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lunes, 29 de octubre de 2018

Ontología. Teoría de las Ideas.



LA ESTRUCTURA DE LA REALIDAD (ONTOLOGÍA): LA TEORÍA DE LAS IDEAS.

 La teoría de las Ideas representa el núcleo de la filosofía platónica, el eje a través del cual se articula todo su pensamiento. 
 Esta doctrina consiste en la afirmación de que existen entidades inmateriales, absolutas, inmutables y universales, independientes del mundo físico: por ejemplo, la justicia en sí, la belleza en sí, la bondad en sí, el hombre en sí; de ellas derivan su ser todo lo justo, lo bello, lo bueno, todos los seres humanos, que hay en el mundo físico.
 Las ideas son sustancias, tienen existencia por sí mismas, es decir, poseen una existencia real e independiente del pensamiento humano y de las cosas que representan, por lo que la Idea es la forma única de algo múltiple. Sería el modelo (modelos primeros y únicos) de todo lo que existe.
 Estas Ideas, que son independientes del mundo físico (mundo de las cosas y de los hombres), existen en el mundo de las Ideas o inteligible, mientras que las cosas y los hombres pertenecen al mundo físico o sensible (concepción dualista de la realidad).

Características:
Mundo de las Ideas. Las Ideas son:
- Eternas: ni se generan ni se destruyen.
- Inmutables: no cambian con el paso del tiempo.
-  Inteligibles: se pueden conocer mediante el conocimiento.
- Universales: incluyen todos los objetos que pertenecen a un mismo tipo de cosas.
- Perfectas: tienen todas las cualidades deseables, por lo que no poseen defectos.
Mundo sensible. Las cosas son:
- Finitas: tienen fin en el tiempo
- Mutables: cambian con el tiempo.
- Ininteligibles: no se pueden conocer con el conocimiento.
- Particulares: cada una es lo que es y no otra cosa.
- Imperfectas.

Pero estos dos mundos contrapuestos no se encuentran aislados, sino que el mundo sensible no puede existir ni entenderse sin el de las Ideas, y el mundo de las ideas aspira a su realización en el físico. Platón separó las Ideas de las realidades del mundo físico. Las Ideas no dependen en su ser, en su verdad y en su permanencia de las cosas sensibles, pero los seres físicos sí dependen de las ideas.

Ejemplo: una Idea es justa en la medida en que ella se da la Idea de justicia. ¿Cuál es, entonces, la relación de los seres sensibles con las Ideas? En sus escritos, Platón recurre a dos términos para caracterizar esta relación:

a) Participación: los seres sensibles particulares participan de las Ideas correspondientes.
b) Imitación: los seres sensibles particulares imitan las Idaes.

Por lo que las Ideas son modelos que las cosas pretenden imitar a las cuales quieren acercarse sin conseguir igualarlos plenamente jamás. Ejemplo: ninguna esfera física, de bronce o de madera, es plena y perfectamente esférica, sólo lo es la esfera ideal.

 Estas Ideas constituyen un sistema en que todas se ensamblan y coordinan, en una gradación jerarquizada, cuya cúspide ocupa la Idea de Bien. Por debajo del Bien, están las Ideas éticas, por debajo de éstas las ideas estéticas, en un nivel inferior las ideas matemáticas y de relaciones y finalmente las ideas de todas las cosas ridículas e insignificantes.

 La Idea de Bien: es expresión de orden, del sentido y de la inteligibilidad de lo real. De la misma manera que el Sol en el mundo sensible hace que veamos las cosas, la Idea de Bien hace que los seres inteligibles puedan ser conocidos y a la inteligencia le da la facultad de conocerlos. El Bien les da al ser y el fundamento a las cosas sensibles, pero permaneciendo separada de ellas. Por lo que se a considera como la causa ontológica del ser de las cosas y como el criterio gnoseológico que fundamenta nuestro conocimiento de las cosas sensibles.

  En la teoría de las Ideas de Platón influyeron entre otros:
a) Los pitagóricos: ellos insistieron en las estructuras y relaciones matemáticas como principio de inteligibilidad del universo, y los entes matemáticos son Ideas para Platón.
b) Parménides: él distinguió entre lo que verdaderamente existe (realidad inmutable) y el universo cambiante. Platón toma de él el hecho de que las Ideas son lo que existe de verdad y poseen las mismas características que la realidad propugnada por Parménides. VER
 https://apuntesymasapuntes.files.wordpress.com/2011/09/ontologc3ada.pdf
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Ontología. Teoría de las Ideas.

La ontología platónica se caracteriza por el dualismo de mundos, es decir, por diferenciar claramente dos ámbitos de la realidad. Seguimos aquí la primera división del símil de la línea: la doxa o la opinión se desarrolla en el ámbito de las apariencias, esto es, en el mundo sensible, mientras que el conocimiento o episteme sólo puede existir en el ámbito inteligible, es decir, un ámbito sólo accesible a través de la inteligencia. A esta región se la conoce como mundo de las Ideas. Hemos mostrado que para justificar la existencia de las Ideas es necesario que exista algún tipo de indicio en la sensibilidad de que tales esencias existen: este indicio aparece en las figuras geométricas, que hacen que volquemos nuestra mirada hacia lo más elevado y perfecto, puesto que a través todavía de imágenes – y en esto consiste la relativa imperfección de las Ideas. Cuando hablamos del dualismo platónico en la teoría del conocimiento, la ontología o la antropología estamos en realidad de un doble problema: por un lado tenemos que pensar el chorismós, la separación o el corte entre realidades cualitativamente distintas; por otra parte, hemos de pensar que ese chorismos no nos permite separar las Ideas de tal modo que se desconectan absolutamente del mundo sensible. Nuestro reto, por tanto, en el problema platónico del dualismo, es entender a la vez la separación y el entrelazamiento: a esto lo acabaremos llamando symploké.

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https://apetitionisapoem.wordpress.com/2016/11/17/ontologia-teoria-de-las-ideas/

Lo que se ve y lo que no se ve Frédéric Bastiat (1801 - 1850) 

Lo que se ve y lo que no se ve Frédéric Bastiat (1801 - 1850) 

En el ámbito económico, un acto, un hábito, una institución, una ley, no producen sólo un efecto, sino una serie de efectos. De éstos, únicamente el primero es inmediato, y dado que se manifiesta a la vez que su causa, lo vemos. Los demás, como se desencadenan sucesivamente, no los vemos; bastante habrá con preverlos.

La diferencia entre un mal economista y uno bueno se reduce a que, mientras el primero se fija en el efecto visible, el segundo tiene en cuenta el efecto que se ve, pero también aquellos que es preciso prever. 

Sin embargo, esta diferencia es enorme, pues casi siempre ocurre que, cuando la consecuencia inmediata es favorable, las consecuencias ulteriores resultan funestas, y viceversa. De donde se sigue que el mal economista procura un exiguo bien momentáneo al que seguirá un gran mal duradero, mientras que el verdadero economista procura un gran bien perdurable a cambio de un mal tan sólo pasajero.

Eso mismo acontece en higiene y en moral. Muchas veces, cuanto más grato es el primer resultado de una costumbre, tanto más amargas serán las imprevistas consecuencias ulteriores, como sucede con la incontinencia, la pereza y la prodigalidad, entendidas como rutina. Así pues, cuando alguien experimenta el efecto que se ve, sin haber aprendido a discernir los que no se ven, se abandona a hábitos funestos, no ya sólo por inclinación, sino por cálculo.

Esto explica la evolución fatalmente dolorosa de la humanidad, que, cercada en su nacimiento por la ignorancia, se ve obligada a determinar sus actos por las primeras consecuencias de los mismos, pues son las únicas que, en principio, puede captar. Sólo con el tiempo aprende a tomar en consideración las demás. Para ello, cuenta con dos maestros claramente diferenciados, a saber, la experiencia y la previsión. 

La experiencia enseña con eficacia, pero también con brutalidad: haciendo que los experimentemos, nos instruye acerca de todos los efectos de un acto, y así, a fuerza de quemarnos, necesariamente aprenderemos que el fuego quema. 

A mí me gustaría poder sustituir ese rudo método por otro más suave: el de la previsión. Con este fin pretendo indagar sobre las consecuencias de algunos fenómenos económicos, poniendo las que no se ven cara a cara con las que se ven.

 EL CRISTAL ROTO

Veamos el ejemplo del hombre cuyo atolondrado hijo rompe un cristal. Ante semejante espectáculo, seguro que hasta treinta hipotéticos espectadores sabrían ponerse de acuerdo para ofrecer al atribulado padre un consuelo unánime: «No hay mal que por bien no venga. Así se fomenta la industria. Todo el mundo tiene derecho a la vida. ¿Qué sería de los vidrieros si nadie rompiese cristales?»

Pues bien, en esta formulación subyace toda una teoría en la que conviene percibir un flagrante delito (si bien, en este caso, leve), pero que es exactamente la misma que, por desgracia, gobierna la mayoría de nuestras instituciones económicas.

Suponiendo que haya que gastar seis francos en la reparación del desperfecto, si se mantiene que, gracias a ello, ese dinero ingresa en la industria vidriera, la cual se ve favorecida en tal cantidad, estaré de acuerdo y sin nada que objetar, pues el razonamiento es válido. Vendrá el vidriero, hará su trabajo y cobrará los seis francos, frotándose las manos y bendiciendo en su fuero interno la torpeza del chico. Esto es lo que se ve.

Mas, si por vía de deducción se quiere significar, como sucede con demasiada frecuencia, que es útil romper los cristales porque de este modo circula el dinero fomentando la industria en general, habré de objetar que, siendo cierto que semejante teoría se ocupa de lo que se ve, pasa por alto lo que no se ve.

No se ve que, puesto que nuestro hombre se ha gastado seis francos en una cosa, ya no los podrá gastar en ninguna otra. No se ve que, de no haber tenido que reponer el cristal, habría repuesto, por ejemplo, su calzado, o tal vez habría adquirido un libro para su biblioteca. Es decir, que hubiera dispuesto de seis francos para emplearlos en cualquier cosa.

Hagamos las cuentas de la industria en general. 

Con la rotura del cristal, la industria vidriera recibe un estímulo a razón de seis francos: esto es lo que se ve. 

De no haberse roto el vidrio, la industria del calzado (o la de cualquier otro ramo) se habría beneficiado de ese dinero: esto es lo que no se ve. 

Y si se tomase en consideración lo que no se ve, por ser un hecho negativo, lo mismo que lo que se ve, por ser un hecho positivo, se comprendería que la industria en general, o el conjunto del trabajo nacional, no tiene el menor interés en que se rompan o dejen de romperse los cristales.

Vamos ahora con las cuentas de nuestro ciudadano. 

En la primera hipótesis, que es la del vidrio roto, el hombre gasta seis francos y obtiene de nuevo lo que ya poseía. 

En la segunda, si el incidente no se hubiera producido, habría invertido los seis francos en calzado y tendría en su poder, además del cristal, un par de zapatos. 

Y como el ciudadano forma parte de la sociedad, hay que concluir que, tomada en su conjunto, y calculando el trabajo y su producto, la sociedad ha perdido el valor del vidrio roto.

Consecuencia que, si generalizamos, nos lleva a la inesperada conclusión de que la sociedad pierde el valor de los objetos destruidos inútilmente; o al enunciado, para pasmo de los proteccionistas, de que romper y derrochar no estimulan el trabajo nacional; o a la sencilla afirmación de que la destrucción no conlleva beneficio.

Me gustaría conocer lo que al respecto puedan decir el Moniteur Industriel o los partidarios del buen señor de Saint-Chamans, quien con tanta exactitud calculó lo que ganaría la industria, si ardiese todo París, por las casas que habría que reedificar. 

Estoy consternado por desbaratar sus ingeniosas cuentas, cuyo espíritu ha introducido en nuestra legislación. Pero le suplicaría que las echara de nuevo, esta vez teniendo en cuenta lo que no se ve junto a lo que se ve.

Es necesario que el lector considere que en el breve drama que acabo de someter a su atención no hay solamente dos personajes, sino tres. El primero, el ciudadano, representa al consumidor, limitado a un solo goce en lugar de los dos de que disponía antes de la destrucción. El otro, personificado en el vidriero, representa al productor, a quien el accidente fomenta su industria. El último es el zapatero (u otro industrial cualquiera), cuyo trabajo pierde en estímulo otro tanto de lo que el anterior ha ganado y precisamente por la misma causa. Este tercer personaje, a quien se mantiene siempre en la oscuridad y que representa lo que no se ve, es un término necesario del problema. Es el que nos hace comprender el gran absurdo que hay en ver un beneficio en la destrucción. El que nos ha de demostrar en breve que no es menos absurdo esperar un beneficio de la restricción, que, al fin y al cabo, no es más que una destrucción parcial. De manera que, si se examina el fondo de todos los argumentos que en su favor se emplean, no encontraremos más que una paráfrasis del dicho vulgar: 

qué sería de los vidrieros si nunca se rompiesen los cristales?

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