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miércoles, 8 de agosto de 2018

El rechazo al exceso de matemáticas en los estudios de economía ha provocado una pequeña revolución francesa

El rechazo al exceso de matemáticas en los estudios de economía ha provocado una pequeña revolución francesa



Rebelión de los alumnos de Económicas en
Francia contra la enseñanza "despegada de
la realidad"
Un millar de estudiantes critica en un manifiesto el "uso
incontrolado de las matemáticas"
OCTAVI MARTÍ , París (27-11-00) 


                     Más de 1.000 estudiantes de la carrera de Ciencias Económicas de diversos centros de París, como la Sorbona, han hecho público un manifiesto contra "la enseñanza de una economía imaginaria, demasiado despegada de la realidad". Estos alumnos han recibido el apoyo de los de otras universidades galas -Orleans, Grenoble, Rennes, Marsella y Clermont-Ferrand- y europeas -Barcelona, Hamburgo, Londres y Florencia-. Los firmantes del texto, respalado por 150 profesores, presentarán en diciembre varias propuestas alternativas. El ministro de Educación, Jack Lang, se ha mostrado "favorable al debate".
Los estudiantes no aceptan que sea indiscutible que la existencia de un salario mínimo cree paro, que la reducción de la jornada laboral no sea un tema a considerar y que la mundialización tenga que ser dirigida por el universo financiero y no por la democracia política. El manifiesto de los futuros economistas se articula en torno a tres puntos en los que se critica el enfoque de los estudios de Económicas:
1. Relación con la realidad. El texto arremete contra "los mundos imaginarios", es decir, una enseñanza "que, por tener una dimensión teórica, se separa de las contingencias de la realidad, lo que es muy legítimo y necesario en un primer momento, pero ya no vuelve a confrontarse casi nunca con los hechos, de manera que la parte empírica es prácticamente inexistente". En resumen, los profesores adictos al llamado "modelo econométrico" no dejan que la realidad pueda estropearles una buena teoría.
2. Uso de las matemáticas. El documento critica el "uso incontrolado de las matemáticas" y pone de relieve que "la formalización matemática, cuando no es un instrumento y se convierte en un fin en sí misma conduce a una verdadera esquizofrenia respecto al mundo real". En el fondo se lucha contra el control que ejercen los economistas de la escuela
neoclásica sobre el conjunto de una enseñanza universitaria en crisis.
3. Enfoques pluralistas. Los estudiantes señalan que son necesarios "enfoques pluralistas en los análisis económicos". En su opinión, "sólo se expone a los alumnos un punto de vista y se tiende a explicarlo a partir de un razonamiento axiomático, como si se tratase de La verdad económica". Los alumnos piden a los profesores que "se unan a ellos antes de que sea demasiado tarde".
Lo cierto es que de los cuatro bachilleratos franceses -científico, económico, de letras y de artes- sólo el primero es tomado en consideración por unas facultades en las que lo único importante es saber manejar bien los "modelos" para encontrar el "buen resultado, acorde con la hipótesis de partida". Para obtener el título de bahilelra, los alumnos que eligen el bachillerato económico, tienen que responder a exámenes en los que se les pregunta sobre "los efectos de la organización del trabajo sobre el crecimiento económico", "la relación entre progreso técnico y crecimiento a partir del análisis de Schumpeter" y "el desarrollo de la sociedad democrática y la igualdad de oportunidades a partir del análisis de Tocqueville". Una vez en la facultad, si consiguen ser admitidos -lo son uno de cada 20 de los que proceden del bachillerato científico-, este tipo de preguntas desaparece y cede el paso a retahílas de ecuaciones. "Hace más fácil el calificar y da a las clases apariencia de rigor científico aunque nunca responden a los grandes interrogantes económicos contemporáneos", dice el documento estudiantil.
Las fórmulas empleadas por los estudiantes no remiten siempre al psicoanálisis sino que también utilizan otro tipo de comparaciones para describir "los mundos imaginarios de misteriosa conexión con la realidad económica" que crean sus profesores. La más literaria habla de "la economía de Robinson Crusoe", pues la modelización sistemática evita el intercambio con cualquier factor no previsto por los libros. La más política reclama que "la universidad fomente el espíritu crítico entre investigadores y ciudadanos".
Cada año las facultades de Económicas pierden en Francia alrededor de 3.000 estudiantes. Eso aún podría justificarse, desde una óptica meramente instrumental, si la disminución de titulados diera mayor valor al diploma. Pero tampoco es así: el 18% de los licenciados en Ciencias Económicas estaban en paro en 1998 frente a sólo un 8% de entre quienes salían de escuelas de dirección de empresas. El porcentaje de paro de Económicas se situaba además por encima de la media conjunta de todas
las carreras, que era de un 12%. Los profesores hablan de "economía muerta"
O. M. , París
Algunos profesores han acogido el movimiento de rebelión de los estudiantes como la confirmación de sus tesis. Es el caso de Bernard Maris, autor de la polémica Carta a los gurús de la economía que nos toman por imbéciles. Él propone una idea "muy sencilla: cortar la economía en dos. A un lado quedará la economía científica, con sus matemáticas y estadísticas; en el otro estará la economía política". Maris se pone nervioso cuando oye glosar la competitividad a políticos de derecha y de izquierda: "La noción de competitividad no es muy buena hablando en términos económicos. La noción de cooperación es generalmente mejor. Keynes y Schumpeter ya lo había presentido y la teoría de los juegos lo ha demostrado".
Otro profesor de Económicas, el matemático Bernard Guerrien, también celebra que los universitarios hayan recuperado su rebeldía. "Para llegar a profesor o a catedrático, normalmente hay que haber sido buen alumno y hoy sólo se consideran buenos aquellos que no critican. De ahí el nivel de mis colegas". Guerrien no quiere discutir en abstracto, enfrentar o confrontar teorías. "Los unos y los otros, los neoclásicos y los heterodoxos, defienden la noción de ciencia económica y yo soy partidario
de volver a la vieja noción de economía política", señala. Quiere saber qué visión del mundo hay detrás de cada modelo, a dónde se quiere llegar "a base de ecuaciones intimidatorias" o de hablar de "un nivel de paro natural".
Nicolas Vanecloo, profesor en la Universidad de Lille, ha dado su testimonio al semanario Politis, en el que hace hincapié en que durante su curso, centrado en cuestiones laborales, había descubierto que "la mitad de los alumnos no sabía cuál era el montante del salario mínimo, no tenía la menor idea del salario medio y desconocía totalmente la evolución de las cargas sociales sobre esos salarios durante los últimos 20 años".
Responsabilidad moral
Para Bernard Paulré, director de los cursos de doctorado de París I, no cabe la menor duda de que "la responsabilidad moral de los economistas debiera ser puesta de relieve cuando se habla de la explosión del paro en el transcurso de los últimos 25 años".
La irritación de los estudiantes también ha sido respaldada por los 27.000 afiliados con que cuenta hoy una asociación como Attac, nacida para defender un gravamen sobre las transacciones financieras de carácter especulativo y hoy aglutinante de una izquierda que cuestiona las formas de la mundialización.
La protesta de quienes cursan Económicas refuerza las razones de Attac para seguir existiendo. Como Bernard Maris, tampoco aceptan "una economía que no quiere saber nada de los problemas sociales, que lo trata todo como problemas sectoriales, particulares. Por ejemplo, si hay un problema con la polución, basta con crear un mercado de derechos de polución o se monta un sistema de incitación para suscribir seguros privados cuando se hace evidente que hay dificultades para financiar la Seguridad Social o las pensiones de jubilación", señalan.




Veamos una reflexión sobre el tema realizada por uno de los columnistas de El País:

La economía de nuestros hijos

JOAQUÍN ESTEFANÍA
Los monstruos de buenas esperanzas son aquellos seres excepcionales que quizá han nacido antes de tiempo, cuando el ambiente que los rodeaba aún no estaba preparado para ellos. En la excelente novela del mismo título, de Nicholas Mosley, uno de esos monstruitos explica: "La realidad no es una metáfora que construimos a partir de las matemáticas; las matemáticas son una de las metáforas que usamos para referirnos a la realidad".
Leyendo esta certera aseveración recordaba aquella vez, hace más de quince años, en que observamos cómo un alto cargo de la OCDE, en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, reducía a una ecuación de segundo grado la compleja situación de México que acababa de suspender el pago de la deuda externa, con sus sufrimientos y sus desafíos políticos. Hay testigos de que, ante la estupefacción de los alumnos, el tecnócrata afirmaba satisfecho viendo en el encerado la fórmula matemática que él mismo había elaborado: "Esto es México".
Alumnos de las facultades francesas de ciencias económicas han elaborado un manifiesto contra la enseñanza de la economía en sus centros universitarios. Consta que otros estudiantes, profesores y economistas españoles se han
solidarizado con él. Escapar del "mundo imaginario" que algunos profesores les enseñan, para comprender los fenómenos económicos que preocupan a los ciudadanos.
Los estudiantes proponen con sabiduría recuperar la relación de la economía con lo real, una enseñanza que "por tener una dimensión teórica, se separa de las contingencias de la realidad, lo que es muy legítimo y necesario en un primer momento, pero que ya no vuelve a confrontarse casi nunca con los hechos, de manera que la parte empírica es prácticamente inexistente".
Cuando no se tiene en cuenta la recomendación de este manifiesto y se tiende a la irrealidad ideológica es cuando surgen propuestas como la de la maternidad pagada por las mujeres que acaba de hacer el Círculo de Empresarios (y que ha tenido que retirar estrepitosamente so pena de ser calificados de loquinarios, por su extremismo).
O cuando al mismo tiempo que se presentan los resultados de la central de balances del Banco de España se aplaude el crecimiento espectacular de beneficios de las empresas (en buena parte motivados por la subida del precio del petróleo); se pone en la letra pequeña que el ritmo de creación de empleo en esas empresas, en idéntico periodo, se ha reducido, y se sugiere al mismo tiempo, con mayor énfasis que al principio, que no se demanden subidas salariales relacionadas con la inflación prevista, ante el peligro de aumentar ésta.
Sencillamente, los mensajes no son creíbles. Tratan de mundos imaginarios para los ciudadanos. Dos profesores norteamericanos, Richard Heilbroner y William Milberg, en su libro La crisis de visión del pensamiento económico desarrollan la idea de que hasta que el contexto social del comportamiento económico (esto es, hasta que se vuelva a la noción de economía política, más que utilizar la de ciencia económica) no sea reconocido de forma abierta -lo que es muy difícil dentro de la ortodoxia dominante- la política económica será incapaz de tener un papel útil como intérprete de las perspectivas humanas: una teoría económica potente siempre se erige sobre visiones políticas fuertes y poderosas.
Heilbroner y Milberg hablan de la "impecable elegancia" a la hora de exponer los términos del problema, acompañada de una "absoluta inoperancia" en cuanto a la aplicación práctica. "La fuerte teorización del presente", dicen enlazando desde el otro lado del océano con los estudiantes franceses, "alcanza un grado de irrealidad que sólo se puede comparar con la escolástica medieval".
Además del uso exagerado de la modelización matemática en el estudio de la economía, el otro punto significativo del manifiesto está dedicado a defender el pluralismo en la enseñanza de la economía. Muchas clases no hacen reflexionar; de las varias posibilidades y enfoques que existen para solucionar los retos económicos sólo se da uno y se tiende a explicarlo a partir de un razonamiento axiomático, como si se tratase de la verdad económica.
¿Les suena? Esto no se origina sólo en la enseñanza sino con mucha frecuencia en la aplicación de la política económica. Los estudiantes dicen que no se puede aceptar como indiscutible que la existencia de un salario mínimo genere paro, que la reducción de la jornada laboral no sea un tema a considerar, o que la mundialización haya de ser dirigida por el universo financiero y no por la democracia política.
A esto es a lo que se llama pensamiento único. Y lleva, en bastantes ocasiones, al vacío intelectual como respuesta a los nuevos problemas, o a los problemas de siempre (paro, desigualdad, globalización, desarrollo, etcétera). ¿Cómo hemos llegado al hecho de que no se pueda discutir, so pena de excomunión académica, sobre la bondad de un instrumento -el déficit cero del presupuesto- sin ponerlo en contexto con los problemas de la coyuntura o con los retrasos estructurales de algunos de los países que quieren hacer de ese concepto el nuevo dogma inamovible? ¿Déficit cero? Depende de las circunstancias.
De nuevo, el manifiesto contra la enseñanza de una economía imaginaria, despegada de la realidad ("una economía autista", la definen sus autores, a los que se han unido ya muchos docentes) conecta con las tesis de Heilbroner y Milberg: la teoría tiene influencia en los ciudadanos cuando su visión moviliza las simpatías morales. Para que haya un núcleo consensual bien definido en el capitalismo global, como lo hubo con el keynesianismo hasta los años sesenta, se exige, cada vez más, no sólo un grado de acuerdo entre los expertos encerrados en sus torres de marfil y que se edifique en las asambleas del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial; también se requiere un consenso entre los no técnicos, basado en algunos elementos persuasivos.
Por ejemplo, que los expertos proporcionen una descripción convincente del fenómeno económico, que dé sentido a las experiencias vitales; buscar una guía para enderezar problemas económicos, tras el estrepitoso fracaso de los que, de forma miope, han abjurado de toda intervención política en la economía; o la convicción de que el laissez faire también es una decisión política. La tendencia de algunos economistas a oponerse a cualquier clase de intervención del Estado puede no ser más que la excusa para no admitir que, sencillamente, no saben qué hacer.
Hay una demoledora crisis en la ciencia económica como consecuencia de la ausencia de una visión de conjunto de los conceptos políticos y sociales de los que, en última instancia, depende la economía. Escribe Krugman, uno de los economistas de moda: "Supongamos que compraran ustedes un ejemplar del manual más vendido de economía internacional. ¿Qué diría sobre la manera de afrontar una pérdida semejante de confianza de los inversores internacionales? En realidad, poca cosa. Créanme: soy coautor de ese manual".
Evitar la arrogancia en los dictámenes, las políticas de talla única sean cuales sean las coyunturas de los lugares en donde se aplican. Por eso son tan satisfactorios los debates entre economistas que de vez en cuando emergen. El que hace cuatro años enfrentó a Krugman y Lester Thurow, ambos del Instituto Tecnológico de Massachusetts, sobre las causas de la manifiesta y persistente diferencia de salarios en Estados Unidos después de seis años (entonces; hoy, diez) de crecimiento estable, fue modélico.
Krugman entendía que las distancias salariales se debían a la revolución tecnológica que requiere muchos trabajadores bien pagados y universitarios y pocos de los que están menos cualificados; por el contrario, Thurow afirmaba que la culpable era la cambiante economía global, con sus cientos de miles de trabajadores mal pagados que envían lo que producen a Estados Unidos y hacen que baje el salario del trabajador estadounidense medio. Políticos, historiadores, sociólogos y otros economistas se lanzaron a una polémica estimulante. Lo que trescientos economistas estadounidenses, incluidos nueve premios Nobel, han hecho interviniendo en la campaña electoral de la presidencia de Estados Unidos en contra de la radical bajada de impuestos de Bush, es otro ejemplo oportuno.
Lo peor es el silencio impuesto que han denunciado los estudiantes de ciencias económicas franceses. La unanimidad en las respuestas. El compromiso moral y político del intelectual consiste en plantear preguntas y responderlas, no en afirmar respuestas preconcebidas. Superar el dogmatismo y la ideología militante que tanto daño han hecho a los propios valores que los militantes querían defender. La peor de las cegueras es la ceguera voluntaria.

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