El mito del hombre allende la técnica
José Ortega y
Gasset
(Presentación y
selección de Máximo Martín Serrano)
I. Presentación
El interés que suscita este singular texto del
filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) se debe
no sólo a que constituye un complemento necesario a los escritos del
autor que se ocupan del tema de la técnica -en especial la
Meditación de la técnica-, sino también a que
contiene la aplicación al caso concreto de la técnica del
método filosófico, o «modo de pensar», que nuestro
autor crea y reivindica como propio de la filosofía. Nos referimos,
naturalmente, al “raciovitalismo” que, como programa de
investigación ontológica, nos permite acceder a un marco de
interpretación en el que los caracteres esenciales del fenómeno
estudiado, en este caso el de la técnica, se ponen de manifiesto a
través de su vinculación con la vida humana. El texto que el
lector tiene entre manos ha de ser considerado como una investigación de
índole “trascendental” que se ocupa de determinar los
caracteres de la técnica desde un a priori racio-vital: el hombre
es un ser técnico y de lo que se trata es de averiguar por qué lo
es, atendiendo para ello no a condiciones empíricas sino
“histórico-vitales”.
El resultado de esta reflexión se materializa en
el logro de una perspectiva ontológica sobre la técnica que
complementa otros puntos de vista desde los cuales este fenómeno puede
ser considerado. El pensamiento de Ortega es, desde este punto de vista,
pionero de un modelo de indagación que, junto a las ideas de Heidegger
en torno a este mismo tema, ha de ser tomado como punto de referencia
ineludible de toda especulación sobre el sentido de la técnica y
su papel en la vida humana.
El texto que presentamos es la versión
española de la conferencia que Ortega impartió en 1951 en la
ciudad alemana de Darmstadt. Se incluye, por tanto, dentro de las reflexiones
de madurez llevadas a cabo por el autor en los últimos años de su
vida. Nuestra selección ha obviado del texto las referencias al contexto
concreto de la conferencia y asimismo hemos suprimido las erratas que
aparecían en la edición de las obras completas.
II. El Mito del Hombre allende la Técnica
[...] contemplar al hombre desde fuera, observar y
analizar su conducta externa es una gimnasia intelectual fértil, sobre
todo si no nos detenemos en ello, sino que partimos de sus movimientos
corporales y edificamos sobre ellos la hipótesis de cómo
debería ser en su interior un ser que, visto desde fuera,
está así constituido.
Entre los movimientos del otro hombre, que podemos
observar, hay un grupo muy interesante: los movimientos técnicos.
Se trata de los manejos que realiza el hombre cuando fabrica un objeto. Una de
las leyes más claras de la historia universal es el hecho de que los
movimientos técnicos del hombre han aumentado continuamente en
número y en intensidad, es decir, que la ocupación técnica
del hombre -en este sentido estricto- se ha desarrollado con un indudable
progreso; o, lo que es lo mismo, que el hombre, en una medida creciente, es un
ser técnico. Y no hay ningún motivo concreto para creer que eso
no seguirá siendo así hasta el infinito. Mientras viva el hombre,
hemos de considerar su técnica como uno de sus rasgos constitutivos
esenciales, y tenemos que proclamar la tesis siguiente: el hombre es
técnico. En esta breve proposición quisiera mantenerme, por ahora
de un modo provisional y como behaviorista, aunque, desde luego, como un
investigador “trascendental” de la conducta; en el supuesto de que
esto no se acercara demasiado al cuadrado redondo. En la proposición
“el hombre es técnico”, en tanto me conduzca como
behaviorista, no tengo ni idea de lo que significa el sujeto. Ante mí
sólo encuentro a un “X”, que se mueve y conduce como
técnico. Se trata, pues, de plantearnos la cuestión de
cómo diablos ha de ser, por sí, un ser que se dedica a la
técnica.
Para mi contexto actual no necesito desplazarme a
problemas concretos de la actividad técnica. Me basta con observar que
este caprichoso “X”, que lleva la voz cantante, transforma y
metamorfosea los objetos de este mundo corpóreo tanto los físicos
como los biológicos, de tal suerte que, cada vez más y
quizá al final totalmente o casi totalmente, tienen que convertirse en
un mundo distinto frente a lo primigenio y lo espontáneo. Parece
evidente que el “X”, que es técnico, pretende crearse un mundo
nuevo. La técnica, por tanto, es creación, creatio. No una
creatio ex nihilo -de la nada-, pero sí, en cambio, una
creatio ex aliquo.
¿Por qué y para qué esta
aspiración de crear otro mundo?
¿Por qué y para
qué?
La pregunta no es tan fácil de contestar porque estos
movimientos fabriles se separan en dos direcciones diferentes. Frente a la
construcción de máquinas, al cultivo del campo, etcétera,
se halla la creación de cuadros, columnas, instrumentos musicales,
bellos atavíos y lo que pertenece a la arquitectura; arte, precisamente,
de la construcción. Hallamos ante nosotros, pues, tanto los utensilios
técnicos como los enseres artísticos. No puedo ahora diferenciar
entre sí los dos tipos de instrumentos; solo diremos que hay una notable
diferencia entre lo que el hombre hace con los utensilios técnicos y su
comportamiento con los enseres artísticos, cuando ya los ha creado.
El
hombre gasta y desgasta los instrumentos técnicos, es decir, que
cuando ya los ha fabricado, los tiene en funcionamiento, los hace
funcionar. Esto es un auténtico hacer del hombre. Pero frente a
los objetos artísticos, el hombre no aparece tan simple. No los gasta,
ni mucho menos los desgasta. Se queda ante ellos, incluso en el caso de
que lea, por ejemplo, algún poema. La lectura es, ciertamente, un hacer,
pero un hacer que, materialmente, no tiene nada que ver con los poemas.
Vamos a prescindir del contraste de la actitud del hombre
en uno y otro caso. Vamos a ocuparnos sólo de lo que hace con los
instrumentos técnicos. Lo primero que nos salta a la vista es lo
siguiente: en la actividad técnica del hombre destaca la faceta
puramente cuantitativa, es decir, la ocupación técnica es la que
absorbe la mayor parte del tiempo de la mayoría de la humanidad, al
menos occidental y americana.
Ninguna otra ocupación puede compararse
con ella. La cosa es de tal índole que para este ser “X” el
trabajo técnico, en algún sentido radical, parece el más
importante. Ahora bien, seguimos preguntando:
¿Cómo tiene que
estar constituido un ser para el cual es tan importante crear un mundo nuevo?
La respuesta es sencilla: por fuerza, un ser que no pertenece a este
mundo espontáneo y originario, que no se acomoda en él. Por ello
no se queda tranquilamente incluido en él cómo los animales, las
plantas y los minerales.
El mundo originario es lo que, de modo tradicional,
llamamos “naturaleza”. Desde luego, en rigor, no hay naturaleza, se
trata de una idea, de una interpretación del mundo
genuino. Pero esta «idea» es fértil para nosotros.
Vemos que
el ser “X” está metido en la naturaleza, pero no pertenece
a la naturaleza; esto resulta bastante extraño. ¿Cómo
un ser, que es una parte de la naturaleza, puede no pertenecer a ella?
Entendemos que pertenece a la naturaleza todo aquello que se halla en
relación positiva con ella; quiero decir lo que tiene con esta idea una
estructura homogénea, esto es, dicho un poco en broma, lo que es
natural. Pero a nosotros nos parece que el ser “X” anda por
ahí flotante como un ente no natural, porque, aunque inserto en la
naturaleza, es extraño a ella.
Esta situación doble, ser una parte de la
naturaleza y sin embargo estar precisamente el hombre frente a ella,
sólo puede producirse mediante un extrañamiento.
Así pues, este ser, precisamente el hombre, no sólo es
extraño a la naturaleza, sino que ha partido de un extrañamiento.
Desde el punto de vista de la naturaleza, extrañamiento sólo
puede significar anomalía negativa en sentido behaviorista, es decir,
enfermedad, destrucción de la regulación natural de tal ser.
Tales destrucciones son sumamente frecuentes en la naturaleza, pero sucede que
los seres enfermos, desreglados, mueren y desaparecen.
No pueden seguir siendo
realidad, porque son imposibles, y la ontología tradicional opina -y
esta es una opinión nunca puesta en duda, si con razón o sin ella
lo veremos más adelante- que lo real tiene que ser posible. Hemos ido a
caer en las más profundas honduras de la filosofía, sin
habérnoslo propuesto, porque tal vez el enigma más profundo de la
filosofía se encuentre tras la relación entre posibilidad y
realidad, como nos ha enseñado el inmortal Leibniz.
Tenemos ante nosotros ahora el problema de enfrentarnos
con un ser, el cual, considerado desde el punto de vista de la naturaleza, ha
enfermado, pero que no ha muerto, sino que intenta, enfermo, seguir viviendo,
lo cual ha conseguido al menos por algún tiempo; éste
“algún tiempo” significa el millón de años que,
al parecer, ya viene durando el hombre. Como enfermo, desde la naturaleza es
imposible, pero en la medida de que está ahí, vale como ser real,
a pesar de ser al propio tiempo antinatural. Tendríamos el maravilloso
fenómeno de algo que aun siendo imposible es, independientemente de
ello, real, lo cual labora violentamente contra toda la tradición
filosófica. La cuestión se ha hecho tan áspera, que nos
sentimos ya en el límite del pensar conceptual. (De otra parte, no
conocemos suficientes hechos acerca del origen del hombre.) Por tanto, no nos
podemos servir de aquello que se llamaba la razón pura, la razón
de los matemáticos y de los físicos; pero sí de aquello
que yo considero lo más nuevo e importante para el hombre de hoy, y que
llamo la razón histórica. Es precisamente aquello que
hasta ahora se ha llamado sinrazón. En un caso similar, Platón,
con una profunda conciencia del sentido que esto tenía, se
trasladó hacia el mito.
[...] Hablemos ahora del mito que encontramos allende
la técnica.
El animal que se convirtió en el primer hombre
habitaba, al parecer, en los árboles -la cosa es bastante conocida-, era
un habitante arborícola. Por eso su pie está formado de modo que
no es adecuado para caminar sobre el suelo, sino más bien para trepar.
Como habitaba en los árboles, vivía sobre terrenos pantanosos en
que abundaban enfermedades epidémicas. Vamos a imaginar -sólo
estoy contando un mito- que esta especie enfermó de malaria, o de otra
cosa, pero no llegó a morir. La especie quedo intoxicada, y esta
intoxicación trajo consigo una hipertrofia de los órganos
cerebrales.
Esta hipertrofia acarreó, a su vez, una hiperfunción
cerebral, y en ello radica todo. Como ustedes saben, los animales superiores
que preceden al hombre, como se ha demostrado ya, tienen entendimiento, pero no
tienen, o apenas tienen memoria; o, lo que es lo mismo, no tienen
fantasía, la cual, igual que la memoria, es productiva a veces y otras,
improductiva. Los pequeños chimpancés, por ejemplo, olvidan en
seguida lo que les ha pasado, aunque son bastante inteligentes; más o
menos lo que les pasa a muchos hombres, cuando no disponen de ningún
material para su entendimiento y por eso no puede seguir desarrollando un
asunto.
Pero este animal que se convirtió en el primer hombre, ha
encontrado súbitamente una enorme riqueza de figuras imaginarias en
sí mismo. Estaba, naturalmente, loco, lleno de fantasía, como no
la había tenido ningún animal antes que él, y esto
significa que frente al mundo circundante era el único que
encontró, en sí, un mundo interior. Tiene un interior, un
dentro, lo que otros animales no pueden tener en absoluto.
Y esto trajo consigo
el más maravilloso de los fenómenos, que es imposible de explicar
desde el punto de vista puramente zoológico, porque es lo más
opuesto de lo que podemos imaginarnos acerca de la orientación natural
de la atención en los animales. Los animales dirigen su atención
-esto se advierte fácilmente,
cuando nos acercamos a la jaula de los
monos en un parque zoológico- totalmente hacia el mundo exterior,
el entorno, porque este mundo circundante es para ellos un horizonte lleno de
peligros y riesgos. Pero cuando este animal que se convirtió en el
primer hombre encontró tal riqueza en imágenes internas, la
dirección de su atención realizó el más grande y
patético giro desde fuera hacia dentro. Empezó a prestar
atención a su interior, es decir, entró en sí
mismo: era el primer animal que se encontraba dentro de sí, y este
animal que ha entrado en sí mismo es el hombre.
Pero queremos proseguir con esta narración, con
esta patética narración. Este ser se encontró ante dos
repertorios distintos de proyectos, de propósitos. Los otros animales no
tenían ninguna dificultad, porque sólo encontraban en sí
mismos supuestos y esquemas instintivos, que operaban de un modo
mecánico. Pero este ser se encontró, por primera vez, ante estos
dos proyectos totalmente diferentes: ante los instintivos, que aún
alentaban en él y ante los fantásticos, y por eso tenía
que elegir, seleccionar.
¡Ahí tienen ustedes a este animal! El hombre
tendrá que ser, desde el principio, un animal esencialmente
elector. Los latinos llamaban al hecho de elegir, escoger, seleccionar,
eligere; y al que lo hacía, lo llamaban eligens o
elegens, o elegans. El elegans o elegante no es más
que el que elige y elige bien. Así pues, el hombre tiene de antemano una
determinación elegante, tiene que ser elegante.
Pero aún hay
más. El latino advirtió -como es corriente en casi todas las
lenguas- que después de un cierto tiempo la palabra elegans y el
hecho del “elegante” -la elegantia- se habían
desvaído algo, por ello era menester agudizar la cuestión y se
empezó a decir intellegans, intellegentia: inteligente. Yo no
sé si los lingüistas tendrán que oponer algo a esta
última deducción etimológica. Pero sólo puede
atribuirse a una mera casualidad el que la palabra intellegantia no se
haya usado igual que intelligentia, como se dice en latín.
Así pues, el hombre es inteligente, en los casos en que lo es, porque
necesita elegir. Y porque tiene que elegir, tiene que hacerse libre. De
ahí procede esta famosa libertad del hombre, esta terrible
libertad del hombre, que es también su más alto privilegio.
Sólo se hizo libre porque se vio obligado a elegir, y esto se produjo
porque tenía una fantasía tan rica, porque encontró en si
tantas locas visiones imaginarias
Somos, sin duda, señoras y señores, hijos
de la fantasía. Así pues, todo lo que se llama pensar desde el
punto de vista psicológico, desde el extremo de la psicología, es
pura fantasía. ¿Hay algo más fantástico que el
punto matemático o la línea recta? Ningún poeta ha dicho
nunca nada que fuese tan fantástico. Todo pensar es fantasía, y
la historia universal es el intento de domar la fantasía sucesivamente,
en diversas formas.
Esto trajo consigo, sin embargo, que los deseos del
hombre, en todo lo que no es posible específicamente, no tengan nada que
ver con los instintos, con la naturaleza, sino que sólo son deseos
fantásticos. Por ejemplo, queremos ser justos, pero sólo lo
conseguimos en una ligera aproximación. Quisiéramos poder
conocer; no obstante, durante milenios y milenios el hombre ha trabajado
para conocer y sólo ha logrado muy pequeños conocimientos. Este
es nuestro privilegio y esta nuestra dramática determinación. Por
eso, ante todo, percibe el hombre que precisamente lo que más en el
fondo desea es, hasta tal punto imposible, que se siente infeliz.
Los animales
no conocen la infelicidad, pero el hombre actúa siempre en contra de su
mayor deseo, que es el de llegar a ser feliz. El hombre es, esencialmente, un
insatisfecho, y esto -la insatisfacción- es lo más alto
que el hombre posee, precisamente porque se trata de una insatisfacción,
porque desea tener cosas que no ha tenido nunca. Por eso suelo decir que esta
insatisfacción es como un amor sin amada o como un dolor que siento en
unos miembros que nunca he tenido.
Se nos aparece el hombre, pues, como un animal
desgraciado, en la medida en que es hombre. Por eso no está adecuado al
mundo, por eso no pertenece al mundo, por eso necesita un mundo nuevo, que
estos señores en torno a nosotros quieren edificar, y tal vez vayan
consiguiendo hacerlo poco a poco. Pero, como ustedes saben, la primera gran
teoría nueva sobre el desarrollo biológico -después de la
darwinista- es la de Goldschmidt. Su doctrina consiste en que supone que el
desarrollo ha sido progresivo porque determinados individuos de una especie
tenían faltas o carencias, no se adaptaban al ambiente de su momento,
pero cierto día, al transformarse ese ambiente -y por ello precisamente-
estos individuos con fallos se adaptaban de inmediato al nuevo ambiente. Estos
animales, como individuos de esa especie, son, desde el punto de vista formal,
monstruos. Pero, como dice Goldschmidt, eran, al fin, monstruos propicios.
¿Qué es lo que, en definitiva, nos ofrece
esta narración, esta fábula? Este mito nos muestra la victoria de
la técnica: ésta quiere crear un mundo nuevo para nosotros,
porque el mundo originario no nos va, porque en él hemos enfermado. El
nuevo mundo de la técnica es, por tanto, como un gigantesco aparato
ortopédico que ustedes, los técnicos, quieren crear, y toda
técnica tiene esta maravillosa y -como todo en el hombre-
dramática tendencia y cualidad de ser una fabulosa y grande ortopedia.