrices lanzan modelos con más prestaciones; y las empresas de consumo masivo, cepillos con más cerdas o preservativos con nuevos sabores.
La innovación disruptiva funciona de manera diferente. En general, está asociada con un cambio tecnológico que permite hacer algo que antes no era posible. Internet, por ejemplo, permitió mandar mensajes de un lado a otro del planeta a un costo casi cero. También ver videos en tiempo real.
Lo disruptivo no es la tecnología, sino el cambio que ésta habilita en los modelos de negocio. La comunicación instantánea y gratuita de Internet habilitó el modelo Wikipedia. Y esto mató a la Encyclopedia Britannica. La misma dinámica ocurre, según Christensen, en todas las industrias. Los jugadores establecidos suelen no perseguir innovaciones disruptivas. Este es el dilema: para el líder, hacer lo correcto es lo incorrecto.
Innovar incrementalmente en negocios existentes abre la puerta trasera al ataque de un disruptor. No es culpa del equipo directivo. Ellos sólo hicieron lo que indica la sabiduría convencional de la industria.
En junio de 2014, la historiadora de Harvard Jill Lepore publicó el muy duro artículo The Disruption Machine en The New Yorker, donde acusó al gurú de la innovación de haber enhebrado una teoría con casos especialmente elegidos para defender una hipótesis prefabricada. Lepore analizó minuciosamente varios de los casos más célebres analizados por Christensen en El Dilema...
y, con la perspectiva que da el tiempo, encontró que muchas de las predicciones no se cumplieron.
Seagate, líder en la industria de discos rígidos, no fue disrumpido por las startups que ingresaron a su industria. Surfeó el cambio tecnológico y mantuvo su liderazgo hasta hoy. Los fabricantes de palas mecánicas se adaptaron a las tecnologías hidráulicas. Las tiendas departamentales crearon sus propias marcas de bajo costo, como Target, en respuesta a la irrupción de las tiendas de descuento.
Por el contrario, intentos de corporaciones de disrumpirse a sí mismas, como sugería Christensen en La Solución del Innovador , acabaron en desastre. Fue el caso del grupo de medios Time, que creó la empresa Pathfinder como un paraguas para todas sus revistas digitales. Un fracaso total con pérdidas millonarias.
Lepore también tuvo la gentileza de recordar la que fue, quizá, la más desafortunada predicción de Christensen. En 2007, auguró que el iPhone sería un fracaso.
La investigación de King y Baatartogtokh puso más rigor científico a un debate que, hasta el momento, había ocurrido mayormente en los medios y en la blogósfera. ¿Y qué dicen los números?
En su análisis de 77 innovaciones disruptivas, los autores encuentran que: En el 38% de los casos, el líder no es desplazado.
En un 39% de los casos, cuando los líderes sí fueron disrumpidos, el mecanismo causal no funcionó de la forma prevista por Christensen.
Si el líder no reacciona a tiempo ante la disrupción, no es necesariamente por miopía ni por la incapacidad de reconocer al nuevo competidor. La realidad es más compleja.
En algunos casos, hay costos heredados que reducen la capacidad de maniobra. Uno de los casos más célebres de Christensen es el de las siderúrgicas norteamericanas disrumpidas por las pequeñas plantas de acero low-cost. Estas empezaron produciendo acero de baja calidad y luego fueron conquistando segmentos más altos, hasta llevar a la quiebra a un gigante como Bethlehem Steel.
King y Baatartogtokh sugieren que el problema de Bethlehem no era que hubiese subestimado la amenaza sino que su mano de obra estaba muy sindicalizada. Y eso le impidió reaccionar. Una vez, le preguntaron a Jack Welch, mítico CEO que salvó a GE de la quiebra, si habría podido salvar a Bethlehem. Su respuesta: “Ni siquiera Jesucristo podría haberlo hecho”.
King y Baatartogtokh concluyen que la teoría de la innovación disruptiva sirve como advertencia contra la miopía del management, un recordatorio de la importancia de testear continuamente los supuestos del negocio.
Pero la realidad es más compleja. Cada industria tiene sus matices, que no siempre pueden ser captados por teorías omnicomprensivas como la de Christensen. El riesgo es que, por sólo saber usar un martillo, todo nos parezca un clavo.



Innovación disruptiva

El concepto de “Innovación Disruptiva” es relativamente nuevo, fue introducido por Clayton Christensen (profesor en Harvard Business School wwww.claytonchristensen.com) en 1997 en el libro “The innovators dilema” y se refiere a como puede un producto o servicio que en sus orígenes nace como algo residual o como una simple aplicación sin muchos seguidores o usuarios convertirse en poco tiempo en el producto o servicio líder del mercado.
Para explicarlo mejor hablaremos también de la “Innovación Evolutiva” que es la que muchas empresas que son ya líderes del mercado practican, estas empresas tienen un tipo de evolución que consiste en mejorar gradualmente lo que ya tienen para así aumentar los beneficios pero sin preocuparse demasiado de hacer grandes cambios que supongan romper radicalmente con sus procesos o crear nuevos productos. Estas empresas tampoco se fijan en los nuevos productos o servicios de otras compañías porque en principio no suponen para ellas una amenaza y es aquí donde pueden ganar terreno las empresas que llegan nuevas y que compiten casi siempre en inferioridad de condiciones aunque al mismo tiempo ofrecen un servicio totalmente nuevo o más barato aunque sea de peor calidad y que con el tiempo van mejorando y evolucionando y van captando poco a poco un mayor número de seguidores hasta que al final se produce el cambio y se convierten en líderes del mercado, en ese momento se ha consumado la “Innovación Disruptiva”, se ha producido un cambio brusco que rompe con el modelo anterior y las empresas antes líderes pierden esa posición de liderazgo.
La disrupción ocurre por tanto cuando las empresas emergentes usan nuevas tecnologías o nuevos modelos de negocio y superan en el mercado a las que hasta entonces eran las líderes.
Llega un momento en que los usuarios no perciben como una ventaja diferencial el tipo de innovación evolutiva que se ha aplicado a un producto, porque ya no necesitan todas esas prestaciones nuevas que el fabricante le ha añadido para aumentar el beneficio y entonces el fabricante se vuelve vulnerable y deja de ser determinante la evolución de ese determinado producto, a partir de ese momento puede pasar a ser determinante el precio de dicho producto o simplemente llegará otro producto con una nueva tecnología disruptiva que competirá con el producto anterior y con la tecnología establecida. Lo más normal es que los productos o servicios nuevos sean más fáciles de usar y más económicos que los productos que ya estaban en el mercado antes y de esta manera consiguen captar rápidamente el interés de los consumidores.
Tenemos casos de innovación disruptiva por ejemplo en Facebook y cómo se hizo líder en poco tiempo aportando un servicio novedoso o como Skype apostó por el modelo de voz IP cuando las grandes compañías de telecomunicaciones no se ocupaban de esta tecnología y así pudo poco a poco buscar su nicho e ir mejorando y ocupando cuota de mercado hasta convertirse en una compañía líder de comunicaciones. Más casos son las nuevas maneras de distribuir la música vía internet que están volviendo obsoletos los modelos tradicionales de comercialización de música, las tabletas frente a los ordenadores, los nuevos sistemas operativos de móviles que llegaron con sus aplicaciones, etc.
La mayoría de las empresas no pueden invertir grandes recursos en la investigación de nuevos modelos porque suponen un elevado coste para ellas y no todos los procesos de investigación que se inician culminan con éxito con la consiguiente pérdida económica que ello implica, sin embargo no se puede dejar de lado la investigación de nuevos modelos, hay que minimizar el coste de los procesos de innovación para que se puedan asumir en las empresas, hoy en día se empieza a popularizar la subcontratación de los procesos de innovación.
El austriaco Joseph Schumpeter tenía en mente la “Innovación Disruptiva” cuando utilizó la “Destrucción Creativa” para describir sus teorías sobre el modo en que el emprendimiento sirve de estímulo al sistema capitalista.
En la pasada edición de La Red Innova, Luke Williams puso a la película de Alfred Hitchcock, Psicosis, como ejemplo de disrupción, la película narra la historia de una mujer que roba un banco y huye con el dinero, el director le hace entrar en una ducha y de esa manera da un giro completo a la historia, desaparece cualquier referencia al robo y al dinero y se nos presenta a partir de ese momento un escenario totalmente nuevo que ha servido como ejemplo del cine de suspense.
Esa misma disrupción es la que propone Luke Williams (Frogwww.frogdesign.com) en el mundo de la empresa, “Cómo desarrollar ideas rompedoras para cambiar tu industria”, la clave: Sorprender al consumidor, elegir, como Hitchcook un camino diferente que nadie se espera y que en el mercado genere su propia demanda. ¿Cómo ofrecérselo al mercado? Con un fórmula infalible: Creatividad.


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