o Exposición sencilla del modo con que se forman, se distribuyen y se consumen las riquezas.
Tomo primero por Juan Bautista Say ; nueva traducción por Juan Sánchez Rivera
Índice
· Tratado de Economía Política o Exposición sencilla del modo con que se forman, se distribuyen y se consumen las riquezas
Tomo Primero
o Al congreso nacional de las Españas
o Prólogo del traductor
o Advertencia
o Prólogo
o Discurso preliminar del autor
o Libro I
De la producción de las riquezas
ß Capítulo I
Qué lo que debe entenderse por producción
ß Capítulo II
De las diferentes especies de industria, y cómo concurren a la producción
ß Capítulo III
Qué cosa sea un capital productivo, y de qué modo concurren los capitales a la producción
ß Capítulo IV
De los agentes naturales que sirven para la producción de las riquezas, y particularmente de los terrazgos
ß Capítulo V
De qué modo se reúnen la industria, los capitales y los agentes naturales para producir
ß Capítulo VI
De las operaciones comunes a todas las industrias
ß Capítulo VII
Del trabajo del hombre, del trabajo de la naturaleza y del de las maquinas
ß Capítulo VIII
De las ventajas, inconvenientes y límites que se encuentran en la separación del trabajo
ß Capítulo IX
De los diferentes modos de ejercer la industria comercial, y cómo concurren, a la producción
ß Capítulo X
Qué transformaciones padecen los capitales en el curso de la producción
ß Capítulo XI
De qué modo se forman y se multiplican los capitales
ß Capítulo XII
De los capitales improductivos
ß Capítulo XIII
De los productos inmateriales, o de los valores que se consumen en el momento de su producción
ß Capítulo XIV
Del derecho de propiedad
ß Capítulo XV
De las salidas
ß Capítulo XVI
Qué ventajas resultan de la actividad de circulación del dinero y de las mercancías
ß Capítulo XVII
De los efectos de los reglamentos del gobierno que tienen por objeto influir en la producción
ß Capítulo XVIII
Si el gobierno aumenta la riqueza nacional, haciéndose él mismo productor
ß Capítulo XIX
De las Colonias y de sus productos
ß Capítulo XX
De los viajes y de la expatriación con respecto a la riqueza nacional
ß Capítulo XXI
De la naturaleza y uso de las Monedas
ß Capítulo XXII
De los signos representativos de la moneda
o Tabla analítica
De los capítulos y de las principales materias que contiene este tomo
Al congreso nacional de las Españas
SEÑOR.
El Profesor Juan Bautista Say dedicó su obra al Autócrata de todas las Rusias,
para mostrarle su gratitud porque había cooperado, eficazmente a la feliz restaura de la
Francia.
Yo, presento la traducción de esta misma obra al AUGUSTO CONGRESO DE LAS
ESPAÑAS, como un testimonio de mi agradecimiento. particular por la sabia y generosa
resolución. con que se ha servido echar un velo sobre los tristes acaecimientos que
obligaron a millares de familias españolas a buscar un asilo en la patria de Say.
El CONGRESO ha identificado los intereses de estas familias con los de la nación;
y la presente legislatura será el objeto de las bendiciones de todas ellas, y de su mas
remota posteridad.
Alcalá de Henares 25 de Setiembre de 1820.
Señor.
Juan Sánchez Rivera
Prólogo del traductor
No habría cosa mas fácil que escribir muchos pliegos en elogio y recomendación del nuevo tratado de Economía política del caballero Juan Bautista Say, y para demostrar la necesidad del estudio de esta ciencia. Pero considerándose ya cómo clásica en todos los países de Europa la obra de Mr. Say, y habiéndose adoptado en ellos para la enseñanza de un ramo del saber, que por desgracia de la humanidad se ha cultivado muy poco hasta estos últimos tiempos, basta esta aprobación y consentimiento universal de las naciones europas para dar el primer lugar al tratado, cuya traducción, se presenta al público español, y para excusar todo lo que se pudiera decir con el objeto, de realzar su mérito.
¡Cuántos errores! ¡cuántas calamidades se habrían evitado a los pueblos, si los que han estado hasta ahora encargados de su gobierno, hubiesen meditado y aplicado a la práctica los principios invariables y eternos de la importantísima ciencia de la Economía política! ¿Cuánto honor resulta a nuestra nación, y cuánta felicidad debemos prometernos para nosotros mismos, y aun más para nuestros hijos, de un gran número de leyes y disposiciones de la legislatura española de 1820 fundadas todas en las ideas luminosas de Say, Smith, Ricardo, Steuard, Filangieri, Becaria y otros escritores célebres que han consagrado sus talentos a ilustrar esta parte esencial de los conocimientos humanos! Bien podemos asegurar que todo estaba por hacer en nuestra desgraciada patria, y que casi todo lo que se ha hecho para su prosperidad en aquella legislatura es el resultado de la ilustración de varios Diputados en las difíciles y delicadas teorías de la de la Economía política. ¿Con cuánta satisfacción hemos visto que si alguno, menos versado en esta ciencia, proponía una medida contraria a sus verdaderos principios, aunque dictada por el más puro patriotismo, era al momento refutada victoriosamente por un orador no menos patriota, pero más instruido y se decidía en consecuencia lo que reclamaba el interés nacional! Algún pueblo de Europa ha visto con asombro, y quizá con envidia, que no son desconocidas en España las ciencias de la legislación y Economía política que se creían patrimonio exclusivo de ciertas naciones más afortunadas que la nuestra, en el sistema de gobierno: y las actas de las Cortes celebradas en 1820 son un testimonio irrefragable de que a pesar de los poderosos obstáculos que oponían a nuestra ilustración las bárbaras instituciones de nuestros antepasados, había no pocos Españoles que en el silencio de sus gabinetes cultivaban con fruto los conocimientos que tienen por objeto la utilidad pública.
El Congreso nacional, que ha hecho un uso tan ventajoso de la Economía política, y cuyos buenos efectos hemos empezado ya a experimentar, ha querido que se generalice en España el estudio de esta ciencia, estableciendo cátedras para su enseñanza en todas las Universidades del reino, en las cuales sin duda alguna se explicará el texto de la obra de Mr. Say; y esta determinación que bastaría por sí sola para dar una alta idea del juicio sólido y de la gran sabiduría de sus autores, es al mismo tiempo la prueba mas convincente de la utilidad, o por mejor decir, de la necesidad del estudio de la Economía política.
Acerca de las innovaciones hechas por Mr. Say en esta última edición, es necesario prevenir que son en mucho mayor número que las que se indican en la advertencia siguiente, y que apenas hay capítulo que, si se coteja con las tres ediciones anteriores, no ofrezca mejoras muy considerables. Así pues, se anuncia como nueva esta traducción, porque en efecto el original se diferencia esencialmente de la obra que el autor había publicado por tres veces con el mismo título. Se ha puesto particular cuidado en no decir en ella más ni menos de lo que dijo Mr. Say. Se ha hecho una traducción exacta, y si se quiere, literal, porque ha parecido que no debe hacerse de otro modo la traducción de una obra didáctica, con tal que se eviten los modismos de la lengua traducida; y porque enseña la experiencia que la libertad del traductor empieza demasiado frecuentemente donde acaba la inteligencia del texto original.
Advertencia
A la tercera edición que precede
La primera edición de esta obra se publicó en 1803. El autor ejercía entonces unas funciones que podían llegar a ser de mucho influjo (las de Tribuno). No tardó en advertir que el objeto del gobierno no era trabajar de buena fe por la pacificación de Europa, y por la felicidad de la nación francesa, sino por un engrandecimiento personal y vano, en gran manera insensato, puesto que debía acarrear la humillación y la ruina. Las formas de libertad que se conservaban, el respeto que se proclamaba a los derechos de la nación y de la humanidad, eran una apariencia destinada a embaucar la parte del público que no reflexiona. Los hombres a quienes no se podía engañar, y que no están sujetos a la venalidad, eran contenidos por una administración activa, apoyada en la fuerza militar.
Sintiéndose el autor demasiado débil para oponerse a semejante usurpación, y no queriendo prestarse a ella, hubo de retirarse de la tribuna; y revistiendo sus ideas de fórmulas generales, escribió verdades que pudiesen ser útiles en todo tiempo y en todo país. Tal fue el origen de su tratado de Economía política.
Después de haber trabajado en él tres o cuatro años, no había hecho el autor más que recoger los materiales de una obra útil; y entretanto el despotismo, enemigo nato de la sana razón, continuaba su marcha espantosa. Adquiriendo diariamente una policía inquieta algunos de los derechos que perdía la libertad, se veía acercarse de nuevo, y bajo otras formas, aquella época de terror en que el filósofo pacífico y amante del bien estaba expuesto a ser asaltado en su domicilio, y a ver cogidos y dispersados sus manuscritos, frutos penosos de sus tareas. El autor salvó el suyo por medio de la impresión, a pesar de lo imperfecto que estaba, aprovechándose de este recurso antes que se acabase la facultad de usar de él.
Excluyósele del Tribunado; y al mismo tiempo, por una contradicción que solo admirará a los que no han estudiado bastante a los hombres ni sepan las variaciones que traen consigo las diferentes épocas, se le confirió un empleo lucrativo. Mas no teniendo poder para variar los principios de la administración, ni voluntad de ser instrumento de desastres, hizo dimisión de él, y resolvió tratar de hacer en un círculo limitado el bien que ya no había esperanza de hacer en grande. Estableció pues en un lugarejo, distante cincuenta leguas de París, una fábrica en que hallaron ocupación cuatrocientos obreros que por la mayor parte eran mujeres y niños, y en pocos años tuvo la satisfacción de ver que la industria y el bien estar animaban unos campos donde por espacio de muchos siglos no se había conocido, gracias al régimen feudal y monacal, mas que la mendicidad y la miseria.
Empleó los ratos ociosos en perfeccionar este libro, cuya adquisición se había hecho ya muy difícil; y de este modo combinaba a un mismo tiempo la teórica con la práctica. En fin se aprovechó de la especie de libertad que se siguió a la entrada en Francia de los ejércitos de la Europa entera, para presentar la segunda edición de esta obra, mucho menos imperfecta que la primera. El tratado de Economía política se publica hoy con nuevas e importantes correcciones en que el autor ha hecho uso de las conferencias que ha tenido con los hombres más distinguidos de Francia e Inglaterra1 .
Sobre esta cuarta edición
El autor ha hecho en esta cuarta edición nuevas correcciones, entre las cuales hay algunas importantes, como se puede ver leyendo los capítulos 7, 10, 15, 17 y 21 del libro II.º, y particularmente las nuevas explicaciones que se hacen sobre la balanza del comercio de granos, la naturaleza y uso de las monedas. Los cinco primeros capítulos del libro II.º se han refundido casi enteramente y presentan una teoría completa de los valores y de su distribución en la sociedad, bajo la forma de rentas. Los capítulos 2, 3, 6 y 8 del libro III.º contienen adiciones importantes. En fin, como la obra sirve actualmente de base a la enseñanza de la Economía política en todos los países en que se profesa esta ciencia, se ha visto precisado el autor a ilustrar, corroborar y completar la exposición de los principios que se hallan resumidos en su Epítome. Ha corregido lo que se había considerado como defectuoso, y ha presentado bajo un nuevo aspecto lo que se había impugnado por no haberlo comprehendido bien. Un tratado de Economía política no debe contener ninguna cosa vaga y dudosa: es necesario que todos los que le estudien con la atención que exige la importancia de la materia, encuentren en él los medios de resolver todas las dificultades que ofrece su estudio, por delicadas y espinosas que sean. Sólo el tiempo podrá dar a entender lo que deja que desear mi obra en este punto.
Prólogo
Que puso D. Manuel María Gutiérrez, catedrático de Economía política y de comercio en la ciudad de Málaga, a su traducción, impresa y publicada en Madrid el año de 1817
La obra que ofrecemos al público es la mejor apología de la libertad: no de la libertad ciega y destructora, que no es otra cosa que el absurdo despotismo de una multitud insensata, sino de aquella libertad ilustrada y juiciosa que afianza la posesión de las propiedades, favorece el completo ejercicio de la industria, y estimula los talentos.
La primera edición de esta obra apreciable se publicó en París en el año de 1803, y fue tal la estimación que mereció en toda Europa, que en pocos días no se hallaba un ejemplar. Sin embargo era de desear que el autor la limase y se tomase la molestia de hacer algunas aplicaciones de sus principios, que no están al alcance de todos; pero cambió de tal modo el sistema político de la Europa, y tomó tal dirección el gobierno de Francia, que se hizo ya imposible la segunda edición, porque hubiera sido la sátira más fuerte de todo lo que hacía, y de todo lo que meditaba. ¿Cómo hubiera podido Say hablar de la inviolabilidad del derecho de propiedad, cuando el gobierno aspiraba a ser el único propietario: de las ventajas de la industria, cuando arruinaba todos los ramos de ella: de la utilidad del comercio, cuando quería ser el único comerciante: de la blandura y suavidad con que deben recaudarse los fondos públicos, cuando toda especie de administración había tomado el violento carácter de un despotismo militar? Cada línea, cada palabra habría sido una tacha que el gobierno hubiera recibido como un ultraje, y nadie tenía menos libertad que el autor para decirle la verdad, porque nadie se había prestado menos que él a las injusticias de un gobierno, arbitrario.
Ya en el Tribunado había sufrido la honrosa proscripción que otros muchos, por haber resistido, a traficar con su conciencia, y recibido con desdén los empleos lucrativos con que se había intentado empeñarle, no ya al silencio, pues éste se le imponía con armas muy diferentes, sino a una participación personal, que se hubiera mirado como una aprobación tácita. Retirado a uno de los departamentos de Francia se ocupaba en aplicar en algunas fábricas particulares los hermosos principios que había expuesto y analizado en su obra; y, desde allí observaba los infaustos efectos de la política que invadía la Europa, los cuales no podían serle equívocos, pues tocaba de muy cerca su funesta reacción en el comercio e industria francesa: veía cada día, nuevas pruebas y confirmaciones de sus principios en este grande atentado contra la felicidad y civilización del género humano.
Más luego que la Francia y toda la Europa ha tenido la dicha de recobrar su libertad, y es ya permitido al hombre pensar y escribir sobre estas materias, el autor se ha apresurado a publicar la segunda edición de su obra en otro orden muy diferente, la cual es el fruto de doce años continuos de meditación y aplicación; y así podemos asegurar que no es una nueva edición de su tratado, sino mas bien un tratado nuevo de Economía política, en que va de concierto el método de la rigurosa análisis, y la aplicación de las verdades que descubre.
Tal vez se echará de menos en este prólogo lo que es tan común en casi todos; pero nos hemos propuesto dar a conocer a un mismo tiempo la utilidad de esta obra en general y las modificaciones y aplicaciones que la hacen tan superior a la primera. Deseamos que el lector vaya siempre guiado del método que ha adoptado Say, y conozca el enlace y la conexión natural de las ideas, para lo cual nos hemos propuesto hacer un extracto de su nuevo tratado, tomado de los papeles franceses, el cual presentará el verdadero espíritu del autor.
Pero como este libro está escrito no solo para aquellos que conocen y poseen profundamente la materia, sino también para los que no están aun iniciados en ella, y que conviene que la entiendan, porque estos conocimientos son útiles a todos; nos ha parecido que antes de comenzar a hacer el extracto, era indispensable exponer brevemente y sin desviarnos del autor, lo que constituye la ciencia de la Economía política: cuál ha sido su origen, y cuáles sus progresos. Esta exposición es como una justificación que se ha hecho necesaria en nuestros días, habiendo todavía algunos que intentan persuadir que la ciencia de la Economía política es una mera abstracción del espíritu, o una especulación casi inútil y en lo cual acaso estén de acuerdo con sus intereses, pues quisieran tenerla sepultada en el olvido, para que los pueblos no llegasen a sospechar siquie ra de su existencia.
Al examinar el estado de pobreza o de riqueza, de felicidad o de miseria de diferentes pueblos sujetos casi a una misma forma de gobierno, ocurre naturalmente esta dificultad: ¿de dónde provienen estas diferencias? ¿cuáles podrán ser las causas, siendo la legislación una misma? Examen que interesa tanto, como que puede depender de él la suerte de las naciones. ¿Por qué, por ejemplo, esa Polonia, cuyo suelo feraz produce trigo en cantidad tan inmensa, que vende a la Holanda por valor de dos millones de pesos fuertes cada año, es tan miserable, al paso que la Holanda, cuya población era mayor que la que podía contener su territorio antes de su última opresión, es uno de los países más opulentos del mundo? Preciso es que estas diferencias tan sensibles sean el efecto infalible de causas que no conocemos. Por otra parte vemos una nación en que prosperan diversos ramos de industria: adopta su gobierno una medida de administración que a primera vista nos parece que no puede influir directamente en ninguno de ellos; y sin embargo en muy poco tiempo, se extenúa y aniquila. ¿Cómo habrán podido producir una reacción tan funesta algunos reglamentos adoptados quizás con las mejores intenciones? En otras circunstancias no son dictados estos reglamentos por un espíritu de beneficencia, sino de despotismo. Entonces pierde el fisco, y la nación se arruina. ¿Mas cómo podrán explicarse estas consecuencias del sistema fiscal? Como preverlas? Sobre todo, ¿cómo reparar los males que causan? Este es cabalmente el fin y blanco de la Economía política.
Mas todos estos problemas no son fáciles de resolver; pues como se deja conocer a primera vista, son complicados, y su solución depende de otros muchos elementos a los cuales es preciso subir, estudiarlos, determinarlos no ya especulativamente, sino por medio de la observación: saber lo que constituye la riqueza de una nación, o lo que generalmente debe entenderse por riqueza y valor en un pueblo civilizado: cómo se forman estos valores y riquezas: si las ha creado todas la mano de la naturaleza o si la industria es necesaria para producirlas; en cuyo caso como concurre ésta a la obra de la producción: cómo se distribuyen estas riquezas entre los labradores, los propietarios, los comerciantes y las demás clases del estado, y finalmente, cómo se consumen, y cuáles son los efectos de este consumo. Solamente después de haber estudiado todos estos fenómenos, es cuando ya podremos elevarnos al importantísimo examen de las diversas instituciones sociales que influyen en la prosperidad pública, como el sistema de las monedas, de administración y de impuestos, que son como otras tantas fuerzas que detienen, aflojan o aceleran el movimiento de los fenómenos generales de la producción.
Este es cabalmente el plan del tratado de Economía política que ofrecemos. Mas en él, así como en todas las ciencias físicas (porque la Economía política debe mirarse en adelante como una de estas ciencias), se presentan dos grandes caminos en dirección encontrada, a los que el hombre puede ciegamente precipitarse: uno de ellos es el que siguió Descartes en el estudio de la física, y Quesnay y Turgot en la ciencia de que hablamos, el cual consiste en elevarse a los primeros principios de las cosas, y formarse por intuición una primera idea de ellos, y volver después a descender de estos principios sistemáticos; para aplicarlos en la práctica. No hay duda que si fuera fácil conocer los principios de las cosas, sería este método no solo el más exacto, sino también el mas halagüeño; pero entre todos los oficios que podemos conocer por medio de los fenómenos de la naturaleza y de sus efectos ¿es acaso probable que se llegue a comprehender el principio mas general? Y la dificultad es mayor a proporción que son mas compuestos los fenómenos que estudiamos; y finalmente, se puede concebir tal grado de composición que sea, por decirlo así, infinito, como es por lo común el del error. Además este método nada bueno ha producido en las ciencias físicas, ni de consiguiente podrá producirlo en la Economía política, cuyos fenómenos son por lo menos tan compuestos como los de aquellas ciencias.
Entre todos los economistas que han seguido este método sistemático, hemos citado de intento la obra de Turgot acerca de la formación de las riquezas; porque el juicio que formó de ella Say, pareció a algunos demasiado severo, siendo por el contrario muy justo. Despojemos por un momento esta obra de su celebridad; ¿qué vemos en ella? Un escritor que estudia el origen de las sociedades humanas: que explica cómo pudieron y debieron formarse y distribuirse las riquezas, y en qué consistían éstas: cuáles han debido ser sus aumentos progresivos; y finalmente, cómo los hombres han podido reunirse en estas grandes sociedades en que hoy viven. ¿Pero acaso es posible descubrir el camino torcido del espíritu humano, por medio del tenebroso velo de tantos siglos, y entre tantas modificaciones y diferencias que se notan en los hombres, por la variedad de sus gobiernos, religión, costumbres, idiomas y revoluciones de los estados? Qué extraño es que partiendo Quesnay y los partidarios de su sistema de unos principios tan dudosos y arbitrarios, hayan ido a parar a esas consecuencias erróneas desmentidas por la experiencia, como es entre otras muchas, por ejemplo ésta, que la tierra es el único manantial de las riquezas, y que debe recaer en ella todo el impuesto, porque de este modo alcanza a toda especie de producción; como si la industria del hombre no añadiese un valor real de utilidad a las producciones de la tierra, y como si los demás agentes naturales, como los vientos, las aguas, y aun el mismo fuego, no fuesen en sus manos como otros tantos manantiales de riqueza y prosperidad?
El otro camino que el hombre puede seguir para llegar a descubrir la verdad en estas ciencias, es precisamente contrario al anterior. Parte de los fenómenos compuestos que le da a conocer la experiencia, y que adopta, tales cuales son, no ficticia sino realmente: los descompone después; estudia todas sus circunstancias, y las relaciones que tienen con otros más generales, y por decirlo así, más abstractos, y pasa después, a descomponer estos nuevos hechos, para unir unos con otros, y reducirlos a un corto número. Entonces, volviendo atrás, como hace la araña, que después de haber tejido su tela, quiere asegurarse de su solidez, vuelve a componer estos principios generales para ver si producen los mismos fenómenos, y por qué conexión los reproducen; y de este modo llega a descubrir sus relaciones naturales y su reacción recíproca: entonces puede clasificarlos con toda seguridad, examinarlos por donde se debe, y finalmente predecirlos, que es en lo que consiste el carácter de la verdadera ciencia. Este es el mismo camino que siguió Newton en el estudio de la física, y el que después de él siguieron todos los sabios, y al mismo deben las ciencias todas sus grandes verdades, y ese carácter majestuoso de invención, y de progresión rápida que tienen hoy. Es el mismo camino que siguió el célebre Adan Smith, el verdadero creador de la Economía política, y es así mismo el del autor de la obra que ofrecemos.
Mr. Say expone en su discurso preliminar con tanta imparcialidad como juicio las verdades que se deben a Smith, las que no conoció, y finalmente hace justicia su mérito.
En 1776 Adan Smith, discípulo de aquella escuela escocesa, que ha dado tantos literatos, historiadores, filósofos y sabios de primer orden, publicó su obra intitulada: Examen sobre la naturaleza y causas de las riquezas de las naciones. Demostró en ella, que la riqueza consistía en el valor permutable de las cosas: que una nación por consiguiente era tanto más rica, cuando poseía más valores o efectos de valor; y como quiera que una materia sin valor podía recibirlo o aumentarse el que tenía, la riqueza también podía crearse, fijarse en cosas que antes no tuviesen valor, conservarse en ellas, acumularse destruirse.
Pasando a examinar qué es lo que da valor a las cosas, encuentra que es el trabajo del hombre, pero al cual hubiera debido llamarle industria. Porque esta palabra abraza partes que no comprehende de ningún modo la otra. De esta demostración fecunda en resultados, deduce muchas e importantes consecuencias sobre las causas que perjudican a la multiplicación de las riquezas cabalmente porque perjudican al ejercicio y desarrollo de las facultades productivas del trabajo; y como son consecuencias naturales de un principio evidente, ninguno se ha atrevido a atacarlas, sino aquellas personas ligeras que no han podido nunca percibir el grado de evidencia de este principio, o aquellos espíritus naturalmente falsos, e incapaces de consiguiente de percibir la relación y enlace de dos ideas.
La lectura atenta de la obra de Smith nos da a conocer que antes de él no había idea de la Economía política.
Presupuestos sus principios, es claro que el oro y la plata acuñados no son más que una porción pequeña de nuestras riquezas, y en verdad poco importante, así porque es poco susceptible de aumento, como porque los usos que tiene, se pueden reemplazar por otras muchas cosas igualmente preciosas. De este principio se deduce naturalmente otra consecuencia no menos importante, y es, que así la sociedad entera, como los miembros de ella, no pueden tener nunca interés en procurarse más metal acuñado que el preciso para satisfacer sus necesidades más urgentes.
Así Smith es el primero que se ha puesto en camino de poder designar en toda su extensión las verdaderas funciones de la moneda en la sociedad; y no hay duda que son muy importantes en la práctica las oportunas aplicaciones que ha hecho de ella a las cédulas de banco y al papel-moneda. Por medio de estas aplicaciones ha probado que no consiste un capital productivo en una suma de dinero, sino en el valor de aquellas cosas que se compran con esta suma. Clasifica y analiza todos los efectos que componen los capitales productivos de la sociedad, y da a conocer sus verdaderos usos.
Antes de Smith se habían ya fijado en repetidas ocasiones algunos principios muy verdaderos; pero el mérito de Smith consiste en habernos dado la razón por qué lo eran. Todavía hizo más: nos enseñó el verdadero método de descubrir los errores: aplicó a la Economía política el nuevo método de estudiar y tratar las ciencias, no como comúnmente se hace, esto es, no examinando sus principios de un modo vago y abstracto; sino subiendo de los hechos mejor observados y más constantes, a las causas de ellos, las cuales se descubren únicamente por medio del riguroso raciocinio, y no ya por simples presunciones, único camino de hallar la verdad, y de notar la relación natural que hay entre las cosas. De que un hecho pueda ser efecto de tal causa determinada, el espíritu de sistema fija esta causa; mas el espíritu de análisis pasa mas adelante: no se contenta con presumir que lo ha producido; estudia la conexión de la causa con el efecto: examina el por qué le ha producido, y no se detiene en sus investigaciones hasta asegurarse de que están tan estrechamente unidos, que no ha podido producirlo otra causa; de modo, que la obra de Smith es una cadena de demostraciones que ha elevado muchas proposiciones a la clase de principios incontestables, sepultando otras infinitas en aquel olvido perpetuo en que al fin vienen a parar todos los sistemas, las ideas vagas y los delirios de la imaginación, después de haber forcejeado y resistido algún tiempo, antes de desaparecer para siempre.
Aquí Mr. Say indica muchos de los errores en que incurrió Smith, los cuales participan también, de la clase de aquellos que han producido las ideas sistemáticas: advierte todas las imperfecciones de su obra, y lo que la falta para ser completa, que es lo mismo que trazar el plan de su propio libro. Después de haber manifestado el fin a que éste se dirige, hace ver las utilidades que debe producir, así al gobierno, como a los particulares, la Economía política considerada como una ciencia de aplicación.
Al paso, dice, que estas aplicaciones se hagan mas fáciles y comunes, o en otros términos, al paso que se vaya conociendo mejor el orden natural de las cosas, se irán deduciendo también muchas reglas acertadas de conducta, y se podrá caminar con paso mas firme hacia la prosperidad y felicidad, que son los verdaderos fines del arte social. Aunque muchas naciones de la Europa se hallen al parecer en un estado muy floreciente y empleen mil cuatrocientos o mil quinientos millones de francos, solo para las necesidades públicas, no por eso debe creerse que sean las más felices, aunque ellas mismas digan que lo son. El rico Sibarita que ya habita en su palacio, ya en su quinta de recreo, como más acomoda a su gusto, y que tanto en uno como en otro, a costa de inmensos gastos, nada en los placeres e invenciones de la sensualidad, y se transporta cómodamente y con celeridad adonde quiera que le convidan nuevos caprichos, disponiendo de los brazos, y del talento de un sin número de criados y aduladores y matando en una carrera dos tiros de caballos, solo por contentar un antojo; éste repito, podrá decir y aun creer que el orden de las cosas es bastante bueno, y que la Economía política ha llegado a su mayor perfección. Pero en los países que tenemos por más florecientes ¿cuántas serán las personas que podrán disfrutar semejantes regalos? Una a lo más de cien mil, y quizás no habrá una de mil que tenga lo que se llama un bien estar. Adonde quiera que volvamos la vista, veremos la extenuación de la miseria, al lado de la robustez de la opulencia: el trabajo forzado de los unos compensan la ociosidad de los otros: las infelices chozas, al lado de las soberbias columnatas: los andrajos de la pobreza entre todas las señales del lujo: en una palabra, las profusiones más inútiles, en medio de las necesidades más precisas.
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