EL LENGUAJE CIENTÍFICO, LA DIVULGACIÓN
DE LA CIENCIA Y EL RIESGO DE LAS PSEUDOCIENCIAS
Eusebio V. Llácer Llorca, Universitat de València
Fernando Ballesteros Roselló, Observatori Astronòmic de la UV
1. El lenguaje de la ciencia
El lenguaje de la ciencia es un lenguaje de tipo formalizado, frente a
otros de carácter natural, y al igual que los lenguajes técnicos se caracteriza
por su especificidad. Algunos autores sostienen que ciertas ciencias son en
sí mismas lenguajes, por ejemplo la lógica o las matemáticas. Mientras los
lenguajes naturales tienden hacia su diversificación, los artificiales apuntan a la
universalización. Y así el lenguaje científico se antoja opaco, particularmente
a los grupos sociales ajenos a su uso. Todo ello contribuye a crear una barrera
que, en la práctica, tiende a aislar a la comunidad científica del resto de la
sociedad. No debe pues sorprendernos que el lenguaje científico especializado
sea, en no pocas ocasiones, utilizado por algunos científicos –aquellos que
por el hecho de ser científicos se consideran parte de una élite intelectual–
como una suerte de muralla comunicativa, que les mantiene a una distancia
“prudencial” de los profanos y les diferencia del resto de los ciudadanos. Pero
veamos cuáles son las principales características específicas del lenguaje de la
ciencia.
En primer lugar, los textos científicos suelen observar las cualidades más
esencialmente epistemológicas de la ciencia: universalidad, objetividad,
neutralidad (o imparcialidad) y verificabilidad. En cuanto a la cualidad de
universalidad, sabemos que históricamente el latín fue hasta el siglo XVI
la lengua dominante en los textos científicos y culturales europeos y así se
posibilitó la difusión de la ciencia en los ambientes cultos y universitarios de
Occidente. Cuando las lenguas vernáculas europeas fueron desplazando al
latín, un gran número de términos y vocablos quedaron ya acuñados en su
forma grecolatina. Por ello, aún hoy se sigue recurriendo a las lenguas clásicas
–latín y griego– para crear nuevos neologismos que la ciencia, en su avance,
va necesitando; aunque en los últimos siglos también las lenguas modernas,
52 Eusebio V. Llácer & Fernando Ballesteros
especialmente el francés (siglo XVIII), el alemán (siglo XIX) y, sobre todo,
el inglés desde el siglo XX se han impuesto como lenguas científicas por
excelencia.
Actualmente, para acuñar un nuevo término científico habrá que atenerse
a una serie de normas terminológicas ya establecidas, lo que, en muchas
ocasiones, obliga a sustituir algunos términos excesivamente particulares
o idiosincráticos de una lengua, por otros más comprensibles en las lenguas
dominantes, especialmente en inglés. Si bien esto puede resultar bastante
engorroso, el concepto de universalidad produce enormes ventajas, incluso
económicas, como la adopción de las normas DIN, los símbolos de los
elementos químicos o el Sistema Internacional de unidades de medida (SI).
Igualmente con el fin de conferir un tono de universalidad a la ciencia,
el lenguaje científico utiliza algunos recursos discursivos intralingüísticos: el
artículo con valor generalizador, que atribuye a la especie lo que se dice
del individuo; el presente científico, ya que al ser el presente de indicativo
o subjuntivo el tiempo no marcado o tiempo cero, éste se presenta como el
más indicado para designar la universalidad de los hechos; los sustantivos
abstractos que confieren a lo material un valor mental y universal; y finalmente
los tecnicismos, que son fácilmente traducibles a cualquier lengua, contribuyen
todos de modo concluyente a la universalidad del texto científico.
En segundo lugar, la objetividad se consigue destacando los hechos y los
datos, y determinando las circunstancias que acompañan a los procesos, con lo
que la importancia del sujeto queda diluida y en segundo término. Para ello, los
textos científicos suelen utilizar variados recursos. En primer lugar, se emplean
oraciones enunciativas con una presencia básica de la función referencial, y en
las que se puede observar un uso predominante del indicativo como modo de
la realidad.
Además se da preferencia a las construcciones nominales frente a las
verbales: “Diluyo el polvo en agua y tomo una pequeña cantidad” (lengua
común) > “Disolución del polvo en agua y toma de muestras” (lenguaje
científico). Por medio de estas nominalizaciones se eliminan los morfemas de
persona, con lo que se desvanece el interés por el agente, tanto más al utilizar
frecuentemente sustantivos postverbales abstractos que transforman la acción
en un hecho ya realizado. También es relevante el uso de las construcciones
impersonales y pasivas –reflejas y perifrásticas– que ocultan al agente de la
acción, así como la esporádica utilización de la voz media.
A este respecto, observamos desde estructuras oracionales que comienzan
con una construcción de infinitivo, gerundio o participio, hasta complementos
circunstanciales que sirven para situar las circunstancias de los hechos,
tanto sintagmas nominales precedidos de preposición, como subordinadas
El lenguaje científico, la divulgación de la ciencia... 53
adverbiales, especialmente causales y finales1
. Por ejemplo: “Antes de proceder
a interpretar estos resultados vía la consideración de argumentos del grupo de
renormalización, hay que recordar que el árbol de Feigenbaum muestra una
rica estructura autoafín”(Luque et alii, 2011: 4).
A diferencia del lenguaje diario o el literario, el científico pretende librarse
de las connotaciones o matices afectivos. Este afán por la imparcialidad o la
neutralidad emocional es más un objetivo que una meta conseguida. Así, hay
campos de la ciencia en que dicho objetivo se consigue, si bien es también
cierto que determinados términos de algunas áreas científicas, al pasar a
ser utilizados en el lenguaje común, adquieren matices o connotaciones
afectivas. Así, frente a términos matemáticos de evidente neutralidad como
“raíz cuadrada” o “integral”, se encuentran algunos términos médicos con
enorme carga emocional como “cáncer”, “sida” o “tumor” e incluso en
campos aparentemente neutrales como la Física, se observan términos que van
adquiriendo matices de simpatía o antipatía como “voltaje” o “radiactivo”.
A lo largo de la historia, algunos términos científicos que han pasado al
lenguaje común, además de recibir connotaciones afectivas han cambiado
de significado. Es el caso del término “histeria”, que originalmente denotaba
una enfermedad y que ha llegado a utilizarse frecuentemente como término
despectivo. Lo mismo ocurre con otros términos médicos acuñados ya
por Hipócrates como “humor” que han perdido totalmente su primitiva
significación (cada uno de los cuatro elementos del organismo humano) y que
ahora significan simplemente un estado de ánimo.
Finalmente, en el discurso científico predominan los adjetivos
especificativos, generalmente pospuestos, mediante los cuales se delimita y
concreta la extensión semántica del sustantivo. Más aún, aunque con idéntica
función que los adjetivos, se utilizan copiosamente otros adyacentes del
sintagma nominal, como las proposiciones de relativo especificativas, y los
complementos del nombre (sintagmas nominales precedidos de preposición).
Los recursos no lingüísticos como gráficos, fórmulas, demostraciones
matemáticas y símbolos convencionales contribuyen a la verificabilidad
de los hechos, además de conferir a los textos una pátina de objetividad y
universalidad.
1 En este sentido, véanse en Llácer Llorca (1997: 247) los estudios seminales llevados a cabo por C. L. Barber (1962).
Así pues, los elementos gráficos, iconográficos, cromáticos
y tipográficos, apoyan de modos diversos al código lingüístico en “actos
directos” en los que coinciden los propósitos locutivo e ilocutivo (discursivo) de las distintas disciplinas científicas2
. Estos elementos suelen representarse de
modo similar en las distintas lenguas, informando de un carácter más universal
que los recursos no lingüísticos propios de otros lenguajes especializados.
En otro orden de cosas, la ciencia exige un grado superlativo de precisión.
Por ello, los textos suelen poseer un alto nivel de corrección sintáctica y, a
tal fin, acostumbran a ser también claros y concisos. La precisión quizá
sea la cualidad más importante del lenguaje científico. Ésta implica una
correspondencia biunívoca entre los términos científicos y las ideas, conceptos
y definiciones, y se logra esencialmente mediante un abundante uso de léxico
específico; esto es, de tipo monosémico a diferencia del poético: “Scientific
and poetic language are two strategies applied to the problem of polysemy […]
Scientific language attempts systematically to eliminate ambiguity […] Poetic
language is […] creative of meaning”(Vanhoozer, 1990: 59).
El lenguaje científico tiende a perseguir una fidelidad casi absoluta al
lenguaje literal, por oposición al lenguaje figurado. Este hecho y la necesidad de
utilizar siempre el mismo término para referirse a un mismo concepto producen,
en contraposición a los textos literarios, una alta frecuencia de repeticiones
léxicas en los textos científicos. La repetición de palabras, desaconsejada en
otros tipos de textos, se tolera e incluso se fomenta en los técnico-científicos en
razón de la coherencia y de la claridad en las explicaciones.
En cuanto a la estructuración sintáctica general de los artículos científicos,
son más comunes la coordinación y la yuxtaposición frente a las oraciones
subordinadas, las más frecuentes las subordinadas adjetivas explicativas, que
actúan como aclaración de sus antecedentes. De este modo se consigue una
marcada sencillez sintáctica. No obstante, en ocasiones se dan igualmente
textos de sintaxis más enrevesada. Con el mismo propósito observamos un
empleo abundante de aposiciones y enunciados parentéticos entre comas, rayas
o paréntesis como incisos. Tampoco es infrecuente el uso de la conjunción
disyuntiva o con valor de identificación o equivalencia, y son habituales
igualmente las aclaraciones o definiciones y los resúmenes.
Por último, los enlaces y conectores extraoracionales sirven para consolidar
la coherencia textual, tanto con el objeto de distribuir y separar los párrafos,
como con el de reforzar las relaciones básicas de conclusión o consecuencia,
esenciales en la formulación y desarrollo del método científico.
2 Sobre los actos de habla, véanse J. Searle (1969): Speech Acts: An essay in the Philosophy
of language, Cambridge: C.U.P.; y J. L. Austin (1962): How to Do Things With Words. Oxford:
Clarendon Press.
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