Primera (1968) y segunda (1969) Promoción de Ingeniería Económica de la Universidad Nacional de Ingeniería, 1968: "LUIS FELIPE DE LAS CASAS GRIEVE"
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lunes, 3 de septiembre de 2018
Blog de Javier García (@JaviCIES): Sintetia
Blog de Javier García (@JaviCIES): Sintetia: No puedo aportar nada nuevo de lo que dice nuestra Web sobre nosotros, porque ciertamente nos ha costado mucho escribirlo :) Si puedo añadi...
El hombre es la medida de todas las cosas
Qué significa El hombre es la medida de todas las cosas:
“El hombre es la medida de todas las cosas” es una afirmación del sofista griego
Es un principio filosófico según el cual el ser humano es la norma de lo que es verdad para sí mismo, lo que también implicaría que la verdad es relativa a cada quien. Tiene una fuerte carga antropocéntrica.
Debido a que las obras de Protágoras se perdieron en su totalidad, esta frase ha llegado hasta nosotros gracias a que varios autores antiguos, como Diógenes Laercio, Platón, Aristóteles, Sexto Empírico o Hermias, la refirieron en sus obras. De hecho, según Sexto Empírico, la frase se encontraba en la obra Los discursos demoledores, de Protágoras.
Tradicionalmente, la frase ha sido tradicionalmente incluida dentro de la corriente de pensamiento relativista. El relativismo es una doctrina de pensamiento que niega el carácter absoluto de ciertos valores, como la verdad, la existencia o la belleza, pues considera que la verdad o falsedad de toda afirmación está condicionada por el conjunto de factores, tanto intrínsecos como extrínsecos, que inciden en la percepción del individuo.
Análisis de la frase
La frase “el hombre es la medida de todas las cosas” es un principio filosófico enunciado por Protágoras. Admite diferentes interpretaciones dependiendo del sentido que se atribuya a cada uno de sus elementos, a saber: el hombre, la medida y las cosas.
Pensemos, para empezar, a qué se podía estar refiriendo Protágoras cuando hablaba de “el hombre”. ¿Sería, acaso, al hombre entendido como individuo o al hombre en un sentido colectivo, en cuanto especie, es decir, a la humanidad?
Considerado el hombre en un sentido individual, podríamos afirmar, entonces, que habría tantas medidas para las cosas como hombres existen. Platón, filósofo idealista, suscribía esta teoría.
Pensado el hombre en un sentido colectivo, serían admisibles dos enfoques diferentes. Uno según el cual ese hombre colectivo haría referencia a cada grupo humano (comunidad, pueblo, nación), y otro extensivo a toda la especie humana.
La primera de estas hipótesis, pues, implicaría cierto relativismo cultural, es decir, cada sociedad, cada pueblo, cada nación, actuaría como medida de las cosas.
Por su parte, la segunda de las hipótesis concebida por Goethe, supondría considerar la existencia como la única medida común a todo el género humano.
Lo cierto es que, en todo caso, la afirmación del hombre como medida de las cosas tiene una fuerte carga antropocéntrica, lo cual, a su vez, describe un proceso de evolución del pensamiento filosófico en los griegos.
De una primera fase, donde se coloca a los dioses en el centro del pensamiento, como explicación de las cosas, se pasa a una segunda etapa cuyo centro será ocupado por la naturaleza y la explicación de sus fenómenos, para, finalmente, arribar a esta tercera fase en la cual el ser humano pasa estar en el centro de las preocupaciones del pensamiento filosófico.
De allí, también, la carga relativista de la frase. Ahora el ser humano será la medida, la norma a partir de la cual serán consideradas las cosas. En este sentido, para Platón el sentido de la frase se podría explicar de la siguiente manera: tal me parece a mí una cosa, tal es para mí, tal te parece a ti, tal es para ti.
Nuestras percepciones, en suma, son relativas a nosotros, a lo que a nosotros nos parece. Y aquello que conocemos como “propiedades de los objetos” son en realidad relaciones que se establecen entre los sujetos y los objetos. Por ejemplo: un café puede estar demasiado caliente para mí, mientras que para mi amigo su temperatura es idónea para beberlo. Así, la pregunta “¿el café está muy caliente?”, obtendría dos respuestas diferentes por parte de dos sujetos distintos.
Por esta razón, Aristóteles interpretaba que lo que en realidad quería decir Protágoras era que todas las cosas son tales como a cada uno le parecen. Si bien contrastaba que, entonces, una misma cosa podría ser a la misma vez buena y mala, y que, en consecuencia, todas las afirmaciones opuestas vendrían a ser igualmente verdaderas. La verdad, en definitiva, sería entonces relativa a cada individuo, afirmación en la que se reconoce, efectivamente, uno de los principios capitales del relativismo.
Sobre Protágoras
Protágoras, nacido es Abdera, en 485 a. de C., y fallecido en 411 a. de C., fue un célebre sofista griego, reconocido por su sabiduría en el arte de la retórica y famoso por haber sido, a juicio de Platón, el inventor del papel del sofista profesional, maestro de retórica y conducta. El propio Platón, además, le dedicaría uno de sus diálogos, el Protágoras, donde reflexionaba sobre los distintos tipos de sofistas. Pasó largas temporadas en Atenas. Le fue encomendada la redacción de la primera constitución en que se establecía la educación pública y obligatoria. Debido a su postura agnóstica, sus obras fueron quemadas y el resto de las que permanecieron con él se perdieron cuando el barco en que viajaba al destierro zozobró. Es por esto que hasta nosotros apenas han llegado algunas de sus sentencias a través de otros filósofos que lo citan.
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La medida de un economista
Si acceden a la sección “Sobre Sintetia” de esta casa, podrán leer la siguiente frase:
“Llevamos las gafas de economista con nosotros todo el tiempo, y no analizamos sin tener en cuenta los incentivos y la incertidumbre”
¿Por qué lo saco a colación? Porque en una reciente conversación me acusaron de economicista, es decir, de “analizar la realidad utilizando solo la teoría económica como única vara de medir”. De deformar la realidad para hacerla encajar en mis planteamientos previos, de mirar únicamente la cara económica y centrarme en el dinero. Considero que esa crítica está absolutamente equivocada, e intentaré explicar por qué.
La economía es la ciencia humana… más humana
La economía es una ciencia humana, de eso no hay duda.
Su objeto de estudio es el comportamiento del ser humano en condiciones de escasez.
No es una ciencia empírica, es decir, experimental. No analiza la mente o los sentimientos sino, repito, el comportamiento humano. Se encarga de la riqueza, del bienestar, de las necesidades y de los deseos de las personas. De qué valoran y que no. De qué hacen para alcanzar aquello que valoran… Por ello digo que es la más humana de las ciencias sociales, porque estudia aquello que proporciona bienestar y nivel de vida a las personas. No estudia la “anormalidad” y lo “enfermizo”, puesto que para el estudio económico, todo lo que hacen las personas es normal. ¿Y la felicidad? Bueno, parece claro que la riqueza ayuda.
Análisis económico no es análisis monetario
Otra crítica habitual es que la ciencia económica se centra “demasiado” en el dinero, dejando fuera otras dimensiones del ser humano. Si fuera cierto, sería como criticar los estudios de historia por centrarse demasiado en el pasado, olvidando el presente y las proyecciones de futuro… Pero resulta que además es falso.
El comportamiento económico, y su estudio, no se restringe a aquellas transacciones en las que aparece el dinero, sino a toda aquella en la que hay comportamiento humano en condiciones de escasez.
¿Y quién decide que estamos en condiciones de escasez?
Pues el propio humano que actúa, y esto enlaza con el siguiente punto.
¿Cuál es la medida de la economía?
Muy al contrario de lo que parecen pensar muchos, la medida de la ciencia económica no es el dinero, puesto que este es un instrumento, sino el valor. Es el ser humano el que dota de valor a los bienes económicos, incluido el dinero.
Cada valoración es distinta, puesto que cada valoración es personal y variable en el tiempo. Y esa valoración solo se descubre claramente cuando el comportamiento del ser humano la revela. Por eso hablamos de comportamiento económico cuando hay preferencias reveladas.
Dicho de otra manera, la medida de la economía es el ser humano, revelando el valor con que dota a los bienes a través de su comportamiento. Y esta es la refutación de la acusación que describía, porque un genuino análisis económico no utiliza mi medida, sino la medida de las preferencias de las personas, expresadas en su comportamiento.
La economía es la ciencia humana… más humana
La economía es una ciencia humana, de eso no hay duda.
Su objeto de estudio es el comportamiento del ser humano en condiciones de escasez.
No es una ciencia empírica, es decir, experimental. No analiza la mente o los sentimientos sino, repito, el comportamiento humano. Se encarga de la riqueza, del bienestar, de las necesidades y de los deseos de las personas. De qué valoran y que no. De qué hacen para alcanzar aquello que valoran… Por ello digo que es la más humana de las ciencias sociales, porque estudia aquello que proporciona bienestar y nivel de vida a las personas. No estudia la “anormalidad” y lo “enfermizo”, puesto que para el estudio económico, todo lo que hacen las personas es normal. ¿Y la felicidad? Bueno, parece claro que la riqueza ayuda.
Análisis económico no es análisis monetario
Otra crítica habitual es que la ciencia económica se centra “demasiado” en el dinero, dejando fuera otras dimensiones del ser humano. Si fuera cierto, sería como criticar los estudios de historia por centrarse demasiado en el pasado, olvidando el presente y las proyecciones de futuro… Pero resulta que además es falso.
El comportamiento económico, y su estudio, no se restringe a aquellas transacciones en las que aparece el dinero, sino a toda aquella en la que hay comportamiento humano en condiciones de escasez.
¿Y quién decide que estamos en condiciones de escasez?
Pues el propio humano que actúa, y esto enlaza con el siguiente punto.
¿Cuál es la medida de la economía?
Muy al contrario de lo que parecen pensar muchos, la medida de la ciencia económica no es el dinero, puesto que este es un instrumento, sino el valor. Es el ser humano el que dota de valor a los bienes económicos, incluido el dinero.
Cada valoración es distinta, puesto que cada valoración es personal y variable en el tiempo. Y esa valoración solo se descubre claramente cuando el comportamiento del ser humano la revela. Por eso hablamos de comportamiento económico cuando hay preferencias reveladas.
Dicho de otra manera, la medida de la economía es el ser humano, revelando el valor con que dota a los bienes a través de su comportamiento. Y esta es la refutación de la acusación que describía, porque un genuino análisis económico no utiliza mi medida, sino la medida de las preferencias de las personas, expresadas en su comportamiento.
Ningún comportamiento permanece si no se incentiva
Una regla básica de cualquier ciencia humana, o más bien una descripción básica del ser humano, es la que dice que ningún comportamiento permanece en el tiempo si no se refuerza. Si no hay motivos o circunstancias que animen, motiven y recompensen un comportamiento, este no se perpetúa, desaparece. Psicología, sociología, antropología y economía aceptan esta descripción del ser humano. Y desde esta descripción podemos llegar al concepto más poderoso de la ciencia económica, el concepto de incentivo.
Un incentivo es cualquier circunstancia o consecuencia, inmediata o futura, segura o probable, que aumenta la propensión a un comportamiento. Por ejemplo, las curvas de oferta y demanda no son más que una abstracción y representación gráfica del concepto de incentivo ligado al precio de un bien en un mercado: Un precio menor incentiva a producir menos y a consumir más, y viceversa. Interpretación moral de las personas
Es por todo lo anterior, que un análisis económico no debe tener consideraciones morales o éticas. No importa si hablamos de un político corrupto, un jefe indeseable, un trabajador vago o un socio tóxico. Un análisis económico se centra en qué hacen las personas y por qué lo hacen. Un inciso: les llamaremos actores económicos en vez de personas, para incluir las personas jurídicas como empresas, ONGs y administraciones públicas.
Es decir, que un análisis económico se centra en la detección e interpretación de los incentivos que reciben esos actores. Pero no realiza valoraciones éticas ni morales de los incentivos ni del comportamiento. Esa valoración, que es necesaria, correcta, adecuada y pertinente, no es sin embargo análisis económico. El análisis económico nos proveerá de los porqués y, si la valoración extraeconómica lo considera indeseable, nos identificará los incentivos que harán de ese comportamiento algo menos
valioso, deseable, probable.
Introducción a la economía positiva
Recién acabada la selectividad, entré en la facultad de ciencias económicas y empresariales. En la primera clase que recibí, además de la indicación sobre el manual que debíamos comprar (el magnífico “Introducción a la economía positiva”, de Richard Lipsey), el decano nos describió la economía como una disciplina positiva (descriptiva, que indica cómo son las cosas), por oposición de normativa (que explica cómo debe ser). Yo tenía muy fresca la descripción que de la falacia falsacionista hizo Karl Popper. El filósofo indicaba que en una argumentación lógica, cuando se pasaba del plano descriptivo (cómo es) al plano normativo (cómo debe ser) sin justificar esa transición, el argumento constituía una falacia aunque no infrinja ninguna de las reglas lógicas tradicionales. Pues bien, en la segunda clase de esa misma asignatura, ya con el profesor titular, el discurso cambió y comenzó a decirnos cómo debían ser las relaciones comerciales, laborales, jerárquicas,… Y no explicaba los motivos ni justificaba las conclusiones, simplemente debían ser así. Fue mi primera gran decepción universitaria.
La medida de un economista
Volviendo al tema de esta reflexión, intento dar la respuesta. La medida de un economista nunca es propia. Es la medida de su objeto de estudio, el ser humano, que . Y en tal carácter, no es concebible que intente hacer encajar a su objeto de estudio en las concepciones previas, sino que las ponga a prueba continua y constantemente. Esto es lo que hace de la economía una ciencia, y no una imposible experimentación.
Una regla básica de cualquier ciencia humana, o más bien una descripción básica del ser humano, es la que dice que ningún comportamiento permanece en el tiempo si no se refuerza. Si no hay motivos o circunstancias que animen, motiven y recompensen un comportamiento, este no se perpetúa, desaparece. Psicología, sociología, antropología y economía aceptan esta descripción del ser humano. Y desde esta descripción podemos llegar al concepto más poderoso de la ciencia económica, el concepto de incentivo.
Un incentivo es cualquier circunstancia o consecuencia, inmediata o futura, segura o probable, que aumenta la propensión a un comportamiento. Por ejemplo, las curvas de oferta y demanda no son más que una abstracción y representación gráfica del concepto de incentivo ligado al precio de un bien en un mercado: Un precio menor incentiva a producir menos y a consumir más, y viceversa. Interpretación moral de las personas
Es por todo lo anterior, que un análisis económico no debe tener consideraciones morales o éticas. No importa si hablamos de un político corrupto, un jefe indeseable, un trabajador vago o un socio tóxico. Un análisis económico se centra en qué hacen las personas y por qué lo hacen. Un inciso: les llamaremos actores económicos en vez de personas, para incluir las personas jurídicas como empresas, ONGs y administraciones públicas.
Es decir, que un análisis económico se centra en la detección e interpretación de los incentivos que reciben esos actores. Pero no realiza valoraciones éticas ni morales de los incentivos ni del comportamiento. Esa valoración, que es necesaria, correcta, adecuada y pertinente, no es sin embargo análisis económico. El análisis económico nos proveerá de los porqués y, si la valoración extraeconómica lo considera indeseable, nos identificará los incentivos que harán de ese comportamiento algo menos
valioso, deseable, probable.
Introducción a la economía positiva
Recién acabada la selectividad, entré en la facultad de ciencias económicas y empresariales. En la primera clase que recibí, además de la indicación sobre el manual que debíamos comprar (el magnífico “Introducción a la economía positiva”, de Richard Lipsey), el decano nos describió la economía como una disciplina positiva (descriptiva, que indica cómo son las cosas), por oposición de normativa (que explica cómo debe ser). Yo tenía muy fresca la descripción que de la falacia falsacionista hizo Karl Popper. El filósofo indicaba que en una argumentación lógica, cuando se pasaba del plano descriptivo (cómo es) al plano normativo (cómo debe ser) sin justificar esa transición, el argumento constituía una falacia aunque no infrinja ninguna de las reglas lógicas tradicionales. Pues bien, en la segunda clase de esa misma asignatura, ya con el profesor titular, el discurso cambió y comenzó a decirnos cómo debían ser las relaciones comerciales, laborales, jerárquicas,… Y no explicaba los motivos ni justificaba las conclusiones, simplemente debían ser así. Fue mi primera gran decepción universitaria.
La medida de un economista
Volviendo al tema de esta reflexión, intento dar la respuesta. La medida de un economista nunca es propia. Es la medida de su objeto de estudio, el ser humano, que . Y en tal carácter, no es concebible que intente hacer encajar a su objeto de estudio en las concepciones previas, sino que las ponga a prueba continua y constantemente. Esto es lo que hace de la economía una ciencia, y no una imposible experimentación.
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La economía no es una ciencia… con perdón
La economía no es una ciencia… con perdón Por: Juan Sobejano
Antes de que vuelen tomates, pepinos, lechugas y demás hortalizas (doy por hecho que los cuchillos están fuera de lugar) aconsejo una lectura sin prejuicios del artículo y luego yo mismo me pondré frente a la pared para recibir material de ensalada.
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He de decir que este artículo surgió a raíz de un debate que se generó la semana pasada en Twitter tras la publicación de mi anterior artículo. En dicho debate se generaron dos bandos en los que por un lado se defendía que las ciencias sociales, y entre ellas la economía, podían ser denominadas “ciencias” con todo rigor, y por otro los que afirmábamos lo contrario, que las ciencias sociales no son ciencia. Yo voy a tratar de defender en este artículo esta segunda opción… y que Dios me pille confesado.
Reconozco que no estoy muy obsesionado con las etiquetas.
No creo que la economía (sociología, antropología…) pierdan importancia porque dejen de ser llamadas ciencias, pero sí entiendo que hay una cierta voluntad de asimilar el modelo de saber y la validez de sus teorías a los de otras ciencias que podríamos llamar “duras” (matemáticas, astrofísica, física…) Por tanto, el hecho de no considerar ciencia a la economía o a la sociología o a la antropología, no le quitan un ápice de importancia desde mi punto de vista.
Pero en lugar de centrarnos tanto en el significante vamos a analizar el significado.
Tenemos un primer escollo en definir qué es ciencia.
Aquí cada uno pondrá el acento en la definición que mejor y más concuerde con sus intereses, suele ser lo habitual. Pero para no bloquearnos en una noria que no nos permita avanzar yo voy a apostar por la definición que el gran José Ferrater Mora hace del término en su imprescindible Diccionario de Filosofía.
Dice Ferrater sobre la voz Ciencia:
“Es común considerar la ciencia como un modo de conocimiento que aspira a formular mediante lenguajes rigurosos y apropiados (en lo posible con auxilio del lenguaje matemático) leyes por medio de las cuales se rigen los fenómenos. Estas leyes son de diversos órdenes. Todas tienen, sin embargo, varios elementos en común: ser capaces de describir series de fenómenos; ser comprobables por medio de la observación de los hechos y de la experimentación; ser capaces de predecir (ya sea mediante predicción completa, ya mediante predicción estadística) acontecimientos futuros.”
Antes de entrar a valorar el párrafo anterior voy a comentar brevemente el objeto de estudio de las ciencias sociales.
Me decía, hace ya algunos años, demasiados, mi profesor de historia del derecho que hay un error en el que caen muchos estudiosos de la historia. Piensan que el hecho de conocerla nos va a hacer mejores y va a evitar que cometamos los errores que se cometieron en el pasado. No es cierto, porque hay algo que parecen olvidar estos expertos, el libre albedrío, la capacidad que tiene el ser humano de decidir su comportamiento en base a su propio criterio y no a supuestas leyes naturales que nos obligan a comportarnos de una determinada manera una vez hayamos conocido errores pasados. Y la verdad es que si nos paramos brevemente a analizar qué estudian las ciencias sociales tendremos que responder (o al menos es lo que yo respondo) que estudian el comportamiento humano, en todas sus formas y desde distintas perspectivas.
El estudio del comportamiento humano creo que resulta clave a la hora de reflexionar sobre la cientificidad o no de la economía.
Volvamos al texto de Ferrater Mora. Dice Ferrater que la ciencia busca formular leyes por medio de las cuales se rigen los fenómenos. Hay aquí, desde mi modesta opinión, una primera barrera a la hora de identificar ciencia con economía. El objetivo y voluntad de la ciencia económica (ahora hablaré de la costumbre de adjetivar el concepto “ciencia”) es, por supuesto, desarrollar leyes que, en última instancia, ayuden a comprender y predecir el comportamiento humano en cuanto que homo economicus. Unida la economía a la política (economía política) llega a buscar modelar la sociedad desde unas premisas propias dependiendo de la escuela de pensamiento a la que se pertenezca. Por supuesto, esto implica suponer que el ser humano va a responder de igual manera a los estímulos que reciba.
En realidad no es así, no todos los seres humanos responden de igual forma a los mismos estímulos, incluso un mismo ser humano responde de distinta manera dependiendo del momento y el entorno en que se encuentre.
Los gobernantes han de ayudarse de una serie de normas coactivas para asegurar un modelado social según sus pretensiones. Es interesante constatar el hecho de la gran variedad de teorías que hay en torno a la economía política e incluso a la propia teoría económica.
Un mismo fenómeno se explica desde distintas perspectivas, ofreciendo distintas explicaciones y dando distinto valor a los componentes del fenómeno.
Cabría preguntarse si en puridad podemos decir que la ciencia económica avanza. Desde luego no como la ciencia matemática, por ejemplo, sino más bien como la filosofía. Volviendo a la importancia de la conducta humana como objeto de estudio de la economía parece fundamental observar cómo no ha habido nunca un modelo de sociedad liberal puro o comunista o socialista.
Los contextos históricos, las condiciones del propio país, la posible personalidad de los ciudadanos o mil factores más influyen para que no haya dos naciones con un sistema económico igual. De este modo se meten en un mismo adjetivo (liberal, occidental, comunista…) distintas naciones o sociedades que tienen modelos similares.
Se llega al conocimiento por agrupación de similitudes. En su magnífico e imprescindible libro
Por qué Fracasan los Países, Deron Acemoglu y James A. Robinson, desarrollan una teoría de la pobreza basada en la existencia de instituciones extractivas o inclusivas.
Por supuesto, todo economista ha de trabajar con una teoría que crea cierta, pero eso no significa que lo sea.
Aquí creo que es fundamental seguir a Popper.
La base de las teorías de las ciencias sociales es la observación, por lo que fundamenta su reflexión en torno al razonamiento inductivo.
Ahora bien, este tipo de “caminos hacia el conocimiento” tienen un problema: no existen hechos puros, todos están “contaminados” por el entorno, otros elementos que influyen en las acciones humanas o el tiempo en que tiene lugar.
Como dice Manuel Atienza en su libro Introducción al Derecho,
“no existen hechos puros, sino más bien hechos interpretados a través de alguna teoría (en otras palabras, los enunciados teóricos preceden y condicionan los enunciados observacionales. Además, mediante la inducción es imposible establecer lógicamente leyes universales”.
A partir de estas ideas Popper opinaba que las teorías científicas sociales se construyen como conjeturas e hipótesis para explicar fenómenos sociales no explicados adecuadamente por teorías anteriores. De este modo Popper no hablaba de teorías ciertas o falsas, sino de teorías falsadas o no falsadas.
Resulta también interesante estudiar las ideas de Thomas Kuhn.
Kuhn distingue entre dos tipos de saberes, la ciencia madura y la preciencia. La diferencia es que la ciencia madura está regida por un paradigma, un conjunto de leyes, supuestos teóricos y principios metafísicos y ontológicos que son aceptados por todos los científicos sin discusión.
Es lo que Ferrater Mora llama Teoría de teorías, poniendo como ejemplo la teoría de la relatividad, que supone un paradigma a partir del cual desarrollar todo un cuerpo de teorías y modelos científicos y que ningún físico pone en duda ni cuestiona.
La verdad es que me cuesta encontrar un paradigma de esta naturaleza en las ciencias sociales.
De todos modos es cierto que se suelen llamar a los saberes sociales ciencias sociales. Desde mi punto de vista es más un deseo de pertenencia que una pertenencia real. La necesidad de poner apellidos a la palabra “ciencia” ya indica las claras diferencias entre unos saberes y otros.
Hay tres puntos que diferencian claramente las ciencias sociales de las ciencias duras o auténticas: 1.-Por un lado las ciencias auténticas se refieren a hechos, mientras que las sociales estudian, como he señalado, comportamientos y acciones humanas.
2.-En las ciencias auténticas hay una clara separación entre el objeto de estudio y el ser humano. No ocurre así en las ciencias sociales, con lo que la objetividad se torna un problema.
3.-Las ciencias sociales tienen un grado de desarrollo mucho menor que las auténticas.
Algunos autores dicen que les falta cientificidad.
El propio Claude Lévi-Strauss, el famoso antropólogo, distinguía entre ciencias exactas y naturales, por un lado, y “disciplinas sociales y humanas”, por otro, señalando que estas últimas no son ciencias, y decía:
“si se designan no obstante con el mismo término es en virtud de una ficción semántica y de una esperanza filosófica que todavía están faltas de confirmación.”
En la conversación en Twitter que comentaba al principio hubo una serie de afirmaciones muy interesantes que me gustaría comentar.
Creo sinceramente que fue un debate interesantísimo y con un muy alto nivel, dentro de las limitaciones que tiene Twitter.
1.-“Hay mucho conocimiento objetivo en las CCSS, basta con enterarse. P.e: Si practicas la autarquía te estancas”. Vale, pero no. El problema de este tipo de afirmaciones es que son indemostrables.
Imaginemos que una comunidad practica la autarquía y se estanca
¿Es un efecto directo de esa decisión económica o es efecto de la aparición, por ejemplo, de un estado mental endogámico que limita el desarrollo?
Quiero con esto decir que no se ha dado nunca una sociedad en la que el único elemento que cambiara sea el modelo económico. Eso ocurre en el laboratorio, no en la vida real.
2.-“En ciencias sociales hay teorías falsables y teorías infalsables, como en toda ciencia.” Lamentablemente no es verdad. No hay teorías “infalsables” en las ciencias sociales. Toda teoría social depende de un componente como el comportamiento humano que es impredecible en un alto grado. Es cierto que suele seguir unas pautas y responder a unos patrones, y eso nos sirve para tener un cierto conocimiento de esas ciencias sociales, pero nada impide que dos sociedades respondan de manera distinta ante los aparentemente mismos estímulos, como se ve en el libro de Acemoglu y Robinson.
3.-“Además, la falsabilidad no es una propiedad de las TEORÍAS, sino de NUESTRA ACTITUD hacia ellas.” Pues peor me lo pones, si ya la verdad o falsedad de una teoría no depende de sí misma, sino del observador, nada impide que una misma teoría sea verdad por la mañana y falsa por la tarde. Es cuestión de actitud. Al final en lugar de científicos vamos a necesitar coachs.
4.-“He dado un ej. de afirmación falsable. Otro: un precio máximo muy bajo de las coliflores causará su escasez.”
Otra afirmación imposible de demostrar.
No es en muchos casos el precio lo que determina el volumen de compra de una cosa. Por muy bajo que pongamos el precio a una piedra no la vamos a vender.
Para que este tipo de afirmaciones fueran teorías 100% demostrables deberíamos poder cambiar el producto “coliflor” por cualquier otro. No pasa así, porque cuando ponemos según qué productos la ley no se cumple.
Por muy barata que pongamos la iguana, o los saltamontes salteados, es posible que no los vendamos, pero en los países que los consumen sí.
Por muy barata que pongamos la entrada para una corrida de toros no necesariamente la vamos a vender, es necesario que haya aficionados, con lo que entra la particularidad de cada individuo en la ecuación.
Había más comentarios, todos interesantísimos, pero creo que el mensaje lo he podido transmitir.
La economía no es una ciencia, o si se prefiere, no puede aspirar a ser una ciencia como las llamadas verdaderas.
Esto no es necesariamente ni bueno ni malo, sencillamente marca ciertos límites, pero también abre nuevas puertas.
Por supuesto que todos seguimos una corriente de pensamiento y creamos nuestro propio paradigma, es lo que nos permite interpretar la realidad. Y luchamos por convencer al otro de que nuestra interpretación es la correcta.
El problema es cuando tratamos de imponer esa visión e interpretación.
Entiendo que lo que he dicho en este artículo es opinable, y por tanto sujeto de debate.
No intento imponer mis teorías, sólo razonar en base a ellas.
Como seres humanos necesitamos comprender el mundo que nos rodea, un mundo al que pertenecemos y en el que, como he dicho, adoptamos ese doble rol de observador y observado. Todos tenemos teorías, de hecho a mí me han convencido Acemoglu y Robinson. De hecho creo que muchos de los males de España es que tiene elementos extractivos muy claros… aunque eso es otra historia.
Yo seguiré pensando que ni la filosofía, ni la economía, ni la antropología, ni la sociología son ciencias, pero me seguiré nutriendo de ellas porque es el saber que me llena.
Y ahora me pongo humildemente contra la pared para recibir alguna que otra coliflor, que de eso es de lo que vive el hombre y su inteligencia.
Ahora bien, este tipo de “caminos hacia el conocimiento” tienen un problema: no existen hechos puros, todos están “contaminados” por el entorno, otros elementos que influyen en las acciones humanas o el tiempo en que tiene lugar.
Como dice Manuel Atienza en su libro Introducción al Derecho,
“no existen hechos puros, sino más bien hechos interpretados a través de alguna teoría (en otras palabras, los enunciados teóricos preceden y condicionan los enunciados observacionales. Además, mediante la inducción es imposible establecer lógicamente leyes universales”.
A partir de estas ideas Popper opinaba que las teorías científicas sociales se construyen como conjeturas e hipótesis para explicar fenómenos sociales no explicados adecuadamente por teorías anteriores. De este modo Popper no hablaba de teorías ciertas o falsas, sino de teorías falsadas o no falsadas.
Resulta también interesante estudiar las ideas de Thomas Kuhn.
Kuhn distingue entre dos tipos de saberes, la ciencia madura y la preciencia. La diferencia es que la ciencia madura está regida por un paradigma, un conjunto de leyes, supuestos teóricos y principios metafísicos y ontológicos que son aceptados por todos los científicos sin discusión.
Es lo que Ferrater Mora llama Teoría de teorías, poniendo como ejemplo la teoría de la relatividad, que supone un paradigma a partir del cual desarrollar todo un cuerpo de teorías y modelos científicos y que ningún físico pone en duda ni cuestiona.
La verdad es que me cuesta encontrar un paradigma de esta naturaleza en las ciencias sociales.
De todos modos es cierto que se suelen llamar a los saberes sociales ciencias sociales. Desde mi punto de vista es más un deseo de pertenencia que una pertenencia real. La necesidad de poner apellidos a la palabra “ciencia” ya indica las claras diferencias entre unos saberes y otros.
Hay tres puntos que diferencian claramente las ciencias sociales de las ciencias duras o auténticas: 1.-Por un lado las ciencias auténticas se refieren a hechos, mientras que las sociales estudian, como he señalado, comportamientos y acciones humanas.
2.-En las ciencias auténticas hay una clara separación entre el objeto de estudio y el ser humano. No ocurre así en las ciencias sociales, con lo que la objetividad se torna un problema.
3.-Las ciencias sociales tienen un grado de desarrollo mucho menor que las auténticas.
Algunos autores dicen que les falta cientificidad.
El propio Claude Lévi-Strauss, el famoso antropólogo, distinguía entre ciencias exactas y naturales, por un lado, y “disciplinas sociales y humanas”, por otro, señalando que estas últimas no son ciencias, y decía:
“si se designan no obstante con el mismo término es en virtud de una ficción semántica y de una esperanza filosófica que todavía están faltas de confirmación.”
En la conversación en Twitter que comentaba al principio hubo una serie de afirmaciones muy interesantes que me gustaría comentar.
Creo sinceramente que fue un debate interesantísimo y con un muy alto nivel, dentro de las limitaciones que tiene Twitter.
1.-“Hay mucho conocimiento objetivo en las CCSS, basta con enterarse. P.e: Si practicas la autarquía te estancas”. Vale, pero no. El problema de este tipo de afirmaciones es que son indemostrables.
Imaginemos que una comunidad practica la autarquía y se estanca
¿Es un efecto directo de esa decisión económica o es efecto de la aparición, por ejemplo, de un estado mental endogámico que limita el desarrollo?
Quiero con esto decir que no se ha dado nunca una sociedad en la que el único elemento que cambiara sea el modelo económico. Eso ocurre en el laboratorio, no en la vida real.
2.-“En ciencias sociales hay teorías falsables y teorías infalsables, como en toda ciencia.” Lamentablemente no es verdad. No hay teorías “infalsables” en las ciencias sociales. Toda teoría social depende de un componente como el comportamiento humano que es impredecible en un alto grado. Es cierto que suele seguir unas pautas y responder a unos patrones, y eso nos sirve para tener un cierto conocimiento de esas ciencias sociales, pero nada impide que dos sociedades respondan de manera distinta ante los aparentemente mismos estímulos, como se ve en el libro de Acemoglu y Robinson.
3.-“Además, la falsabilidad no es una propiedad de las TEORÍAS, sino de NUESTRA ACTITUD hacia ellas.” Pues peor me lo pones, si ya la verdad o falsedad de una teoría no depende de sí misma, sino del observador, nada impide que una misma teoría sea verdad por la mañana y falsa por la tarde. Es cuestión de actitud. Al final en lugar de científicos vamos a necesitar coachs.
4.-“He dado un ej. de afirmación falsable. Otro: un precio máximo muy bajo de las coliflores causará su escasez.”
Otra afirmación imposible de demostrar.
No es en muchos casos el precio lo que determina el volumen de compra de una cosa. Por muy bajo que pongamos el precio a una piedra no la vamos a vender.
Para que este tipo de afirmaciones fueran teorías 100% demostrables deberíamos poder cambiar el producto “coliflor” por cualquier otro. No pasa así, porque cuando ponemos según qué productos la ley no se cumple.
Por muy barata que pongamos la iguana, o los saltamontes salteados, es posible que no los vendamos, pero en los países que los consumen sí.
Por muy barata que pongamos la entrada para una corrida de toros no necesariamente la vamos a vender, es necesario que haya aficionados, con lo que entra la particularidad de cada individuo en la ecuación.
Había más comentarios, todos interesantísimos, pero creo que el mensaje lo he podido transmitir.
La economía no es una ciencia, o si se prefiere, no puede aspirar a ser una ciencia como las llamadas verdaderas.
Esto no es necesariamente ni bueno ni malo, sencillamente marca ciertos límites, pero también abre nuevas puertas.
Por supuesto que todos seguimos una corriente de pensamiento y creamos nuestro propio paradigma, es lo que nos permite interpretar la realidad. Y luchamos por convencer al otro de que nuestra interpretación es la correcta.
El problema es cuando tratamos de imponer esa visión e interpretación.
Entiendo que lo que he dicho en este artículo es opinable, y por tanto sujeto de debate.
No intento imponer mis teorías, sólo razonar en base a ellas.
Como seres humanos necesitamos comprender el mundo que nos rodea, un mundo al que pertenecemos y en el que, como he dicho, adoptamos ese doble rol de observador y observado. Todos tenemos teorías, de hecho a mí me han convencido Acemoglu y Robinson. De hecho creo que muchos de los males de España es que tiene elementos extractivos muy claros… aunque eso es otra historia.
Yo seguiré pensando que ni la filosofía, ni la economía, ni la antropología, ni la sociología son ciencias, pero me seguiré nutriendo de ellas porque es el saber que me llena.
Y ahora me pongo humildemente contra la pared para recibir alguna que otra coliflor, que de eso es de lo que vive el hombre y su inteligencia.
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Etiquetas:
La economía no es una ciencia… con perdón
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