John Law (Edimburgo, 16 de abril de 1671 – Venecia, 21 de marzo de 1729) fue un economista escocés inventor del papel moneda en Europa (en China ya existía con muchos siglos de antelación).
Su idea económica era que el dinero es un medio de intercambio y no constituye una riqueza en sí mismo. La riqueza nacional depende del comercio. Es el padre de las finanzas y del uso del papel moneda en lugar del metal y de las facturas.
La primera fase de su vida
Hijo de un acomodado orfebre de Edimburgo, los orfebres de la época poseían cajas fuertes en los que guardaban monedas y objetos de valor, lo que les hizo convertirse en banqueros. John Law heredó a los 17 años la fortuna de su padre incluido El castillo de Lauriston, un castillo del siglo XVI con extensiones del siglo XIX, con vista al fiordo de Forth en Edimburgo, Escocia..
Law era jugador, brillante en el cálculo mental y se puede decir de él que es uno de los primeros teóricos de la economía.
El 9 de abril de 1694, John Law mató a un rival en los favores de la futura condesa de Orkney en el curso de un duelo. Se le juzgó y condenó a morir en la horca, aunque la pena le fue conmutada por una multa al entender el tribunal que el homicidio había sido involuntario. El hermano de la víctima apeló y fue entonces condenado a una pena de cárcel, pero eludió esta condena huyendo a Ámsterdam en donde estudió banca. Recorrió luego Europa para exponer, sin éxito, sus teorías económicas.
Aprendizaje en Holanda
Durante su estancia en los Países Bajos, más precisamente en la ciudad de Ámsterdam, Law vio el ejemplo de un sistema comercial europeo muy avanzado. Existía allí uno de los más grandes y pujantes puertos del mundo, además de un banco central y una gran empresa comercial: la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (Vereenigde Oostindische Compagnie o VOC en neerlandés). Había sido establecida el 20 de marzo del año 1602, cuando los Estados Generales de los Países Bajos le concedieron un monopolio de 21 años para realizar actividades coloniales en Asia. Gracias a la VOC, los esfuerzos comerciales holandeses se unificaron bajo un solo mando y una sola política. En 1605 barcos mercantes neerlandeses capturaron el fuerte portugués de Amboyna en las Molucas, que constituyó la primera base de la Compañía. Uno tras otro, los neerlandeses habían tomado el control de los puertos de las Indias Orientales. El gran negocio era la adquisición de especias del archipielago (muy requeridas en Europa) con plata originaria de América, muy codiciada en Oriente.
La VOC no solo fue la primera corporación multinacional en el mundo, sino que también fue la primera en publicar sus ganancias. Además, la Compañía poseía poderes cercanos a los de un gobierno: podía declarar la guerra, negociar tratados, acuñar moneda y establecer colonias. Tan relevante fue su papel que la empresa pagó siempre un dividendo que rondó entre el 16 y el 18 % anual durante dos siglos y fue de hecho la primera sociedad por acciones moderna, las cuales se negociaban en la Bolsa de Valores.
La otra pata del comercio internacional holandés la constituía el Banco de Ámsterdam (Amsterdamsche Wisselbank), fundado en 1609 y avalado por la propia ciudad, siendo éste el precursor de lo que serían los bancos centrales. En aquel entonces, circulaban por Holanda gran cantidad de monedas acuñadas por los pequeños estados que conformaban la Europa del Renacimiento, lo que generaba un mercado especulativo y de incertidumbre sobre el valor de dichas monedas. Para poner remedio a la situación, este banco recibiría todas las monedas, tanto extranjeras como locales, por su valor real intrínseco (aunque descontando una pequeña comisión de gestión), a cambio de lo cual el banco entregaba certificados de crédito al cliente, o sea dinero bancario. Al mismo tiempo, una nueva regulación estableció que todas las transacciones realizadas en Ámsterdam por un valor superior a los 600 florines debía ser pagada con certificados de crédito. Esta ley obligó a todos los comerciantes a mantener una cuenta en el banco, lo que a su vez aumentaba la demanda de dinero en papel. La misma situación ocurría para los depósitos en lingotes de oro y plata. Cuando alguien quería retirar oro del banco, tenía que comprar crédito bancario suficiente para hacerlo. Al adquirir dinero en papel, lo que el titular compraba era el derecho a reclamar el equivalente a los lingotes depositados. El éxito del banco se debía a su política conservadora de no prestar ningún lingote, manteniendo un respaldo completo sobre el dinero emitido, por lo tanto los depósitos a la vista serían suficientes para convertir inmediatamente todos los recibos de papel en dinero metálico. Esta política brindó gran establidad a los certificados de crédito emitidos por el banco, los cuales, en muchos casos, valían más que las monedas reales.
Law vio fascinado el éxito que demostraban el Banco de Ámsterdam, la Compañía de las Indias Orientales y, principalmente, los accionistas de la VOC. Sin embargo Law se sintió abrumado y no entendía por qué la compañía emitía solamente un número limitado de acciones cuando la demanda era extrema. Tampoco comprendía por qué el Banco de Ámsterdam era tan conservador, funcionando solamente como una entidad que llevaba las cuentas comerciales y posibilitaba las transacciones sin efectivo.
John Law, basándose en su experiencia en Ámsterdam, quería crear un nuevo sistema comercial basado en el holandés, pero necesitaba encontrar un lugar donde pudiera poner en marcha sus ideas. El lugar oportuno lo encontró en Francia.
Los Imperios cuestan mucho dinero, que el conquistador suele tomar prestado; también suele morir antes de saldar la deuda. Luis XIV, el Rey Sol, no fue una excepción. A su muerte, en 1715, Francia era el reino más poderoso del mundo, y francesas eran la lengua y la cultura que se enseñoreaban de Europa.
Pero Luis Capeto, ¡ay!, no sabía de equilibrios presupuestarios, ni probablemente quiso saber jamás. Se anexionó el Artois, el Franco Condado, Alsacia, Lorena y el Rosellón, mandó construir Versalles y encarnó como nadie antes el absolutismo monárquico. Pero no cayó en la cuenta de que todo eso costaba mucho más de lo que, en vida, iba a ingresar. Al morir, el Rey, que era lo mismo que decir el Estado, debía 3.000 millones de libras, pero los ingresos anuales vía impuestos sólo ascendían a 145 millones. La hegemonía francesa se había conseguido a crédito. Toda Francia estaba inundada de pagarés reales, llamados billets d’etat, cuya amortización para los tenedores era más que dudosa.
Murió tan viejo que hubo de heredarle su bisnieto, un niño de cinco años que con el tiempo sería Luis XV. Como los niños no pueden gobernar, Luis XIV fue previsor y designó como regente al duque Felipe de Orleans, que había prestado buenos servicios a la Corona en el campo de batalla y en el de la política. Felipe sabía que era un interino y que lo suyo duraría lo que la infancia del jovencísimo Luis. Pero no ignoraba la envenenada herencia financiera del Rey Sol. Recurrió entonces a un aventurero escocés, antiguo amigo de francachelas, para que, dados sus conocimientos de economía, enderezase el rumbo del agotado tesoro galo.
Law era hijo de un banquero, y él mismo conocía bien los secretos del negocio. Había tenido que salir pitando de Inglaterra por un duelo con muerte y le iban el juego, las mujeres y la vida galante. Hasta que el regente de Francia le llamó, vagabundeaba por Europa viviendo de los naipes y los amigos, de palacio en palacio como el Barry Lyndon que inmortalizaron Thackeray en el papel y Kubrick en el celuloide. Law, que había dedicado tiempo a estudiar el dinero, estaba convencido de que las crisis se producían cuando la masa monetaria no fluía a la velocidad adecuada; o cuando, como después de una guerra, no fluía en absoluto.
Ese fue el diagnóstico que hizo de la alicaída economía francesa. Al estar la Corona y sus súbditos tan endeudados y faltos de metales preciosos, ni se acuñaba ni se movía dinero. Eso provocaba la deflación y la anemia que tenían al país entero paralizado. Law, aparte de doctor en finanzas, era también cirujano en política. Se arrimó bien al duque y le persuadió para que empezase a emitir moneda conforme a un sistema financiero que había teorizado previamente. La moneda sería de papel, y la emitiría no la Corona sino un instrumento novedoso que él se traía de sus andanzas por Inglaterra y Holanda: un banco, el Banco General.
En mayo de 1716, el Banque Générale recibió del Regente el privilegio de imprimir moneda. Tenía un capital de seis millones de libras, dividido en 12.000 acciones, que podían ser suscritas en billets d’estat y, sólo una pequeña parte, en metálico. Entonces se produjo el milagro: en apenas unos días los papeles de Law, respaldados por el mismo Estado, valían más que las monedas corrientes. Todos querían participar de esta nueva versión del milagro de los panes y los peces, que el escocés hacía como por arte de magia. La nobleza, especialmente la femenina, se disputaba su compañía y el Regente, sólo un año antes ahogado por los intereses de la deuda, celebraba por todo lo alto su repentina prosperidad.
El problema es que el dinero de Law carecía de verdadero respaldo y no valía lo que los franceses estaban pagando por él, así que, antes de que se desinflase la burbuja, el banquero solicitó del Regente un nuevo privilegio: el comercio ultramarino con la colonia de Luisiana. Nació así la Compagnie d’Occident, que disfrutaría del monopolio sobre todas las inexploradas posesiones francesas en el golfo de México y la cuenca del Misisipí.
Esta sociedad mercantil (y mercantilista) vendría a respaldar los inflados billetes que emitía sin tregua el Banco General. Como esperaba encontrarse allí todo tipo de riquezas, el valor de ese dinero de papel era más que seguro, era el negocio del siglo. Para participar de la Compagnie d’Occident sólo había que comprar acciones con los billets d’Estattomados por su nominal, es decir, por el importe del préstamo a la Corona en tiempos de Luis XIV. Una ganga al alcance de cualquier acreedor de la Corona, que eran muchos.
París hervía de actividad. Las acciones de Law bailaban de mano en mano a un precio cada vez más alto. Se hacía incluso, como en las bolsas actuales, day trading, el papel se compraba por la mañana en un mercado y se soltaba por la tarde en una taberna, dejando la improvisada operación un generoso margen.
El conglomerado del Banco y la Compañía, además, gozaba del favor político. Pronto adjudicaron a Law el monopolio del tabaco y de la acuñación de metales preciosos. Francia era de su propiedad.
Todo funcionaba a la perfección. John Law se hizo tremendamente rico y Felipe de Orleans, tremendamente popular. El dinero corría de tal manera que, en plena euforia, el Regente pidió a Law que le gestionase la compra del mayor diamante del mundo, adquirido en la India por Thomas Pitt, un comerciante inglés que deseaba desprenderse de él. Felipe, encaprichado con la gema de 140 kilates, desembolsó 135.000 libras. Una minucia en comparación con la cantidad de dinero que se estaba haciendo en Francia por aquellos años. El diamante, denominado Le Régent, ha hecho honor a su naturaleza eterna y permanece hoy, casi 300 años más tarde, expuesto en una vitrina del museo del Louvre como testigo mudo de una época de despilfarro como Europa no recuerda.
Meses después de la compra del diamante, en 1718, el Banco General pasó a llamarse Banco Real. Un año después, la Compañía de Occidente absorbió a las otras dos sociedades mercantiles privilegiadas por la Corona, la Compañía de las Indias Orientales y la Compañía de China, formando la Compañía Perpetua de las Indias. Las acciones de ésta pasaron a convertirse en dinero en sí mismo. Law siguió emitiendo a placer, y el Regente, que creía haber dado con El Dorado monetario, encargó también una nueva y disparatada emisión de papel moneda: mil millones de libras de un golpe en billetes, que pronto pasaron a circular en un mercado ahíto de papel moneda.
En Francia el dinero no corría, volaba. Algunos desconfiaban, pero la Luisiana seguía ahí. Pero de la Luisiana no llegaba nada lo suficientemente valioso que pudiese respaldar todo el papel emitido en los años anteriores. Entonces, sin que nadie lo hubiese previsto, la burbuja estalló. Y no la hizo estallar el hecho de que toda Francia se encontraba encaramada en una pirámide de papel y falsas expectativas, o la quiebra técnica de la Compañía de las Indias, sino un simple decreto del Regente.
A principios de 1720, Felipe de Orleans prohibió tener joyas y más de 500 libras en metálico dentro de casa.
Si el Gobierno prohibía el oro y las joyas, el mensaje que lanzaba era que precisamente el oro y las joyas era lo que valía. El imperio de Law, que le había llevado un lustro levantar, se derrumbó en dos meses. El papel moneda y las acciones, que sólo unos días antes todos querían tener, eran abiertamente repudiados. Pero era el Estado y no John Law, nombrado el año anterior controlador general de Finanzas, el que debía responder de la estafa. Para calmar los ánimos, Felipe anunció que se habían encontrado minas de oro en América, e hizo desfilar por París a 6.000 vagabundos vestidos como mineros.
La estrategema funcionó a medias. Felipe colocó algunas acciones de la Compañía de las Indias y siguió imprimiendo billetes como un pirado. Pero el sistema estaba herido de muerte. El Regente, que no quería sucumbir junto a su ahijado financiero, cargó las culpas sobre éste. Los inversores se dirigieron al Banco Real a reclamar el reintegro de las acciones, pero no había nada que reintegrar, así que, tras varios tumultos, Francia volvió a la ruina en la que le había dejado Luis XIV; acrecentada, claro, por los excesos de su sucesor.
Tras la traumática experiencia, las palabras banco y billete fueron proscritas en Francia durante dos generaciones; hasta que llegó el disparate revolucionario de los Asignados. John Law, por su parte, desapareció del mapa con un permiso expedido por el Regente. Lo hizo en secreto y no regresó jamás al Hexágono. Malvivió de los naipes durante unos cuantos años por las cortes europeas, y murió de neumonía, solo, pobre y obcecado con sus teorías monetarias, en Venecia el día en que empezaba la primavera de 1729.
Curiosidades y hechos posteriores
- Aunque de manera confidencial, el Banco de Ámsterdam cambió su política conservadora a partir de la década de1650, proporcionando grandes préstamos a la Municipalidad y a la Compañía de las Indias Orientales Holandesas. Este hecho se hizo de conocimiento público en 1790 y para fines de ese año, el banco se declaró insolvente. La ciudad de Ámsterdam tomó el control directo en 1791 y el banco fue finalmente cerrado en 1819.
- La VOC (Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales) alcanzó su cenit en 1669: contaba con 150 barcos mercantes, 50 000 empleados, un ejército de 10 000 hombres y una marina de 40 buques de guerra. Además poseía colonias y oficinas comerciales en Japón, Sudáfrica(Colonia del Cabo), Irán, Bangladés, Srî Lankâ, Malasia,Tailandia, China, y la India. Sin embargo, la compañía tenía frecuentes enfrentamientos con los británicos y después de la Cuarta Guerra Anglo-Neerlandesa (1780-1784), la VOC se encontraba en dificultades financieras. Finalmente fue disuelta en 1798. En el Congreso de Viena de 1815, se acordó que las Indias Orientales neerlandesas correspondieran a los Países Bajos, sin embargo, a Gran Bretaña se le adjudicó la Colonia del Cabo.
- Tras la caída del sistema económico de Law, Francia atravesó toda clase de calamidades. El pueblo acusó del fracaso a la nobleza y en especial al regente Felipe II de Orleans quien durante el apogeo económico había llevado una vida veleidosa, convirtiendo al Palacio Real en la sede de escandalosas fiestas y orgías. Luis XV fue consagrado Rey el 25 de octubre de 1722 y Felipe de Orleans pasó a ocupar el cargo de Primer Ministro, aunque finalmente falleció en agosto de 1723. Luis XV gobernó hasta su muerte en 1774, siempre demostrando un gran desinterés por la política, lo que debilitó el poder de Francia en la esfera europea. La llegada de Luis XVI al trono hizo pensar en grandes reformas del Estado, pero su falta de carácter, las intrigas de su corte y la oposición de los nobles le impidieron llevar a cabo las reformas necesarias. El conflicto social y político finalmente degeneró en 1789 en un violento proceso denominado laRevolución Francesa, marcando el fin del absolutismo y dando origen a un nuevo régimen donde la burguesía, y en algunas ocasiones las masas populares, se convertirían en la fuerza política dominante.
- En 1756, un conflicto territorial en Europa entre Austria y Prusia desencadenó lo que se conoció como la Guerra de los Siete Años. Prusia contaba con el apoyo de Gran Bretaña y Portugal, mientras que Austria era avalada por Francia, España, Rusia y Suecia. Sin embargo, la guerra en Norteamérica entre franceses y británicos ya había comenzado en 1754. La contienda fue conocida en América como la Guerra Franco-india. Su origen se remontaba a una tensión que siempre había existido entre las pujantes colonias británicas, que hasta ese momento se limitaban a la franja costera, y las posesiones francesas de Quebec, los Grandes Lagos y Luisiana, que creaban una barrera impidiendo la expansión británica hacia el norte y hacia el oeste. Todo este extenso territorio era controlado a través de una gran cantidad de fuertes repartidos en las zonas fronterizas y con escasas ciudades. La paz se alcanzó con el Tratado de París de 1763provocando la pérdida de todas las posesiones continentales francesas ya que Gran Bretaña se quedaba con los territorios del actual Canadá, mientras que Luisiana fue entregada a España en compensación por la pérdida de Florida a manos de los británicos. Años después Napoléon Bonaparte quiso recuperar Luisiana, hecho que se concretó mediante la firma del Tratado de San Ildefonso (1800); sin embargo, los Estados Unidos, que ya venían en franco ascenso, buscaban la manera de controlar la navegación sobre el río Misisipi, hecho que les llevó a iniciar negociaciones con el régimen francés para adquirir la parte ribereña. Napoleón, consciente de las dificultades francesas para defender Luisiana, prefirió ofrecer la totalidad de la colonia a los estadounidenses y no correr el riesgo de perderla ante los ingleses. La compra de Luisiana se concretó en 1803 por un precio total de 15 millones de dólares (7 centavos por hectárea). Si bien este territorio estaba inexplorado y no existía ningún tratado con España que determinara su frontera sudoeste, la transacción resultó espectacular para los norteamericanos, quienes prácticamente duplicaron su territorio y consiguieron una puerta hacia las costas del océano Pacífico.
Documental El Poder del Dinero – Episodio 3 Burbujas en el Aire – Profesor Naill Ferguson
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