UNIVERSIDAD DE ALCALADEPARTAMENTO DE FUNDAMENTOS DE ECONOMIA E HISTORIA ECONOMICAHistoria del pensamiento Económico: apuntesProfesor: C.M.Gómez Gómez
1. EL PENSAMIENTO MERCANTILISTA
1.1 La Nación y la Riqueza.
1.1.1. La Nación y el Absolutismo
1.1.2. ¿Cómo Enriquecer la Nación?
1.1.3 Un Estado Fuerte e Intervencionista
1.2 Los Temas Esenciales del Mercantilismo
1.2.1. El Dinero y la Riqueza.
1.2.2 El Dinero y los Precios
1.2.3 El Dinero y el Tipo de Interés.
1.2.4 El Dinero y la Balanza Comercial
1.3 Variaciones sobre la población, el trabajo y la industria.
1.4 Una Nota Sobre la Aritmética Política
Versión: 7 de septiembre de 1998
El período del mercantilismo abarca más o menos desde 1500 a 1750 (ver Grampp, pags.75 y ss.) y sirve para denotar una fase de amplias transformaciones sociales que van desde la descomposición de las formas medievales de organización social hasta la expansión y la generalización del comercio internacional y de la economía de mercado. Políticamente, está relacionada con el absolutismo y con el ejercicio por parte de los estados de una política de poder frente a sus vecinos y de expansión colonial en ultramar. Por esa razón el término Mercantilista también es útil, desde Adam Smith, para denotar todo tipo de interferencia dañina, imprudente, burocrática y, por supuesto, inútil en la vida económica. El mismo término ha servido para aglutinar a todo un conjunto de autores preclásicos que escribieron durante el período y que, aunque desde Adam Smith les llamamos mercantilistas, no siempre fueron partidarios del intervencionismo, muchas veces se opusieron a él, y fueron en muchos sentidos precursores, sino claramente partidarios, del liberalismo económico que luego el propio Smith convertiría en una auténtica doctrina económica y política.
Si hemos de ser rigurosos, los autores mercantilistas no forman una escuela de pensamiento, y tampoco son responsables, como veremos más adelante, de las políticas aplicadas por los gobiernos de su tiempo. Si algo tuvieron en común los autores mercantilistas es que fueron personas influyentes de la sociedad; entre ellos encontramos ministros de su majestad, hombres de estado, consejeros de príncipes, magistrados y abogados. Todos pertenecen a las esferas del poder político, espiritual, financiero o jurídico. En España, por ejemplo, nos encontramos con eclesiásticos y funcionarios de casas de moneda y de contratación. En Francia se tratará de legistas y funcionarios. En Inglaterra serán principalmente comerciantes que se ocupan del comercio internacional. Por ello no es sorprendente que las ideas del mercantilismo nazca de discusiones sobre problemas económicos particulares para los que se trataron de encontrar respuestas concretas, precisas, y sobretodo prácticas.
Todas las reflexiones económicas están orientadas hacia la acción más que hacia la construcción de un cuerpo sistemático de ideas o de una teoría económica coherente. Los autores que estudiaremos no teorizan mucho y explican más bien poco. Sus temas son circunstanciales y limitados. Estos autores critican, recomiendan, aconsejan, afirman o desmienten y, por todo ello, es ilusorio buscar entre todas esas ideas una coherencia que no tienen y que tampoco reivindican. Si quisiéramos definir los temas centrales del mercantilismo sólo podríamos hacerlo de un modo indirecto, viendo el contenido de las principales obras y uniendo razonamientos fragmentarios.
Las ideas mercantilistas responden a las situaciones del momento. Sin embargo, para ellos la vida económica está siempre en el primer plano y en sus escritos se expresa la variedad de sus circunstancias, la diversidad de sus personalidades, los conflictos de intereses, etc. El pensamiento mercantilista tiene la riqueza, la complejidad, y las contradicciones de la propia vida económica. Una forma de empezar es preguntarnos ¿cuál es para estos autores la finalidad de la actividad económica y, en consecuencia, de sus recomendaciones? La respuesta simple es que el objetivo de la economía es el aumento de la riqueza de la nación. El gran tema de reflexión es entonces por qué medios enriquecer la nación. Más allá de su diversidad, los mercantilistas comparten entonces una cierta idea de la nación, del Estado y del poder. Pero esto nos lleva a otra pregunta: ¿de qué tipo de riqueza se trata? ¿qué tipo de cosas forman la deseada riqueza nacional? Estos dos temas, la concepción del Estado y la definición de lo que realmente constituye la riqueza, serán el tema del primer apartado de estos apuntes.
A partir de esas ideas básicas se pueden organizar los temas restantes. Estos temas, que estudiaremos en su orden, son, en primer lugar, un conjunto de variaciones alrededor del dinero (dinero y riqueza, dinero y precios, dinero y tipo de interés, tipo de cambio y balanza de pagos). En segundo lugar, están un conjunto de temas relativos a la población, el trabajo y la industria. Para terminar el capítulo, destinaremos un lugar especial a "la aritmética política", que bajo el impulso de William Petty pretende tratar los problemas económicos, por vez primera, "en términos de números, pesos y medidas".
1. La Nación y la Riqueza.
El espíritu del mercantilismo se opone claramente a las ideas medievales. Esto se traduce en que desde el siglo XVI la política será una cuestión separada de la religión, la economía un tema distinto de la justicia, y los negocios de la moral. Pero si la economía política se deshizo de la tutela de los valores trascendentes fue sólo para integrarse mejor en el marco político de la nación y del estado.
1.1. La nación: el príncipe y el absolutismo.
A comienzos del siglo XVI aparece la obra de Nicolas Maquiavelo (1469-1527) y con ella surge una nueva teoría del estado considerado como un poder superior conducido por el príncipe. Según Maquiavelo, los Estados nacen de la violencia y con frecuencia deben mantenerse gracias a ella. Por esa razón resulta que las reglas de la eficacia política, por supuestos en nombre de los intereses superiores del Estado, contradicen las enseñanzas de la moral y de la iglesia. Con mucha frecuencia, El príncipe se verá "obligado, para mantener su Estado, a obrar en contra de la caridad, en contra la humanidad, y en contra de la religión" (El Príncipe, p.125). "Siendo como son", los hombres utilizarán su libertad para actuar en contra de los intereses del Estado y esto nos conducirá al caos social y, finalmente, a la disolución de la Nación. El papel de el Príncipe consiste entonces en obtener, establecer y garantizar la prosperidad de la ciudad. Para ello, debe conquistar, conservar y aumentar su poder. Estos últimos son los objetivos de la política.Por encima de las metas y fines de cada persona se debe anteponer "la razón de estado". Siempre que sean adecuados a los fines para los que están destinados, "los medios se considerarán honorables y adecuados. El vulgo no juzga más que lo que ve y lo que le ocurre; y en este mundo no hay más que lo vulgar; el número pequeño no cuenta cuando hay en que apoyarse en el gran número" (p.126). Así, Maquiavelo, el padre de la razón de estado nos aporta la primera pieza del absolutismo.
Por su parte Jean Bodin (1530-1596), en Los Seis Libros de la República (1576), tratará de construir su teoría del estado sobre el concepto de soberanía. Para Bodin (o Bodino), la soberanía es la esencia de La República, el principio mismo del Estado. Para que exista la soberanía deben existir, a un mismo tiempo, un marco jurídico (la ley) y una autoridad (el orden). Tal soberanía, indivisible, absoluta y perpetua es una prerrogativa exclusiva del monarca y se impone al pueblo por intermedio del gobierno. Sin embargo, Bodin era un absolutista matizado que no dejó de advertir sobre los peligros de una soberanía sin límite; estos límites deben estár, según Bodin, en la ley divina y en la ley natural. Sin embargo estas ideas nos puede hacer caer rápidamente en contradicciones; así, por ejemplo, si según la ley divina, la voluntad del monarca no refleja la voluntad de Dios, nadie podrá, por hipótesis, erigirse en juez del soberano. Los límites a la soberanía propuestos por Bodin son, en muchos casos, más retóricos que efectivos y el poder del soberano es absoluto. Sin embargo, como veremos más adelante, la ley natural sí que puede suponer un límite efectivo a lo que puede y no puede conseguir el monarca en el ejercício de sus poderes soberanos.
Más tarde, Thomas Hobbes (1588-1679), en el Leviathan (1651), en el que estudia con detalle la guerra civil inglesa que llevó a la ejecución de Carlos I, concluye que las grandes desgracias de la sociedad ocurren cuando las personas no saben a quién obedecer; cuando la soberanía desaparece. Cuando esto ocurre, la sociedad puede regresar al "estado de naturaleza"; es decir, a esa situación en la que cada quien puede hacer todo lo que considere útil para su supervivencia o su felicidad, en la que es permanente la amenaza para la vida y para los bienes de cada quien, y donde la vida de los hombres es "solitaria, miserable, sucia, animal y breve". Afortunadamente, en este como en muchos otros casos, el mal trae consigo parte del remedio. El "miedo constante a la muerte" lleva a todos al convencimiento de que, para salir del "estado de naturaleza", es necesario que cada quien convenga en ceder sus derechos a una autoridad superior, a la que será confiada la soberanía, que promulgará las leyes necesarias para conseguir la paz civil y que garantizará su observancia por medio del uso de la fuerza. La obediencia voluntaria al soberano asegura entonces la supervivencia y la prosperidad de la ciudad. Cada uno de los miembros de la sociedad se reconoce en su representante, y este, una especie de Dios mortal, consigue y representa la unidad de la nación.
En resumen, según el cuerpo doctrinal del absolutismo, el príncipe, garante del orden civil y de la unidad nacional, es la autoridad absoluta y la condición necesaria para la prosperidad de la nación. La vida económica se desarrolla entonces bajo su dirección, su control y su protección. Estas ideas políticas del siglo XVI y XVII harán parte del ambiente intelectual del mercantilismo. Los mercantilistas, en consecuencia, escriben para definir, expresar y defender los intereses de la nación y utilizarán toda su capacidad de persuasión para dirigirse a aquel que los encarna: el príncipe. La nación y el príncipe son las referencias esenciales, los pretextos para pensar y escribir, y la justificación última de sus consejos y recomendaciones.
1.2 ¿Cómo enriquecer la nación?
Algunas veces se ha dicho que el mercantilismo está basado en una falacia de composición: si algo es bueno para una persona (por ejemplo un mercader), también es bueno para la sociedad en su conjunto (es decir, para la nación). La Nación, como el comerciante, se enriquece cuando hace beneficios; es decir, cuando vende más y más caro de lo que compra. Además, estas ganancias del intercambio con otras naciones se suman unas a otras y pueden acumularse en stock monetarios de metales preciosos. El enriquecimiento se concibe entonces como una acumulación de la riqueza por excelencia: los metales preciosos. Los mercantilistas no entienden la riqueza como bienestar o como mejora en los niveles de vida de los subditos, más bien de lo que se trata es de construir e incrementar un patrimonio. De ahí que los dos temas principales del mercantilismo sean precisamente el dinero y balanza comercial.
Tampoco el mercantilismo reconoce ventajas mutuas y compartidas entre las naciones que participen del comercio internacional. Más que socios comerciales que buscan acuerdos mutuamente favorables el mundo del comercio se conforma entre naciones rivales. El comercio entre mercaderes y, por analogía, entre naciones, se percibe necesariamente como un juego de suma cero, nadie puede ganar a menos que otro pierda. Los mercantilistas no ignoran que un país sólo puede conseguir un excedente en el comercio internacional a costa de los déficit de otros. El objetivo de enriquecer la nación es entonces conflictivo; para que unos prosperen otros deberán empobrecerse; la riqueza propia se obtiene en detrimento de la fortuna de los vecinos. Por esos motivos, no es sorprendente que, junto con la diplomacia y con la guerra, las políticas económicas de la época se integren dentro de una estrategia general de poder. Aunque para nosotros resulte chocante, tampoco sorprende la agresividad nacionalista y a menudo xenófoba de los mercantilistas. A. de Rojas, un mercantilista español dirá, por ejemplo, que la riqueza: "se debe buscar adquirirla por todos los medios sin excepción, incluso por la fuerza de las armas: he aquí una máxima invariable y susceptible de demostración". También se puede citar la fórmula del más ilustre mercantilista francés, Antoine de Montchrestien (1576-1621): "Todo lo extranjero corrompe".
Pero no debe perderse de vista que las ideas del mercantilismo sirvieron de caldo de cultivo al liberalismo que luego alcanzo su auge en la economía clásica. A la agresividad y el conflicto con el extranjero se opone la solidaridad y la cooperación al interior del país. Al contrario de lo que ocurre entre las naciones, para muchos mercantilistas, excluyendo excepciones notables que veremos más adelante, dentro del mismo pais el interés privado y el interés colectivo no están en conflicto. El enriquecimiento de un individuo no constituye un obstáculo al enriquecimiento de otros. Todo lo contrario, la prosperidad individual se puede extender sin limitación dentro de las fronteras nacionales. Los métodos del éxito se pueden copiar, y a través de la copia se generalizan. Así, encontramos en los mercantilistas una concepción elemental de la solidaridad económica.
Si la fuente de la riqueza se adquiere a través del comercio, ¿qué papel juega entonces la producción interna? ¿los bienes producidos son o no parte de la riqueza?. Sobre este tema, los mercantilistas tendrán ideas encontradas. Para Montchrestien en casa de los trabajadores industria y prosperidad son sinónimos. Sin embargo, muchos mercantilistas sólo tuvieron en cuenta la producción interior como una forma de orientar los intercambios internacionales. Para éstos últimos, producir es, en primer lugar, producir para exportar más e importar menos. La producción podrá ser una fuente de riqueza, pero sólo una fuente indirecta a través de su influencia sobre la balanza de pagos.
1.3 Un estado fuerte e intervencionista
Para los mercantilistas los estados que prosperan son los estados poderosos. La fuerza es la mejor garantía de éxito de los intereses individuales, el comercio exterior sólo prospera cuando la armada del príncipe protege al mercader, y cuando, eventualmente, la expansión colonial y la guerra abren nuevos mercados. Del mismo modo, el comercio interno sólo se desarrolla cuando impera la paz civil y está protegida la propiedad privada.
Tal vez fue Montchrestien el autor que defendió con mayor convicción la omnipresencia del Estado,y quien llevó más lejos el argumento de su necesaria autoridad. En el Traitè de Economie Politique (1615) desarrolla este tema abundantemente. Las areas de intervención del Estado que menciona Montchrestien pertenecen al fondo común del mercantilismo: la ley, el orden, la seguridad, la garantía de la propiedad, la seguridad del comercio, etc. Pero el autor también aporta argumentos originales: el Estado debe velar por el pleno empleo, ya que el paro es un desperdicio de recursos y crea un déficit de riquezas que deberá ser cubierto comprando en el extranjero. Por ello hay que obligar a las personas a trabajar y se deben crear talleres con ese fin. Sus argumentos serían luego recuperados por William Petty, para defender que el estado "debe poner su máxima atención en utilizar la fuerza laboral y mantener en orden sus aptitudes" Grampp (p.79). En caso de necesidad los parados deberían emplearse en "... construir una pirámide inútil en la llanura de Salisbury, trasladar piedras de Stonehedge a Towerhill o hacer cosas semejantes, ya que, por lo menos, esto mantendría sus mentes disciplinadas y obedientes y sus cuerpos aptos para realizar trabajos provechosos cuando fuera necesario" (citado por Grampp). El estado debe jugar también un papel en la formación de las personas a través del desarrollo de la enseñanza y como responsable de la educación de los huérfanos. Además, el Estado debe también intervenir en la industria protegiendo las invenciones, creando monopolios gracias a los privilegios que conceda, etc. En materia de comercio exterior, el estado debe proteger los bienes que produzca o pueda producir la nación, pero debe defender la libertad de comercio en lo que se refiera a los bienes que la nación no produzca. Finalmente, el estado debe estimular la colonización, ya que ésta permite reabsorber los excedentes de población, aumenta la demanda de bienes y da acceso a nuevas fuentes de materias primas. Las ideas de Montchrestien son representativas de la corriente mercantilista francesa. Pero también se encuentran en Barthelemy de Laffemas, el consejero de Enrique IV y, en cierto modo, se anticiparon a la política económica que luego seguiría Colbert.
2. Los Temas Esenciales del Mercantilismo
Como hemos visto el dinero es el concepto central de las reflexiones mercantilistas. Si hay una recomendación clara de política económica esta es la de acumular la mayor cantidad de metales preciosos mediante la consecución de saldos favorables en los intercambios exteriores. A partir de esa premisa, se pueden deducir fácilmente las relaciones entre el dinero y los precios, entre el dinero y la tasa de interés, y entre el dinero, el tipo de cambio y la balanza de pagos. Además de estas relaciones también haremos mención en este apartado a algunos temas menores sobre la población , el trabajo y la industria.
2.1. El dinero y la riqueza.
El dinero de la época mercantilista es el dinero-mercancía; es decir, está constituido por metales preciosos marcados, en forma de lingotes o monedas marcadas con un sello que, en principio, garantiza su peso en oro o en plata. Para ordenar la discusión sobre la relación entre "la riqueza de una nación" y el dinero, planteemos para empezar una cuestión básica: ¿es el dinero, para los mercantilistas, sinónimo de riqueza?. Sin lugar a dudas los primeros mercantilistas darían a esta pregunta una respuesta afirmativa. Los mercantilistas llamados bullionistas, principalmente españoles y portugueses de la primera mitad del siglo XVI, se proponen como ambición exclusiva la acumulación y conservación de los metales preciosos en el reino. A ellos les parecía que el valor intrínseco del oro y de la plata, así como su carácter imperecedero, convertían a los metales preciosos en la esencia misma de la riqueza. Por eso proponen, entre otras medidas, la prohibición de exportar el oro y la plata, el cobro de sobretasas de cambio para las monedas extranjeras, la obligación de pagar las importaciones de bienes en mercancías y no en metales preciosos, la obligación de repatriar las ganancias obtenidas en el extranjero, etc. Todo un conjunto de medidas artificiales, autoritarias, burocráticas e ineficaces.
Pero ¿por qué razón dinero es sinónimo de riqueza? La respuesta de los primeros autores mercantilistas, es simple: el dinero es riqueza porque es poder de compra. Esto es lo que por ejemplo concluye Davanzati: "todos los hombres desean todo el oro posible para adquirir todas las cosas, para satisfacer todos sus deseos y necesidades, y en suma para ser felices" (Lezione della Monete, 1588). De ahí a pensar que son los bienes, y no el dinero, los que constituye la verdadera riqueza no hay más que un paso, que algunos darían varios años después.
El dinero, o los metales preciosos, poseen ventajas indudables. Por ejemplo, mientras la mayoría de los bienes son perecederos y difíciles de almacenar, los metales preciosos son duraderos, de valor elevado y divisibles, características todas ellas que los hacen adecuados para efectuar pagos y para la conservación de la riqueza. En todo ese razonamiento se encuentra el reconocimiento explícito de las tres funciones clásicas del dinero: unidad de cuenta, instrumento de cambio y reserva de valor; son precisamente la segunda y fundamentalmente la tercera de estas funciones las que permiten aproximar hasta confundir en lo mismo el dinero y la riqueza.
Además, los metales preciosos son absolutamente indispensable para reglar los saldos del comercio exterior. Por ello, Tomas Mun (1571-1641), insistirá sobre la necesidad de detentar metales preciosos para las necesidades de los intercambios internacionales. Por la misma razón, el comercio interior debería servir para economizar encajes monetarios y, según Mun, dentro del país el papel del dinero lo puede cumplir adecuadamente los billetes a la orden y las letras de cambio.
Además de las razones anteriores el Príncipe debe poseer un tesoro, signo de nobleza, de poder, esplendor y, más prosaicamente, porque el dinero es el nervio de la guerra. El Príncipe debe conseguir las armas, preparar la flota, conducir la guerra y todos los gastos deben cubrirse con dinero contante y sonante.
Finalmente, para muchos mercantilistas, el dinero es la vida y el alma del comercio. Esta idea, extendida en la literatura sin una justificación teórica clara, se apoya en consideraciones intuitivas que reflejan las preocupaciones de los mercaderes. Con frecuencia tal metáfora sirve para identificar dinero y capital; una falacia comprensible cuando la prosperidad pasa por el comercio. Así, abundancia monetaria significa también abundancia de capital para prestar y tomar prestado, para la financiación de las ventas y las compras y para permitir que los negociantes asuman mayores riesgos. Así, unos medios de pago abundantes hacen más fácil la expansión del mercado, mejoran las oportunidades de negocio y las posibilidades de obtener beneficios. ¿Qué otra cosa puede pedir el comerciante? Así se explica también el miedo a una falta de liquidez que también constituye una constante del pensamiento mercantilista.
De todas formas, como no podía ser de otro modo, pasado el período bullionista empezaron a aparecer numerosas matizaciones. Algunos autores distinguieron muy pronto entre el valor comercial y el valor legal del dinero. Sin duda alguna, El príncipe puede caer en la tentación de multiplicar las monedas, los soles y los escudos, disminuyendo su contenido metálico. En el siglo XVII, muchos mercantilistas se opusieron a estas manipulaciones y sostuvieron que el valor comercial y el valor legal del dinero deberían coincidir (por ejemplo, en España, el padre Mariana en De Monetae Mutatione Disputatio, 1609). Las razones para ello son diversas.
En primer lugar, como enunciaba la ley de Gresham (1519-1579) "la mala moneda desplaza a la buena". Una vez que sea posible distinguir entre la mala y la buena moneda, se preferirán las primeras para realizar los pagos y las segundas para el ahorro.
En segundo lugar, la manipulación monetaria sólo es un recurso temporal para aliviar las finanzas públicas. En un primer momento, el Píncipe aumentará sus ingresos a corto plazo retirando la "buena moneda" y poniendo en su lugar moneda depreciada. Pero, más temprano que tarde, los súbditos tendrán la ocasión de devolverle la "mala moneda" (por ejemplo con el pago de los impuestos).
Por último, si el tipo de cambio no se ajusta al contenido metálico, los comerciantes extranjeros rechazarán las monedas depreciadas como medio de pago. Si, como consecuencia de lo anterior, el tipo de cambio se deprecia, de ello resultará un aumento de los precios de los bienes importados y, eventualmente, una salida de oro del país.
En resumen, si el dinero constituye la riqueza, sólo se puede tratar del "buen dinero". Tal vez debido a la fuerza de los argumentos en que se apoya, la "Ley de Gresham" es uno de los pocos princípios económicos que ha logrado inspirar una metáfora del romancero popular:"gitana que tu serás, como la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguno se la quea".
2.2 El Dinero y los Precios:
La historia económica de la Europa del siglo XVI está marcada, al mismo tiempo, por la entrada de grandes cantidades de oro y plata provenientes de el Nuevo Mundo, y por el aumento sostenido de los precios. A Jean Bodin le corresponde el mérito de haber relacionado por primera vez ambos fenómenos y, más concretamente, de haber identificado el primero como la causa del segundo. En los albores del siglo XVI, por razones obvias, los aumentos de precios se produce primero en España y con el tiempo se harán notar en Francia donde la inflación se acelera hacia 1550 y se dura hasta 1690. Todo esto coincide con otro hecho importante: en Europa circulan muchas monedas de dudoso valor. Esto servirá para complicar el diagnóstico sobre la verdaderas causas de la inflación; problema en el que se centrará una de las primeras controversias económicas.
En 1563 la Chambre de Comptes de París, movida por el deseo de averiguar las causas del aumento sostenido de los precios, encarga a uno de sus miembros, M. de Malestroit, la elaboración de un informe que será publicado con el título de Les Paradoxes sur le faict des Monnoyes (1563). ¿Cuáles son las paradojas de Malestroit? En primer lugar, la inflación que a todos parece algo tan evidente es, para el autor del informe, algo completamente ilusorio. Según Malestroit, la pérdida de poder adquisitivo del dinero en circulación es completamente imputable a la disminución del contenido metálico de la unidad de cuenta. Este autor se empeña en demostrar que, aunque los precios nominales aumenten, la relación de intercambio entre cada uno de los bienes y el oro y la plata, ha permanecido estable. De modo que la "carestía" sería una ilusión: efectivamente quien compra da más escudos, soles o libras a cambio de los mismos bienes, pero no da más oro o plata. Malestroit concluye entonces que, para evitar esta inflación de unidades de cuenta, lo único que hace falta es aplicar la ortodoxia monetaria de la época manteniendo constante el contenido metálico de las monedas. Malestroit subraya, con su segunda paradoja, que aferrarse a los valores nominales sin tener en cuenta el contenido metálico de las monedas es arriesgarse a sufrir pérdidas de capital; él piensa, con razón, que el rey que percibe sus ingresos en monedas depreciadas no recibe por lo tanto la misma cantidad de oro y de plata que sus predecesores.
Jean Bodin contestará a tales ideas en su Response aux Paradoxes de M. de Malestroit (1568). Su crítica es, en primer lugar, empírica y, a continuación, teórica. Según las cifras de Bodin, El aumento de los precios de los bienes esenciales (el trigo, la tierra, las viñas, las frutas, etc) es muy superior a la depreciación de las monedas. La inflación no es entonces solamente "nominal" (en unidades de cuenta), sino también real (de los precios en términos de oro y plata). Una vez demostrado que la inflación no es una ilusión, Bodin pasa a discutir sus causas. Para él, la causa principal es la abundancia de oro y de plata. El mayor crecimiento de la oferta de metales preciosos en relación con la oferta de los demás bienes, disminuye los precios relativos del oro y la plata con respecto a los demás bienes, o, en otros términos, aumenta los precios de los bienes en términos de oro y plata. El nivel general de precios (el inverso del valor del dinero), se relaciona entonces directamente con la cantidad de oro y plata existente en el mercado.
¿Podemos considerar que esta explicación descansa sobre lo que más tarde se denominará la teoría cuantitativa del dinero? En un cierto sentido sí, ya que el nivel de precios se relaciona con la cantidad de dinero y en esta idea hay una teoría monetaria de la inflación. Sin embargo, también hay que subrayar que otras ideas esenciales de la teoría cuantitativa están ausentes en el pensamiento de Bodin. Este es el caso, en primer lugar, de la secuencia oferta excedente de dinero, demanda excedente de bienes, inflación y, en segundo lugar, de la proporcionalidad supuesta entre el nivel de precios y la cantidad de dinero. El razonamiento de Bodin, en definitiva, no es más que un resultado, avanzado para su época, de la aplicación de un modelo oferta-demanda a una mercancía particular: el dinero.
A continuación, Bodin analiza las causas del aumento de la cantidad de dinero. El origen está en la balanza comercial; el comercio exterior de Francia con España es fuertemente superavitario y ello se traduce en la importación neta de oro y plata. Además están las transferencias de los numerosos franceses que encontraron fortuna en España y la entrada de capitales de los numerosos banqueros extranjeros que se instalaron en la Francia de la época. Aunque lo esencial del análisis de Bodin se encuentra en el mecanismo monetario, el autor añade otras causas del aumento de los precios, entre las que se cuentan: el despilfarro que resulta de la moda que crea demandas artificiales y cambiantes, el desarrollo de las exportaciones que reduce la oferta interior, los monopolios y las alianzas que frenan la competencia y, finalmente, los príncipes cuyos gastos son excesivos.
Las consecuencias prácticas de todo el análisis de Bodin son, sin embargo, un tanto deprimentes. Para el autor, en primer lugar, resulta muy difícil luchar contra las causas secundarias de la inflación. En cuanto a la causa principal, el exceso de dinero, el autor no hace más que dejar constancia en su razonamiento las contradicciones del pensamiento mercantilista. Acaso el oro y la plata no son la riqueza del reino; puede ser que la inflación sólo sea el precio a pagar por la prosperidad de los negocios. De todos modos, el exceso de dinero es claramente preferible a la escasez monetaria de los años anteriores. Carece de sentido embarcarse en una política de deflación imposible, por otra parte, de poner en práctica si se desea seguir comerciando con el exterior. Bodin, en consecuencia, no va más allá de oponerse a las manipulaciones monetarias, y expone con convicción pero sin originalidad las ventajas de una moneda cuyo contenido metálico sea estable.
El gran aporte de Bodin no es práctico sino teórico. Desde entonces, la relación positiva entre la abundancia monetaria y los precios será parte del acervo común del mercantilismo. Esta idea se integra en una visión general del dinero que se resume en la obra de Davanzati. El dinero, para este último autor, es unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor. Como medio de pago y reserva de valor es, al mismo tiempo, vehículo de las transacciones y poder de compra y, en consecuencia, constituye la esencia de la riqueza. Para que la mala moneda no desplace a la buena, el príncipe debe resistir la tentación de depreciarla; no obstante, como un subproducto no deseado, la abundancia de dinero hace aumentar los precios.
2.3 El Dinero y la Tasa de Interés.
Por encima de todo, para los mercantilistas la abundancia de dinero tiene una ventaja indudable: permite la disminución del tipo de interés. Los argumentos se encuentran expuestos con claridad en la obra de T. Culpeper (1578-1662) y particularmente su Traite Contre L'Usure (1621). Cuando el tipo de interés es alto, los mercaderes más afortunados se retiran, ya que para ellos es más seguro y más rentable prestar el dinero que dedicarse directamente a los negocios. Los negociantes jóvenes y endeudados se ven conducidos a la ruina o desmotivados, ya que lo esencial de sus beneficios sólo sirve para cubrir el servicio de los préstamos. De la misma manera, y esto es lo más importante para Culpeper, las inversiones agrícolas disminuyen y el valor de la tierra cae abrúptamente. Sin duda este razonamiento, y no es el primero que mencionamos de ese tipo, tiene un cierto sabor keynesiano. El tipo de interés es el rendimiento mínimo requerido por la inversión; si dicho mínimo es muy alto, numerosos proyectos se convertirán en no rentables y serán abandonados; en tanto que, por el mismo motivo, se retirarán los capitales ya comprometidos. Abandonar los negocios se hace más interesante que dedicarse a ellos; como la inversión es cada vez menos rentable, se corre el riesgo de que los créditos terminen financiando en mayor proporción los gastos de consumo.
Una baja tasa baja de interés es considerada entonces algo favorable al comercio. Pero esa es sólo una condición necesaria y no suficiente para la prosperidad de los intercambios. Thomas Mun, se encargará de señalar con justicia, que un tipo bajo de interés puede no ser más que el reflejo de un comercio deprimido y en consecuencia de una baja demanda de capitales. Con esta excepción, los mercantilistas piensan que una baja tasa de interés es el resultado de la abundancia monetaria. Muchos años más tarde se descubrirá que todo el argumento para defender esta conclusión está basado en la incapacidad de distinguir entre el concepto de dinero, el de capital y el de fondos prestables. A riesgo de simplificar, podemos decir que, para los mercantilistas, esos tres conceptos distintos se funden en una y la misma cosa: la riqueza (influencias teológicas aparte). Si la nación posee mucho oro y plata ( es decir, dinero), la inversión será abundante (acumulación de capital), y el crédito barato (fondos prestables).
Pero, ¿qué debe hacer el gobierno si se encuentra con una situación de escasez monetaria? Si eso ocurriera la ley debe suplir al mercado. Culpeper, por ejemplo, pide que se limite severamente el tipo de interés autorizado con el fin de poder competir con los holandeses que se benefician de tasas más bajas que los ingleses. La exigencia de un respaldo legal es, con una frecuencia comprensible, la única respuesta de los comerciantes en el conflicto que les enfrenta al poder financiero. Ambos intereses, los del banquero y el mercader, son claramente contrapuestos y los mercantilistas se preocuparán por distinguir con claridad entre la tasa de interés (legítima) y la usura (abusiva); una distinción artificial que sólo es un síntoma de las limitaciones del análisis.
2.4 El Dinero y la Balanza Comercial.
En el siglo XVI, el pillaje de los tesoros y la explotación de las minas del llamado Nuevo Mundo, constituye para Europa la fuente esencial de metales preciosos. España y Portugal, como puertos destacados de entrada, fueron también la cuna de los primeros autores bullionistas quienes se empeñaron en defender que el oro y la plata deberían permanecer dentro de las fronteras del reino. Por eso fueron también los países más intervencionistas. Para los países que no contaron con la suerte de tener un acceso directo a las fuentes de metales preciosos, la única forma de conseguirlos estaba en los excedentes de la balanza comercial. Como afirma Montchrestien: "necesitamos del oro y la plata y no teniéndola de nuestro cuño, debemos conseguirla de los extranjeros"(Traité...). En suma, como el oro entraba en España y Portugal, era necesario que los déficit comerciales lo hicieran salir.
En un primer momento, el saldo favorable de los intercambios comerciales se consiguió mediante una política de prohibiciones, restricciones y controles. Prohibiciones de exportar metales preciosos, obligación de cada mercader de exportar primero para importar después, tentativas de establecer controles burocráticos y restricciones administrativas adicionales (gracias, por ejemplo, a la Office of Royal Exchange en Inglaterra), etc.
Sin embargo, en el siglo XVI, la explosión de los intercambios internacionales debilitará progresivamente la eficacia de tales disposiciones. La emergencia de un mundo financiero especializado, la generalización de las letras de cambio, los privilegios acordados a las grandes compañías (entre ellos el de exportar oro) y, de un modo general, la imposibilidad material de controlar unos flujos comerciales siempre crecientes, son todos procesos que terminarán por arruinar el poder de la administración. Así se impone la idea de que, si el comercio es deficitario, el oro saldrá inevitablemente del reino .
En consecuencia, ¿cómo evitar la salida de oro?; ¿qué hacer si el desarrollo del comercio agrava y convierte el problema en algo crucial?. Alrededor de estas cuestiones generales se enfrentarán G. Malynes, Edward Misselden (1603-54) y Thomas. Mun en una de las controversias más fructíferas de la historia del mercantilismo.
Con la crisis comercial de los años 1620, aparece en Inglaterra una generación de autores bullionistas de la que Gerald Malynes es el representante más importante. Malynes buscó la razón del déficit comercial en los mecanismos de cambio (de acuerdo con la tradición bullionista). Su razonamiento es, a grandes rasgos, el siguiente. En un sistema de dinero mercancía, la paridad viene dada por el contenido metálico respectivo de las distintas monedas y el tipo de cambio debe ajustarse a allo (es, por supuesto, una cuestión de equidad, lo otro sería un fraude). La paridad de las monedas asegura el equilibrio en los flujos de dinero, ya que una vez alcanzado el tipo de cambio adecuado, según nuestro autor, no se producirá ningún movimiento de dinero, ya que no existirá la posibilidad de obtener ganancia alguna del intercambio de monedas o mediante la exportación o importación de especies.
Ahora bien, las monedas inglesas se encuentran subvaloradas: su precio se sitúa por debajo de la paridad y, precisamente por eso, se pueden obtener ganancias exportándolas; eso precisamente explicaría la salida de oro. La salida de oro, por su parte, hace bajar los precios en Inglaterra y los aumenta en el extranjero, con lo que se degradan aun más los términos de intercambio británicos. La gran hipótesis implícita de Malynes es que las funciones de demanda, tanto doméstica como extranjera, son inelásticas a los precios. Por eso puede decir que el resultado será un déficit en el valor de los intercambios de las mercancías que, además, constituye la contrapartida contable de la salida de dinero. Por todo eso, Malynes concluye, "el abuso del tipo de cambio", es decir la sobrevaloración de la moneda inglesa, es la causa del déficit comercial.
Por supuesto, Malynes no es tan ingenuo como para desconocer que si hay déficit en los intercambios será inevitable la salida de dinero. Su explicación es la siguiente: "el déficit comercial crea una demanda excedente de créditos sobre el exterior para reglarlo, esto hace aumentar el precio de las letras de cambio sobre el exterior y en consecuencia bajar el tipo de cambio. Puede ocurrir que éste baje hasta el punto en que resulte menos costoso reglar el déficit directamente en oro, con lo que se alcanza el punto de salida del oro". En este mecanismo los intermediarios financieros, que venden créditos sobre el exterior, tienen interés en venderlos caros. Acelerando entonces la depreciación y la salida de metales preciosos. Pero, aunque el segundo mecanismo refuerza al primero, no es la causa del déficit. Esta se encuentra, como hemos dicho, en el "abuso del cambio" y Malynes lo resaltará con vehemencia: "así, vemos claramente que el desequilibrio de los bienes se debe al abuso del cambio que gobierna las monedas, que son a su vez las que gobiernan los bienes" (El Centro del Círculo del Comercio, 1623, cap.3).
Las conclusiones políticas de Malynes se deducen directamente: hay que retornar a un estricto control de cambios, la Office of Royal Exchange debería supervisar todos los intercambios y prohibir las transacciones que no respeten la paridad. Los intereses de los mercaderes y comerciantes deben supeditarse al interés general.
Contra este análisis reaccionarán E. Misselden y T. Mun. Básicamente, estos dos últimos autores invierten el razonamiento de Malynes para rebatirlo; es decir sostienen que son los movimientos comerciales los que causan las variaciones del tipo de cambio y de los flujos monetarios.
Misselden, en Free Trade or, The Meanes To Make Trade Florish. Wherein, TheCauses of the Decay of Trade in this Kingdome, are discovered (1622) y el Círculo del Comercio (1623) es el primer autor en emplear sistemáticamente la expresión "balanza comercial", aunque para él esta se limite a los intercambios con solamente un país. En su esquema sólo hay balanzas particulares y no hay lugar para una balanza global. Por otra parte, en Misselden, el criterio voluntarista y "ético" de Malynes (hay que búscar y el mantener un tipo de cambio justo), cede su lugar a un punto de vista "mecánico": el de la balanza. En este marco de análisis, la secuencia de mecanismos es precisamente la contraria de Malynes. Cuando, por ejemplo, los intercambios con otra nación son excedentes, los créditos sobre el exterior son superiores a las deudas de los extranjeros y el tipo de cambio se aprecia, hasta el punto en que se hace rentable para el otro país reglar sus deudas en oro. En consecuencia, el tipo de cambio fluctuará alrededor de la paridad, entre los puntos de entrada y de salida de oro, según que los intercambios sean excedentarios o deficitarios. El problema político no es entonces el de mantener artificialmente la paridad con el fin de impedir las salidas de oro, sino el de situarse en las condiciones que permitan conseguir un excedente comercial.
Por su parte, Thomas Mun, en su obra póstuma, England's Treasure by Forraign Trade, retoma, generaliza y precisa los argumentos anteriores. Mun distingue cuidadosamente entre el balance global y los balances particulares. Los balances particulares con tal o cual país eran en la época objeto de una atención política particular, ya que el equilibrio o el excedente se buscaba y definía para cada socio. Mun, al contrario, insistirá en que lo que realmente importa es el balance global y que no es reprochable que el comercio con tal o cual país sea deficitario, siempre que conduzca a excedentes globales; por ejemplo, esto ocurrire cuando se importan materias primas que después de transformadas se reexportan como productos terminados o, incluso, cuando se importa barato para exportar los mismos bienes a mayor precio.
Las conclusiones de Mun se expresan en la forma de una auténtica ley económica: existe una relación causal entre la balanza global y los flujos de metales preciosos: "no entrará ni saldrá un tesoro mayor que el del saldo de la balanza comercial". Mun concluye lógicamente que la parte del stock mundial de metales preciosos en manos de cada país depende de la situación de su balanza comercial y no tanto de que el país tenga minas o colonias. Es difícil no mencionar el ejemplo de España, deficitaria e incapaz de conservar su oro, y Mun no dejará de analizar el caso.
Pero, si el excedente comercial aumenta la cantidad de dinero y, como sabemos desde J. Bodin, esto conduce a la inflación, ¿no puede ocurrir entonces que esto termine por invertir el signo de la balanza comercial?. Consciente del peligro, Mun propone políticas muy matizadas de acompañamiento (diríamos hoy) para controlar los precios. Allí donde Inglaterra se encuentre en posición de monopolio, se deben seguir una política de precios relativamente elevados; por el contrario, en los otros sectores los precios deben ser el resultado de la competencia. En todo caso, los precios no deben, en ningún caso, desincentivar la compra y deben ser suficientemente bajos para evitar que aparezcan competidores. Pero, ¿qué hacer entonces para evitar las consecuencias nefastas de la cantidad de dinero sobre los precios? Según Mun, la solución es sencilla: invertirlo en la industria; el superavit comercial permitirá obtener un excedente que, si se utiliza con juicio, llevará al reino a un círculo virtuoso de enriquecimiento general.
Las ideas de Misselden y Mun son características de la versión "comercialista" del mercantilismo inglés. Misselden trabajaba para la compañía Merchant Adventure y Mun era miembro de la East Asian Company. No sorprende, entonces, que los dos autores esperen el excedente comercial de la libertad de comercio de las grandes compañías. Esto es, de la libertad para exportar el oro siempre que permita desarrollar los negocios; para importar si eso permite exportar más; para comprar caro en el extranjero si eso permite vender aun más caro a otro país. Esta visión del comercio, dinámica y no sólamente contable, es la que corresponde a la actitud de los comerciantes poderosos con mentalidad de conquistadores.
2.5 La política de la balanza comercial.
A menudo se asocia mercantilismo con proteccionismo. Sin embargo, en esta afirmación puede ser objeto de muchos matices. Como observa Keynes, (en su apéndice Sobre el Mercantilismo de la Teoría General, y después de haber subrayado las ventajas de un excedente comercial): "No se puede decir que se obtiene el máximo excedente de la balanza comercial mediante el máximo de restricciones a las importaciones. Los primeros mercantilistas insistieron vivamente sobre este punto y a menudo combatieron las restricciones comerciales ya que a la larga tales restricciones se habrían convertido en un obstáculo para una balanza comercial favorable". Los grandes comercialistas ingleses, como acabamos de ver, eran mucho más favorables a la libertad de comercio, eso sí, acompañada de una política aduanera moderada.
En la época, nada de lo anterior impide la existencia de una verdadera política comercial. En primer lugar, el Estado debe, a través de una potente flota, garantizar la seguridad de los barcos mercantes. En segundo término, hay un largo catálogo de medidas que ayudarán a maximizar el excedente comercial. Por ejemplo, evitar exportar las materias primas (hay que transformarlas y exportar productos finales); o bienes de subsistencia (no hay que depender del extranjero para alimentarse); desestimular las importaciones de bienes de lujo (se parecen demasiado a los metales preciosos, pero carecen de utilidad); reservar el transporte internacional a los nacionales (es un elemento "invisible" de la balanza comercial y no hay que dar facilidades a la competencia); incitar a los comerciantes extranjeros instalados en el territorio a consagrar sus ganancias a la compra de productos nacionales (por razones obvias); al contrario, incitar a los comerciantes nacionales en el extranjero a repatriar sus ganancias; exportar los bienes con mayor contenido de mano de obra (para favorecer el empleo) y, eventualmente, obligar a trabajar a los pobres e indigentes, preferiblemente para la exportación.
El que esto sea o no proteccionismo es algo relativo. En los países dominados comercialmente, estos consejos toman la forma de un auténtico proteccionismo, con restricciones cuantitativas a los intercambios, derechos de aduana prohibitivos, subvenciones a las exportaciones. El poder de la nación está en juego en la conformación de un tesoro. Además, se hace valer la necesidad de proteger a las industrias nacientes, o a los sectores claves. También se debe proteger el empleo. En definitiva, el liberalismo comercial, como casi todo, una prerrogativa de quienes pueden permitirselo.
3. Población, Trabajo e Industria
Si para los mercantilistas el dinero es la riqueza, la abundancia de brazos es una forma muy cercana al dinero. Un tesoro y una población importante se presentan a menudo como los dos pilares del poderío nacional. Para Montchrestien, los hombres son incluso el elemento esencial: "de estas grandes riquezas, dice, la más grande es la incomparable abundancia de hombres". Pero los mercantilistas también ofrecen matizaciones y precisiones al respecto. En primer lugar, la población no debe sobrepasar la oferta de bienes de subsistencia, como menciona por ejemplo Botero (en Las causas de la grandeza y la magnificencia de la ciudad, 1588). Una población numerosa crea, sin duda, condiciones económicas favorables en el mercado de trabajo debido a su influencia sobre los salarios. Pero también es necesario que tal población encuentre un empleo; en caso contrario se convierte en una carga y en un peligro. Son numerosos los mercantilistas que consideran el paro, no sólo como una pérdida de producción potencial, sino como la fuente de hábitos de ociosidad de relajamiento y finalmente de la decadencia de la nación. Para muchos hay que obligar a las personas a trabajar.
El intervencionismo aparece ahora en el mercado de trabajo. Es necesario emplear a la población, pero hay que hacerlo racionalmente. En ese campo, el estado debe "disponer con juicio que cada uno vaya al oficio adecuado" (Montchrestien). De ahí la idea de desarrollar la enseñanza, controlar el aprendizaje, reglamentar la organización de los talleres. Para muchos mercantilistas existe sin duda un óptimo de población. Si la población es insuficiente, hay que atraer obreros del extranjero; en caso contrario, hay que estimular la emigración hacia las colonias, lo que además tiene la ventaja de eliminar "mentes calientes" y de crear demanda en el exterior.
En general los mercantilistas no se interesaron demasiado por desarrollar la producción interior. En este caso fue también Montchrestien quien subrayó la importancia de la iniciativa individual, de la búsqueda de beneficios y de la división del trabajo como motores de la economía. También fue él el primero en insistir sobre el papel esencial del progreso técnico. El progreso técnico alivia la carga del trabajo, disminuye los costes hace bajar los precios y, en definitiva, aumenta la productividad. La agricultura es para él, sin duda alguna, la base de la prosperidad, pero el sector privilegiado del progreso técnico es el industrial. En la industria y el comercio los beneficios son mayores que en la agricultura. Finalmente, el progreso técnico influye sobre la organización del mercado; el empresario que innova goza de un monopolio lo que aumenta sus ganancias. Esta situación será modificada por los nuevos productores atraídos por las ganancias excepcionales o por nuevas invenciones. Por primera vez se establece una relación entre innovaciones, beneficios y progreso.
Al final del período mercantilista, se relacionan los tres conceptos, población, empleo e industria con el concepto de balanza de la industria. Nicolas Barbon (1640-1698) en su Discurso Sobre el Comercio (1690), subraya que la compra de bienes extranjeros significa la compra de mano de obra extranjera (y a la inversa). Una buena política comercial debe entonces ser tal que el total de salarios ingleses pagados por los extranjeros (a través de las exportaciones), sea superior que el de los salarios extranjeros pagados por los ingleses (a través de las importaciones). Como se puede ver, la idea consiste en hacer financiar al extranjero el empleo y las subsistencias nacionales. El propio Barbon propone evaluar las exportaciones por la cantidad de trabajo incorporado en su producción y juzgar la política de importaciones de materias primas en función del empleo que ellas permiten.
4. Una nota al margen sobre la aritmética política, que tanto tiempo llevamos practicando:
Con William Petty (1623-1687) y su obra principal: La Aritmética Política (1690), aparece una nueva y ambiciosa metodología: la de formular los problemas económicos en términos de relaciones cuantitativas. Esta ambición va más lejos que la simple presentación de ejemplos y cifras con el objetivo de ilustrar o probar un razonamiento plausible. Petty quiere excluir "los argumentos puramente racionales" o "los argumentos que dependen de las ideas, opiniones, o deseos". Pretende: "considerar exclusivamente las causas que tienen bases visibles en la naturaleza". Charles Davenant (1656-1714) define, por ejemplo, la aritmética política como "el arte de razonar con la ayuda de cifras sobre las cosas relativas al gobierno".
Puestos a reclamar paternidades, William Petty, podría ser el padre de las estadísticas demográficas, del cálculo actuarial y hasta de la contabilidad del crecimiento económico. Las numerosas obras de Petty tienen, sin embargo, un hilo conductor: el análisis de los problemas del crecimiento económico. Veamos algunos ejemplos de aplicación de la aritmética política a la economía.
Para él, la producción depende de dos factores fundamentales: el trabajo (relacionado con la población) y la tierra. Estos dos factores se estudian desde el ángulo cuantitativo. Petty toma los boletines de mortalidad (causas, variaciones regionales, estacionarias, anuales, etc) y construye con ellas las primeras tablas de supervivencia por edades. Del mismo modo, establece las estadísticas de natalidad (distribución por sexo, por regiones, variaciones anuales, etc). El conjunto de estos resultados le permite elaborar una pirámide de edades. De la población total, pasa a la población activa por estimación de los inactivos (niños de menos de 7 años ¡!, ancianos), luego descompone la población activa por sectores (por ejemplo, en Irlanda, trabajo de la tierra, guarda de ganado, pescador, etc.). Finalmente, distingue la población activa empleada de los parados (que estima en un cuarto de la población activa en Irlanda). Además, la población activa no se puede considerar como algo homogéneo: la productividad de los individuos varía según los sectores económicos. Petty piensa que las diferencias de productividad se pueden medir por las diferencias salariales (el cree que un marinero vale por tres agricultores).
El segundo factor de producción es la tierra. Conocemos la superficie y podemos evaluar las diferencias de fertilidad y calcular con facilidad la renta media. ¿Podemos también estimar su valor?. En principio, como sabemos ahora, se trata de un problema de actualización: el valor de un terreno es la suma actualizada de las rentas netas futuras sobre una duración infinita. Petty desconocía este método y se pregunta en cambio cuantos años de ingreso representa el valor normal de la tierra. Ciertamente no infinito, aunque la tierra sea perpetua un individuo sólo se preocupa de una posteridad que no va más allá de dos generaciones. Entonces el número de años de renta a sumar es el del tiempo que tres personas en línea continua viven conjuntamente, es decir 21 años. El valor de la tierra en Inglaterra es igual a 21 veces la renta neta media (144 millones de libras).
¿Se puede estimar el capital humano del mismo modo que se estima la tierra? Petty piensa que sí y, audazmente, presenta el siguiente cálculo (que resumimos). Por estimaciones anexas Petty evalúa el conjunto tierra-capital fijo en 250 millones de libras, dando unos ingresos de 15 millones (rentas más beneficios), es decir una rentabilidad del 6%. Los ingresos del trabajo se evalúan en 25 millones de libras. Asumiendo que la rentabilidad del capital humano debe ser igual a la del capital físico. Petty concluye que el capital humano vale 25/0,06 es decir 417 millones de libras. Siendo la población activa empleada de 3 millones de individuos resulta que cada trabajador activo "vale" 139 libras.
Estas evaluaciones permiten a Petty establecer ciertas reglas en materia de fiscalidad. El impuesto debe ser neutro, en consecuencia proporcional al ingreso. Siendo el ingreso total igual a 40 millones de libras, distribuidos en 15 millones para el capital y 25 para el trabajo, el impuesto debe pesar 3/8 sobre los ingresos de capital y 5/8 sobre los del trabajo. En cuanto a su volumen, Petty piensa después de analizar los gastos fiscales que este debe ser el 2,5 % del ingreso nacional.
Bibliografía General:
Beltran, L. (1993) Historia de las Doctrinas Económicas. Teide.
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Grampp, W. (1971) Los elementos liberales del mercantilismo inglés. En Spengler y Allen (ed) El Pensamiento Económico de Aristóteles a Marshall. Tecnos
Martina, D. (1991) Le Pensée Economique: Des Mercantilistes aux Neoclasiques. Armand Colin