En la primavera de 1890, Fisher pidió a Sumner que le aconsejara un tema para su próxima tesis, en un momento en que este último empezaba a desinteresarse de la economía política clásica para centrarse más en “la ciencia de la sociedad”. Sumner, que ya había comenzado su extraordinario proyecto de aprendizaje de idiomas y se dedicaba a recopilar datos etnográficos, quería dar un fundamento más sólido a la sociología. Por eso propuso a Fisher que centrara su tesis en la economía matemática, un tema bastante novedoso y que además era difícil de abordar para los economistas de más edad, como él mismo. Para ello le prestó un libro de William Stanley Jevons, pionero de un nuevo método de cálculo que analiza las decisiones de los consumidores a partir de cambios menores.
En aquella época había bastantes especialistas en ciencias humanas que intentaban aplicar el método científico a sus respectivas disciplinas. El psicólogo y filósofo William James, que acababa de volver de Europa, escribió ese mismo año a un amigo: “Creo que tal vez ha llegado el momento de que la psicología empiece a ser una ciencia”. Fisher, que veía las matemáticas como una especie de moneda de cambio que podía facilitar el intercambio de ideas a través del mundo, se interesó por la posibilidad de fortalecer los fundamentos teóricos de la economía política, como había hecho Gibbs con la química:
“Antes de construir el puente de Brooklyn o pronunciarse sobre él tras su construcción, un ingeniero necesita saber matemáticas, mecánica, la teoría de las fuerzas, la curva natural de un cable de suspensión. Etcétera. Por eso, para aplicar la economía política a las tarifas ferroviarias, los problemas de los monopolios o la explicación de cualquier crisis reciente, hay que empezar por desarrollar la teoría general de la propia economía política.”
Tanto los darwinistas sociales como sus rivales, los socialistas, consideraban que el rasgo distintivo de la economía moderna era la competencia y comparaban el funcionamiento del mercado con una selva. Pero a Fisher, como a Marshall, le interesaba más el alto grado de interdependencia y cooperación existente entre los diferentes agentes económicos (los hogares, las empresas, la administración pública) y las múltiples vías por las que una causa concreta podía producir un efecto final.
Mientras estudiaba en New Haven, Fisher hizo algunas incursiones en New York, y en alguna ocasión aprovechó para visitar la Bolsa. La lectura de los libros recomendados por Sumner le hizo pensar en las operaciones del mercado de valores. Le sorprendió que parte del vocabulario de la economía procediera de la física: “fuerzas”, “flujos”, “inflaciones”, “expansiones”, “contracciones”… En cambio, no vio que nadie hubiera intentado diseñar un modelo que reprodujera el “hermoso e intrincado equilibrio que se manifiesta en los intercambios comerciales de una gran ciudad pero cuyas causas y efectos radican lejos de ella”.
Marshall había concebido la economía moderna como un “motor de análisis” y había usado gráficos para describir los efectos de las influencias externas en los mercados individuales. Por su parte, Fisher decidió construir un modelo matemático del conjunto de la economía. Quería mostrar la forma en que el mercado “calculaba” los precios que equiparaban oferta y demanda. Con el característico espíritu práctico estadounidense, quiso diseñar un modelo que no se limitara a combinar una serie de símbolos matemáticos, sino que permitiera generar soluciones numéricas. Cuando comenzaba a elaborarlo, decidió ir un poco más allá y construyó una máquina hidráulica que servía como modelo físico de las ecuaciones. Algo así solo se le podía ocurrir a una persona que, como él, había pasado cientos de horas en un laboratorio, efectuando tediosos y repetitivos experimentos. Fisher dio a leer su manuscrito a Gibbs, quien podía entender mejor que Sumner lo que trataba de conseguir.
En el modelo de Fisher, cualquier elemento depende de todos los demás. Por ejemplo, el grado en que un consumidor desea un producto depende del grado en que desea todos los demás productos. Fisher reconocía que aquel enorme artilugio, con sus depósitos, sus válvulas, sus pesas y sus palancas, se aplica “de forma muy aproximada” a los intercambios comerciales de “Nueva York o de Chicago”, pero no le importaba. “Las hipótesis ideales son inevitables en cualquier ciencia (escribió en su tesis doctoral). El físico nunca ha podido dar una explicación completa de ningún fenómeno del universo, solo ha logrado aproximaciones. El economista no puede aspirar a hacerlo mejor”.
El sofisticado mecanismo diseñado por Fisher permitía visualizar los factores que al interrelacionarse daban lugar a los precios, y también podía “emplearse como instrumento de investigación” para estudiar interconexiones distantes y complejas. Por ejemplo, mostraba cómo un impacto externo en la demanda o la oferta de un único mercado afectaban a los precios y las cantidades producidas de otros diez mercados interrelacionados, cómo alteraba los precios y cantidades de todo el conjunto y cómo modificaba los ingresos y elecciones de compra de diferentes consumidores. El artilugio hidráulico de Fisher fue el precursor de los modelos de simulación y previsión a base de miles de ecuaciones que empezaron a utilizarse en los grandes ordenadores centrales de la década de 1960 y que los estudiantes de hoy pueden usar en un simple portátil para calcular el PIB de un país. Por desgracia, tanto el modelo original de Fisher como el sustituto que se construyó en 1925, después de que el primero se rompiera al trasladarlo a una exposición, se han perdido para la posteridad.
Fisher escribió su tesis durante el verano de 1890. Demostrando el entusiasmo que le inspiraban las posibilidades del método matemático, incluyó una exhaustiva lista y bibliografía de las aplicaciones. El economista Paul Samuelson calificó las “investigaciones matemáticas sobre la teoría del valor y del precio como la tesis doctoral de economía más importante jamás escrita”. Cuando se publicó, el Economic Journal, fundado por Alfred Marshall y otros miembros de la recién creada Asociación Británica de Economía, la saludó como la obra de un genio. El autor de la reseña, Francis Ysidro Edgeworth, catedrático de Oxford y uno de los pioneros de la economía matemática, escribió: “Podemos vaticinar al doctor Fisher el grado de inmortalidad que merece quien ha sido capaz de profundizar en los fundamentos de la teoría económica pura”. En la tercera edición de sus Principios, Marshall, siempre reacio a reconocer las aportaciones de otros académicos, incluyó no una sino tres referencias elogiosas a las investigaciones de Fisher, que calificó de “brillantes”, además de situar a su autor entre los más profundos pensadores de Alemania e Inglaterra”.
Este texto fue tomado de:
Nasar, S. (2012). La gran búsqueda. Una historia de la economía (p. 607). Debate.
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Irving Fisher
Fue un economista estadounidense que contribuyó a difundir las ideas económicas neoclásicas en Estados Unidos.
Su primera contribución teórica a la economía se encuentra en su tesis doctoral de 1892, "Mathematical Investigations in the Theory for Value and Prices", que contiene una completa exposición de la teoría del equilibrio económico general de Léon Walras, aunque, y esto es lo sorpredente, en el prefacio declaró que no conocía la obra de Walras. Sus principales puntos de referencia hay que buscarlos en Jevons, Auspitz y Lieben.
Debido a su extraordinario conocimiento matemático (el gran físico de la termodinámica Gibbs fue su mentor), Fisher dio formulaciones muy modernas para su época: fue el inventor de los índices económicos y un pionero de la econometría.
Sus intereses en economía fueron muy similares al de otro gran economista estadounidense de la misma época John Bates Clark (1847-1938). Sin embargo, sus planteamientos fueron distintos, Fisher estaba menos preocupado por la búsqueda de un fundamento ético del mercado y más por la validez de las hipótesis y la corrección de los razonamientos.
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